Corredor mediterráneo y DNI catalán

No seré yo el encargado de blanquear la figura ni la acción de Pere Aragonés; básicamente porque creo que ERC no es de fiar, nunca lo fue, y los bandazos existenciales que ha ido dando a lo largo de su historia como partido político así lo atestigua. No obstante, y aunque sea por simple postureo, por las ganas de gobernar y de sustituir la desastrosa u corrupta obra de gobierno de CiU y sustitutos diversos, hay gestos que vale la pena que sean considerados como un paso importante en la normalización de las relaciones institucionales entre Cataluña y el resto de España.

El pasado jueves tuvo lugar en Barcelona un acto para reivindicar que se aceleren las obras del corredor mediterráneo, una infraestructura ferroviaria que deberá unir Algeciras con Centroeuropa, pero que lleva años de demora en la parte española. Una obra que Quim Torra despreció en su momento, a pesar del apoyo del empresariado catalán. El expresidente de la Generalitat despreció la reunión celebrada también en Barcelona en 2018, prefirió apoyar a los profesores que habían insultado a un grupo de alumnos, en su mayoría hijos de guardias civiles, efectuando una visita «privada» al instituto El Palau de Sant Andreu de la Barca. Sobran las palabras.

Cuatro años después, la reunión, multitudinaria como en 2018, con la asistencia de más de mil quinientos empresarios y dirigentes políticos, entre los que destacan los presidentes de la Comunidad Valenciana y de Murcia, así como el propio Aragonés, pretende llamar la atención sobre una obra ferroviaria que uniría al 25% del PIB español y que se puede catalogar en estos momentos de tercermundista. Hacer un viaje en Euromed de Barcelona a Valencia, unos trescientos kilómetros, suponen casi tres horas; de Valencia a Alicante en el mismo tren, 126 kilómetros, una hora cuarenta minutos. Y ya, sin Euromed, en un Intercity, la distancia entre Alicante y Murcia, 70 kilómetros, se hacen en una hora y veinte minutos.

Quizás tendríamos que hacer un poco de historia y recordar que el primer AVE español unió las ciudades de Madrid y Sevilla en 1992, con Felipe González como presidente del gobierno y la inauguración de la Exposición Universal pocos meses después. Dieciséis años tardó en inaugurarse la línea Madrid-Barcelona y pasados ya treinta de aquel hito, la mediterránea clama por su consideración, por un tramo que no solo incluya a pasajeros, sino que tenga en cuenta la importancia de la industria, especialmente agrícola y ganadera del sur para ser transportada en tren y vaciar en la medida de lo posible la Autopista del Mediterráneo.

Dos consideraciones. La primera, que igual se llega tarde ya. La aceleración del cambio climático y el aumento del precio de las materias primas y de la energía va a hacer que, en unos treinta años sea imposible que la famosa huerta murciana y la maraña de plásticos de Almería y Granada puedan existir; también el turismo, que va a huir de zonas donde fácilmente se alcanzarán los 50 grados en verano. La segunda, aunque pueda parecer incongruente, la necesidad de acelerar esa infraestructura, de conectar y vertebrar esos territorios de historia común, donde el Mediterráneo ejerce de aglutinador, de cohesionador imponente desde hace más de dos mil años.

El apoyo de Pere Aragonés a estas demandas supone, no solo entender y valorar el trabajo de los empresarios catalanes que tienen mucho que ganar con esta construcción, sino la aceptación de su rol como presidente, acogiendo y dando su mano a presidentes autonómicos como el de la Región de Murcia, muy cercano a tesis negacionistas del cambio climático y a la de sus agricultores, a los que les une su cercanía a las ideas de Vox. Por encima de todo, el bien común.

En el otro extremo, hay quien se empeña en aislarnos, en obligarnos a permanecer en una isla desierta impulsando el DNI catalán para “desconectarnos” del documento estatal, “incentivando el uso del ID republicano para hacer trámites oficiales”. Como no podía ser de otra manera, Amer ha sido uno de los primeros pueblos en ponerlo en marcha, en “desconectar” (otra vez) de esa España malvada y opresora. No sé qué piensan ustedes mis lectores, pero entre la ilusión óptica y la fantasía onírica, yo que quedo con la realidad que puedo tocar, aunque sea con las debidas reservas.

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