Las fragilidades y fortalezas de la democracia

Aldous Huxley y George Orwell tenían una visión del futuro de la democracia totalmente contrapuesta, a juzgar por lo que nos dejaron escrito respectivamente en sus obras Un mundo feliz y 1984. De hecho, solo discrepaban en su manera de concebir la tiranía que nos esperaba. La distinción consistía en que según Orwell la tiranía vendría a través de una represión que nos empujaría a la obediencia. En cambio, Huxley consideraba que la tiranía se impondría mediante la sugestión y la seducción. A pesar de sus diferencias, ninguno de estos autores daba dos duros por la pervivencia de la democracia tal y como la conocemos hoy día.

Corren tiempos en que la democracia se nos muestra frágil. Por un lado, tenemos multitud de problemas y retos que debemos afrontar democráticamente, lo que implica un proceso largo, complejo y a veces decepcionante. Por otro, surgen centenares (quizás miles) de politólogos que compiten por ver quién acierta más en la escenificación de los problemas del porvenir: debemos reconocerlo, hoy un tema crucial es indagar qué sucede con nuestras democracias que son incapaces de aportar soluciones que satisfagan a una amplia mayoría.

Uno de los problemas es desentrañar qué hay detrás de los populismos y otro no menor es entender el estremecedor giro autoritario de ciertas democracias que se encontraban en los orígenes de los derechos y las libertades democráticas. Ejemplos recientes son el fenómeno del Trumpismo en USA, el todavía reciente Brexit y los engaños del Sr. Boris Johnson, sin olvidar el tejerazo en el parlamento español y el movimiento independentista catalán. En esos inquietantes sucesos, fenómenos como las fake news, las derivas nacionalistas-independentistas y las torticeras estrategias de comunicación, están haciendo que muchas personas ya no ven imprescindible vivir bajo un sistema democrático. No es de extrañar que a muchos el rostro del fascismo empiece a formar parte de nuestros miedos.

A todo ello debe sumarse el miedo a la inmigración descontrolada, la rapidez de los avances tecnológicos y los problemas ecológicos y de sostenibilidad, que en su conjunto hacen que fácilmente tengamos miedo al futuro. En tales situaciones, una reacción muy natural y humana es buscar seguridad y certezas en un Estado fuerte que señale sin lugar a dudas cuales son los enemigos exteriores y los interiores y proceda a defender nuestros añorados privilegios de sociedad rica, cómoda, con todo tipo de seguridades y eso sí, claramente insolidaria.

La democracia liberal es algo muy sencillo, pero nada fácil de llevar a la práctica. Si queremos defender la democracia liberal, también debemos asumir y defender sus inherentes debilidades. Es decir, los ciudadanos que votamos, debemos mantener nuestra fe en la democracia, pero no solo votando, si no también participando con la crítica cuando sea el caso y aportando propuestas sensatas y realistas. Esa es la única manera de que los políticos nos respeten y mantengan la fe (o la necesidad) de valorar lo que la ciudadanía votamos.

La democracia ayuda a los grupos humanos a ser fuertes y sobreponerse a los retos más difíciles, pero en sí misma es frágil y siempre necesitada de cuidados por parte de todos los miembros de la comunidad. La democracia también debe ser suficientemente humilde para reconocer que los seres humanos son capaces tanto de hacer el bien como de hacer el mal. Esa es precisamente, la irrebatible razón por la que distribuir el poder y establecer contrapoderes en lugar de concentrarlo en pocas manos es una máxima absolutamente prioritaria.

Cuando la democracia flaquea, el mayor peligro es dejar de creer en ella y elegir un modelo autoritario con todas sus consecuencias. Es natural que, en países grandes y complejos, surjan grupos o comunidades menores que crean que independizándose pueden ser más poderosos y ricos. De alguna manera es un fenómeno normal, que refleja la riqueza y diversidad del territorio-comunidad que desea independizarse. Pero esos grupos, cometen dos errores crasos. Uno es olvidar que pertenecen a algo más grande de donde ellos mismos se han nutrido y del que tendrán que depender de una manera u otra. El segundo es que en un mundo cada vez más globalizado la independencia política ha sido sustituida por la interdependencia global.

(Visited 342 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario