El Mundial de Messi confirma el gran error de Laporta en echarlo

Con su selección logró el título que completa un palmarés de leyenda y le corona como el mejor jugador de todos los tiempos, pero ya sin ningún vínculo ni prestigio para el Barça

Laporta, amb la samarreta de Messi

Leo Messi, el mejor jugador de la historia del fútbol indiscutiblemente, superando en registros y continuidad a todos los grandes, ya no juega en el Barça. Por desgracia para la institución que lo supo fichar antes que nadie, darle una protección y cuidados específicos, y el afecto de una nueva ciudad y de todo un país, ese delantero único forjado en un fútbol de asociación, talento, espacios e inteligencia, también singular y reservado a determinados jugadores, fue expulsado del Camp Nou de forma inexplicable hace apenas un año y medio cuando aún podía darle a su club un rendimiento deportivo, comercial y de imagen muy por encima de resto.

Leo fue despachado por el mismo presidente, Joan Laporta, que también se deshizo de Antoine Griezmann con pocos días de diferencia. Han sido dos de los más destacados jugadores de este Mundial en el que sólo había espacio y gloria para una selección, Argentina, y para un líder que, además de conducir a su equipo al más alto título al que nadie puede aspirar, fue proclamado MVP de la final y del campeonato. Le faltó conquistar el de máximo goleador, finalmente conquistado por Kylian Mbapee, distinción que hoy no hace más que aumentar su frustración y decepción.

Detrás del absoluto rey del fútbol, a sus 35 años y con un palmarés inigualable de Champions, Ligas, Copas, Supercopas, Mundialitos, siete Balones de Oro y seis Botas de Oro, hoy ya no está el FC Barcelona, sino un país, Argentina, y un club sin más atributos que el dinero y la codicia de los petrodólares como es el PSG.

Messi llegó al Barça para alcanzar, vestido de azulgrana, la gloria y el cielo durante más de una década y un dominio del fútbol internacional que ningún otro equipo ha alcanzado jamás para acabar engañado por Joan Laporta, que además había ganado las elecciones prometiendo renovar a Messi.

Fue otro truco lamentable y una de las peores decisiones que podía tomar un recién llegado al palco presumiendo de experiencia y de conocer todos los secretos del fútbol. Las evidencias demuestran que, sin Messi, el Barça se vino abajo futbolísticamente, se le cayeron los patrocinios, las ventas de camisetas, los abonados, los taquillajes y sobre todo los títulos. Como ha demostrado Argentina, Messi necesitaba jugadores comprometidos, temperamentales y leales, y no directivos y ejecutivos arrogantes, mediocres y cobardes.

Sin Messi, Laporta se ha visto abocado a dos eliminaciones seguidas de la Champions League y ha convertido al Barça en un equipo de segunda división europea e internacional. Hoy, el Barça podría haber aumentado su palmarés indirectamente y añadido a su prestigio ese vínculo con Messi, que fue algo excepcional y mágico hasta que entre Laporta y su equipo de visionarios se deshicieron de él, pensando que habían hecho el negocio del siglo. Ademas del desastre futbolístico, sin Leo el Barça se ha hundido en la ruina, además de salir muy mal parado de este Mundial de Catar.

Las expectativas empezaron siendo francamente esperanzadoras y muy optimistas, empezando porque el FC Barcelona, tras la baja de Gayà de última hora y la llamada urgente de Balde, se convirtió en el club del mundo que más jugadores aportaba antes de empezar la primera fase. Sensación de liderazgo y de poderío que, sin duda, se acentuó en la primera jornada, en la que equipos como Alemania y la propia Argentina se vieron superadas por selecciones como Japón y Arabia Saudí. La España de Luis Enrique, por el contrario, se paseó con una exhibición y goleada (7-0) frente a Costa Rica. Si se repasa la hemeroteca destacan de aquel momento tan ilusionante los comentarios oportunistas de Laporta sacando pecho y presumiendo de un equipo que, según dijo, era favorito y estaba emocionando al mundo con su fútbol gracias al buen trabajo de Xavi en el Barça y al acierto de Luis Enrique de confiar en el bloque azulgrana.

Todo fue un espejismo, pues Argentina fue creciendo hasta llegar a al final y la Roja apenas sacó un empate contra una Alemania, que acabó tocando fondo, para clasificarse para los octavos con más suerte que juego y convertirse en un fantasma sin alma ni convicción que fue pasto del mejor bloque y determinación de Marruecos en su flojísima despedida de Catar 2022.

Para entonces la representación azulgrana ya se había diluido superada ampliamente por el Manchester United, Manchester City y Bayern Múnich, tres clubs con menos representación inicial, pero con más peso y éxito de sus jugadores a la hora de responder y estar a la altura de su cotización internacional.

Del Barça, en cambio, excepción hecha de los franceses Dembélé y Koundé, el Mundial más bien ha rebajado su valor de mercado, especialmente el de jugadores como Ferran Torres o Ansu Fati en una selección, como la española, decepcionante. Fue el epílogo de una leyenda del fútbol como Busquets, que dejó el equipo nacional siendo titular indiscutible y uno de los pocos que jugó como se esperaba de él, con oficio y un talento incuestionable, aunque desde luego sin la frescura y el fondo físico de años atrás. A Pedri y Gavi les sucedió un poco lo contrario, que tuvieron roles encorsetados por la exigencia del guión de Luis Enrique y acabaron no destacando como en la Nations League o la fase clasificatoria.

De los extranjeros, Christensen fue el mismo que en el Barça y Lewandowski, atrapado en una selección muy defensiva, se llevó el mal recuerdo de dos penaltis escandalosamente mal lanzados, aunque en el último, ante Francia, la jugada resultó tan extraña que el colegiado obligó a repetirlo y acabó marcando un gol igualmente estéril en el adiós de Polonia.

Laporta, en definitiva, también ha hecho historia en este Mundial.

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