¿Dónde está el dinero de la invasión alemana?

Mientras la directiva sigue sin admitir su culpabilidad y acusa a los socios de revender sus abonos, los expertos calculan que faltan varios millones en la recaudación del partido

El directivo Miquel Camps (foto), que tiene por costumbre exhibir su intolerancia a la crítica y a la libertad de opinión en general, se ha vuelto a poner en ridículo ante el barcelonismo defendiendo la peor de las tesis, inaceptable, sobre la noche trágica del Camp Nou. Afirma que, de forma demostrada, el club “puso medidas para no vender entradas a alemanes” y que fue la “picaresca” la responsable de lo ocurrido.

En un post tan extenso como impresentable, admite que la junta se reunió tras el partido -nunca antes, en previsión de la debacle anunciada- sin saber qué había pasado, cómo ni cuándo, pero satisfecho de que el presidente saliera a dar la cara y prometer que se adoptarían medidas.

“Aunque 48 h después siguen los tuits de gente diciendo que ha sido el club quien vendió las entradas a los alemanes, creo que ha quedado suficientemente claro y explicado que el club puso medidas para no vender entradas a los alemanes. Ahora bien, está claro que la picaresca ha demostrado que las consiguieron prácticamente todas ellos”, dice, poniendo el foco en el papel y culpabilidad de “los socios que compraron cuando la venta era sólo para ellos y luego revendieron, alemanes comprando vía VPN y otros sistemas para burlar las medidas de no poder comprar con visas de foráneo o IP’S extranjeras, ‘tour operadores’ con muchas visas locales… todo sumó pero también es muy cierto que yo fui al Palau a las 18:00 y os juro que vi con mis ojos colas y colas de socios vendiendo sus abonos a colas y colas de alemanes”.

No es admisible, si no es por la incompetencia y el talante totalitario y cobarde del personaje, acusar a los socios de revender sus entradas y abonos, ser testimonio de tales irregularidades y además permitirlo, pues si esas colas de abonados subastando sus carnets en el Palau eran verdaderamente ciertas, su obligación era denunciarlo, impedirlo y dar instrucciones para que en los accesos se comprobara la identidad de cada espectador antes de dejarlo pasar dentro del estadio.

Lo mismo valía para las entradas, pues identificando a cada uno de los alemanes, que además irrumpieron con sus camisetas del Eintracht, el problema se habría resuelto. No cabe esa torpe excusa, infantil y patética para quitarse el ‘muerto’ de encima y menos abundando en que el club hizo las cosas bien.

“También hemos visto muchos anuncios por internet vendiendo entradas y documentos repartidos por los hoteles con instrucciones de cómo utilizar los abonos”, añade, confirmando la sensación absolutamente indiscutible de que el ‘tsunami’ alemán se fue gestando con bastantes días de antelación.

En un rango no inferior de mediocridad, rencor, manipulación y mentira se encuentra Marc Duch, el embustero portavoz del Voto de Censura que acabó de número ‘tres’ de Víctor Font y que, desde sus plataformas, viene arrastrándose por el lodo del laportismo en busca de un trozo del pastel. “La culpa es de Rosell y de Bartomeu por generar un desarraigo social y convertir el estadio en un circo por la obsesión de vender entradas a los turistas. Ahora pagamos las consecuencias”, ha dicho, curiosamente sin ruborizarse, esclavo de su necesidad de vivir, como Joan Laporta, del Barça y de su entorno más tóxico.

El caso, como es notorio e indiscutible, es que fueron Rosell y Bartomeu quienes, contra la política del Gran Repte de Laporta, del acceso universal y abierto ilimitado, volvieron a instaurar medidas para garantizar el barcelonismo de los aspirantes a socios, exigiendo el aval familiar y de consanguineidad o bien tres años de pagar el carnet a fondo perdido.

También quienes desmantelaron las mafias de la reventa potenciadas por Laporta en su anterior mandato y los únicos, más Bartomeu que Rosell, que fueron a la caza del socio revendedor en una de las medidas más valientes, suicidas e impopulares de la historia, además de reducir el fraude y la especulación en las finales y grandes desplazamientos, entregando las entradas en destino.

Marc Duch, seguramente por la necesidad de mantener esa visibilidad para llegar a final de mes, miente, inventa, calumnia y se burla de los barcelonistas, como ha hecho siempre para erigirse en el peor cazarecompensas contra Bartomeu y su junta.

Ahora, sin embargo, Bartomeu ya no está ni es responsable de que la junta que tanto ha ayudado a colocar, la de Joan Laporta, haya priorizado las ganancias de sus amiguetes en las agencias oficiales que, bajo mano, se dedican a la reventa y haber mirado hacia otro lado mientras cualquier alemán con un móvil o un ordenador se saltaba los ridículos controles del departamento de Ticketing del club.

Marc Duch, compartiendo el liderato en ranking de fuleros de la semana, sabía como todo el mundo que las entradas vendidas, mínimo a 159 euros y máximo de hasta 665 euros, no las estaban adquiriendo masivamente seguidores del Barça ni mucho menos. ¿Puede querer engañar tanto a los socios como para negar que fue Laporta en su mandato quien decidió pagar dinero a los socios para que liberasen su asiento y obviar que fue esta junta la que hizo un llamamiento desesperado a los abonados azulgrana para que se lo cediesen gratis?

Más maldad y perversión, imposible. Las siguientes preguntas son dos. La primera es saber qué medidas extremas se han adoptado internamente contra los responsables de las áreas de Ticketing, Seguridad y Operaciones. La respuesta es ninguna, porque seguían instrucciones de esa presidencia-ejecutiva que lidera Joan Laporta, único culpable de lo ocurrido a falta de un CEO a quien echar a los lobos o a la calle.

La segunda también produce, más que inquietud, una sensación profundamente reconocible, sospechosa y truculenta en torno a ese tipo de decisiones que Joan Laporta es capaz de tomar, como la compra de terrenos en Viladecans, la venta de Can Rigalt o los fichajes de Keirrison y Henrique, entre otras.

Los números no cuadran pues, si Laporta admite que casi la totalidad de las 34.440 entradas puestas a la venta acabaron en manos de la afición rival, además de las más de 4.000 reguladas y controladas, difícilmente la recaudación podía bajar de los 6 o 7 millones en la taquilla oficial.

La portavoz Elena Fort fijó la recaudación en 3,5 millones. Otros expertos calculan que las agencias tramposas y las organizaciones de reventa consiguieron mover unos 10 millones que, descontado el precio facial de las entradas y la compensación por los abonos, habría dejado más beneficio, probablemente el doble, que la propia taquilla del partido.

¿Dónde está ese dinero?

Es indudable que, por desgracia, el Barça ha entrado en un angustioso estadio de oscuridad, degradación y toxicidad del que difícilmente podrá salir mientras gobierne quien gobierna, sin ningún control estatutario, y domine el discurso mediático.

No es casualidad que, tras la noche del 14-A, hayan desparecido de la programación de las radios, televisiones y redes sociales los espacios especiales sobre la crisis vivida en el Camp Nou. Interesa que se hable poco o nada.

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