11 de septiembre: Saturno devora a sus hijos

El procés ha entrado en su fase saturniana: resentido y amargado por su fracaso, el independentismo ya devora a sus hijos. Como el organismo de un anoréxico que, tras un prolongado ayuno, ya no encuentra en sí grasa con que alimentarse y empieza a atacar a los órganos vitales. Ello ha quedado evidenciado este 11 de septiembre. Desde el principio, el procés, aunque aparentemente “inclusivo”, se movió por exclusión, por descarte: primero rechazó a los federalistas (no había  tercera vía posible ante el referéndum o la mera independencia). Después, a los desafectos, fueran castellanohablantes de sentimiento identitario español (“charnegos”) o catalanohablantes disconformes con el dogma procesista (“botiflers” o traidores). Y conforme avanzaba el tiempo, quedaba claro que tampoco había lugar para los blandos, los indecisos: la construcción de una nación no se lo podía permitir.

Eliminada toda esta grasa, y ante la evidencia incontestable, inapelable, del fracaso, el procés empieza a devorar ya a su propio núcleo duro. Se trata, en el fondo, de encontrar un chivo expiatorio sobre el que arrojar toda la rabia y la frustración que lo consume, pero, claro, no puede presentarse al mundo de esta manera. Toma la forma, por tanto, de una búsqueda enloquecida de la pureza ideológica. Se trata de ver quién la tiene más gorda, secesionistamente hablando. Y entonces Esquerra Republicana se convierte en el objetivo a batir: un partido que podría dar lecciones de independentismo -dado que es anterior a todos los secesionistas nouvinguts que surgieron después- pero que ha cometido el pecado capital de condescender a la negociación: el objetivo cardinal (independencia, referéndum) no se negocia, a no ser para definir los detalles con que se impone.

El sector puigdemontista de Junts per Catalunya lideró esta nueva caza de brujas. Si desde el principio quedó claro que no eran suficientemente catalanes ni charnegos ni botiflers, ahora tampoco lo son los republicans: demasiado dialogantes, demasiado españoles. Pero al igual que la Revolución Francesa acabó devorando a sus hijos más extremistas, aquellos que sembraron el país de guillotinas, el procés apunta ahora a los hijos que lo llevaron a cabo: es la famosa “sociedad civil”, en forma de plataformas perfectamente institucionalizadas y subvencionadas como la ANC, la que ya tilda de blandos a los dos grandes partidos independentistas. Y amenaza con presentar una lista electoral “cívica” en las próximas elecciones, una lista que “sí” luche por la independencia. Puro humo: nadie muerde la mano de su amo. Y sin embargo, es el mismo mecanismo mental que guió a Hitler y a tantos miles de militares alemanes desmoralizados tras la debacle de su país en la Primera Guerra Mundial: no hubo derrota de Alemania, sino traición de los políticos.

Este 11 de septiembre, mucho menos numeroso y triunfalista que otras ediciones, nos ha regalado imágenes tan saturnianas como la quema pública de un retrato de Pere Aragonès, ausente ante la enésima caza de brujas. Pasa a engrosar así la lista de incinerados habituales, junto al rey o el presidente del estado enemigo (sorpresas te da la vida). Santi Vila -el archivillano botifler por excelencia-, en una reciente entrevista concedida a Javier Caraballo para El Confidencial, afirmaba que “en esta Diada se encarna algo que era inevitable, el choque entre un independentismo pragmático, como el de Esquerra, y otro más intransigente y radical, vinculado a un sector de Junts per Catalunya. Estos apuestan por el colapso, por el ‘cuanto peor, mejor’, que es algo que no lleva a ninguna parte y ni siquiera tiene recorrido (…) Por tanto, Esquerra ha jugado, razonablemente, la carta de la gestión…”

No es cierto. Lo que ha evidenciado este 11 de septiembre es que hay dos independentismos, ambos igualmente derrotados, ambos igualmente dolientes (aunque no muertos). La diferencia está en que uno busca redimir sus miserias vendiendo humo, es decir, “mesas de diálogo” que serían perfectamente ridículas si no fuera porque arrancarán prebendas compensatorias para Cataluña, lo cual ahondará el agravio con otras comunidades autónomas más sumisas. Y otro que busca la redención arengando a sus tropas a tomar la colina (ya que estamos con el símil de la Primera Guerra Mundial), a sabiendas de que sus soldados ya no tienen moral,  ni comida, ni ropa de abrigo, y apenas si disponen de fusiles de madera.

Sólo quedan los iluminados.

Susana Alonso
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