De una Rosalía a otra

Todos aquellos que hemos tenido la suerte y, según cómo, también la desgracia (ambas cosas pueden ir unidas) de estudiar Literatura española y del universo (es decir, de esta parte del universo) durante los años cincuenta y siguientes del siglo XX, tuvimos que aprender de memoria, como si nosotros fuéramos una especie de internets avant la lettre, o de máquinas memorísticas de aquella época, los títulos de unas obras literarias que probablemente nunca leeríamos.

Aparte de aquellas obras, también nos vimos obligados a memorizar, si queríamos aprobar aquella asignatura, los nombres de los autores y autoras que las habían escrito. Así, recitábamos como quien reza el padrenuestro: Ferran Caballero (que en realidad se llamaba Cecilia) escribió La Gaviota, La hija del Sol y Cuentos populares, y Víctor Català (que también tenía nombre de hombre pero era una mujer y que vivía en el pueblo de pescadores y músicos de L’Escala), escribió Soledad, La infanticida y Drames rurals.

Las sensatas o alocadas palabras de estos autores y autoras habían dejado huella entre los interesados ​​en las diferentes ramas de la Literatura española y universal, que, como después sabríamos, eran sobre todo los profesores que nos la enseñaban y, con suerte, dos o tres alumnos por curso. Hoy, salvando todas las distancias universales, se dice que sigue siendo lo mismo.

En aquellas clases de Literatura pudimos memorizar (y en algunos casos también leer) algunos poemas de Rosalía de Castro, autora, entre otros de los libros Cantares gallegos y Follas noves, título este último que nos hacía reír tan estúpidamente cuando lo leíamos en clase y que es uno de los más valorados de la autora.

A Rosalía de Castro los libros de texto, así como el internet actual, que es una especie de libro de texto algo justito, la definen como una de las mejores poetisas del siglo XIX. Suele destacarse que escribía tanto en gallego como en castellano. Su obra Cantares gallegos la erigió como representante literaria de su país, que en esa época era un país de emigración que, como prácticamente todos los movimientos migratorios, estaba engendrada, tal y como dice Mauro Armiño en el prólogo de la edición de las poesías de Rosalía de Castro (Alianza Editorial, 1999), por la miseria (o la guerra), y era engendradora de soledades y orfandad. Aquellos emigrantes gallegos del siglo XIX, aparte de una cierta animadversión hacia los castellanos, sentían una viva morriña” cuando debían dejar su tierra e ir a trabajar a las Castillas o Brasil: Castellanos de Castilla,/ tratade ben ós gallegos,/ cuando van, van como rosas,/ cuando vén, vén como negros! (…) En verdad non hai, Castilla/ nada com ti tan feio,/ que inda millor que Castilla/ valera decir inferno.

Un tema recurrente en los poemas de Rosalía de Castro es lo de la soledad (soedad, saudade, soidade, soidá). La soledad, tal y como apunta Carballo Calero, citado en la introducción de sus poesías, no es una especialidad gallega, sino un atributo de la existencia humana. Sin embargo, en la obra que nos ha dejado Rosalía este sentimiento de soledad se acentúa –estamos en plena época romántica– y da lugar a algunos de sus versos más exitosos: Meses do inverno frios,/ que eu amo a todo amar;/ meses dos fartos rios/ i de doce amor do lar./ Meses de tempestades,/ imaxen da dolor/ que afrige as mocedades/e as vides corta en fror (…).

Como ya ha quedado dicho, a una parte de los estudiantes del bachillerato del siglo pasado, el nombre de Rosalía nos evocaba, esencialmente, el de la frágil, brumosa y añorada poetisa de Santiago de Compostela, un nombre que era como un regalo más del santo que no nos importaba mucho si había llegado o no a esa ciudad, un nombre que nos hacía compañía, como el de Bécquer.

Ahora, para las nuevas generaciones, las que han nacido a partir de principios de este siglo, el nombre de Rosalía evoca, si es que evoca algo, y seguramente esto es coherente con el tiempo que estamos viviendo, el de una cantante de éxito que este verano ha triunfado con una canción titulada “Despechà”: Baby, no me llame/ que yo estoy ocupà/ olvidando tus male./ Ya decidí que esta noche/ se sale con toa mis motomami/ con toda mis gyales./ I ando despechà oah / alocá./ Que Dios me libre de volver a tu lao (…).

En efecto, las comparaciones son siempre odiosas.

Susana Alonso
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