De locos o el triunfo de la estética frente a la ética

Por cuestiones que no vienen a cuento, he tenido que visitar varias ciudades catalanas en estos últimos quince días. Me gusta meterme en un bar, en una panadería, y captar el parecer de los habitantes de ese lugar. De hecho, los bares son una especie de “centro de investigaciones sociológicas” que no hay que despreciar.

Y mira por donde, en todas, sean estas medianas o pequeñas, me he encontrado calles llenas de operarios, de trabajadores, con una manía constructora tan evidente como molesta; pasos de peatones en amarillo, de esos provisionales, y otros vallados porque no se puede pasar; agujeros listos para plantar árboles, vallas de todo tipo anunciando nuevas obras, baldosas de acera apiladas para ser colocadas un día u otro y otras rotas porque se ha decidido cambiarlas. En fin, un laberinto infinito de obstáculos que, a toda prisa, intentarán ser escondidos antes de finales de mayo. Y esa «casualidad» que se encuentra en tantas localidades es solo el fruto de esta obsesión por parte de los ayuntamientos de mostrar y demostrar que han hecho algo durante los cuatro años de legislatura municipal. La cosa ha sido más o menos tranquila tres años y medio, y ahora llegan las prisas.

Y, como digo, me gusta preguntar a la gente qué piensa de esa idea fija de levantar la ciudad en puertas de las elecciones. Y, en todas partes, me responden lo mismo, que ya sabemos cómo son los políticos, que se han pasado tres años no haciendo nada y ahora lavan un poco la cara, como si quisieran acabar la ciudad, limpiarla un poco, plantando árboles y flores, arreglando alguna plazoleta, y con el alcalde o alcaldesa inaugurando trozos de acera. Algunos se ríen de esa escenificación propagandística; otros se muestran más críticos y confiesan que se quedarán en casa el día de las elecciones, precisamente por estas acciones que consideran absurdas. Otros se preguntan cómo es posible que esta vorágine, lleve a la gente a votar a aquellos que lo provocan. Un amigo mío me lo explica: «Desgraciadamente, es el triunfo de la estética frente a la ética». Y no me rio.

Y yo les digo que, como mínimo, la ciudad, el pueblo, quedará bonito durante un tiempo. Me responden que sí, que tengo razón, pero que hay una segunda parte que ignoro. Al parecer, muchas de las obras se realizan en lugares donde viven militantes del partido que gobierna o gente de entidades que interesa tener calladas y sumisas. No me lo creo; no puedo pensar que la maquinaria municipal se mueve por intereses particulares o partidistas.

Y llego a otra ciudad donde me encuentro todo empantanado hasta extremos increíbles, donde personas con movilidad reducida deben hacer zigzags para poder moverse, donde otros en cochecito para niños renuncian a cruzar esa zona que parece bombardeada. Y más y más vallas, y semáforos temporales que marean a peatones y conductores y ruido, mucho ruido de máquinas que agujerean, que destrozan pavimentos y tierras que las cargan en un camión igualmente ruidoso. El caos.

Y puedo encontrar algo de paz en un bar y expreso mis sentimientos a aquellos que charlan en la barra. Se ríen. Me toman por tonto. “Vamos a ver. ¿Usted no sabe que esto ocurre desde siempre? No hacen nada en tres años y después, antes de las elecciones, ¡venga, que se acaba el mundo!”. Otro me dice: “Aquí hemos tenido tres alcaldes distintos de tres partidos diferentes en treinta años. ¡Y todos han hecho lo mismo! Pero, ¿no se dan cuenta de que los tenemos calados?”. Insisto en que, al fin y al cabo, es un lavado de cara que hay que hacer de vez en cuando en todas las ciudades y que esto es bueno, se haga cuando se haga. Y un señor que estaba sentado en una mesa, se levanta y viene directo hacia mí. “Oiga, el problema no es solo que se rían de nosotros; el problema es que piensan que somos tan primarios, tan superficiales, que les daremos el voto solo porque planten un árbol delante de mi casa. La cuestión es que han terminado creyendo que un ladrillo es más importante que cualquier otra cosa. Aquí, en esta ciudad, hace tiempo que el centro para personas mayores está cerrado, que en ninguna de las dos escuelas funciona la caldera de la calefacción, que los ordenadores de la biblioteca están obsoletos, que el presupuesto de la cabalgata de Reyes se redujo un setenta por ciento, que la programación cultural es prácticamente inexistente. ¿Sigo?”.

Y sí, acabo pensando que ellos son algo ingenuos creyendo que tendrán mi voto llenando mi ciudad con toneladas de cemento, y yo lo soy igualmente dejándome arrastrar por esta manía.

(Visited 90 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario