Reforma laboral. Valor y precio

Susana Alonso

El acuerdo alcanzado por los sindicatos mayoritarios, la patronal y el Gobierno, en medio de la crispación de nacionales y nacionalistas, incrementará su importancia si propicia cambios para la profesionalización de la organización del trabajo y actúa sobre el despotismo de los mercados laborales. Esenciales ambos para determinar el grado de igualdad que alcanzan nuestras sociedades, al decir de la Comisión Mundial sobre el futuro del Trabajo de la OIT.

Todo sindicalista experimentado sabe que, llegado al acuerdo, lo difícil es que se cumpla en lo que favorece a los trabajadores. Antes y después interviene la correlación de fuerzas en cada lugar. Al aplicar lo convenido, las partes lo interpretan según sus intereses, momento en el que la concienciación, organización y movilización de los trabajadores, especialmente en los centros de trabajo, adquiere gran importancia. Procurarlo es función del sindicato, su razón de ser.

Las condiciones objetivas del trabajo también tienen importancia. La desindustrialización inducida en la última década del siglo pasado, incentivó sectores de baja productividad, con rentabilidad inmediata y especulativa. Se promovieron negocios del ocio, el turismo barato y el de borrachera. Prosperó el sector inmobiliario que, con la ley Aznar de “todo terreno es edificable”, trajo la crisis que nos costó más de ochenta mil millones de euros, contando solo el regalo a la Banca indiscriminada, que suprime servicios y prescinde de personal.

El deterioro sociolaboral aumenta conforme el ultraliberalismo privatizador persigue el dinero fácil y rápido, explotando al trabajador, aumentando las desigualdades hasta la infamia y pretendiendo que la libertad de empresa le sirva para imponer contratos precarios y trabajo basura.

Miman al consumidor, incluso el de cerveza, mientras desprecian a los trabajadores, incluso sanitarios y docentes, a los que van despojando de sus fortalezas. El “poder hacer” se perdió, al necesitarse grandes inversiones financieras para la producción en masa y la reducción de costes, a fin de incrementar beneficios privados. El “saber hacer” va careciendo de utilidad, por la simplificación fordista y la improductiva separación del “brazo en el taller y el cerebro en la oficina” taylorista.

Cada vez se precisan menos conocimientos para los empleos, en los que prevalece el algoritmo, el automatismo y el robot. El salario ya no estará en función de la valía de cada trabajador, de sus conocimientos, capacidad y experiencia, de su categoría profesional, sino del puesto de trabajo que le asignen, diseñado prescindiendo total y absolutamente de él. Así es en los convenios de SEAT y Química, entre otros. El cambio de estatus y nivel salarial debe esperar al cambio de puesto de trabajo que se conceda. Se pueden reducir los salarios conforme se simplifican las tareas, con independencia de la voluntad de mejora y evolución profesional del trabajador. La inseguridad, la resignación y el temor son la consecuencia.

La unión que proporciona trabajar juntos en un mismo recinto y conocer el patrón que se apropia de la plusvalía, se difumina. Los gestores que rigen los módulos de producción y servicios repartidos por el ancho mundo, con apoyo en el just in time toyotista, responden ante fondos de inversión transnacionales deshumanizados e invisibles. Con la informática, los trabajadores pueden realizar la tarea desde su casa, sin necesidad de verse, ni conocerse ni solidarizarse.

Las condiciones para tener trabajadores sumisos, desprofesionalizados y prescindibles, fácilmente sustituibles, están creadas. La promoción personal es un inconveniente para la gestión neutra. Si se equiparan a autómatas no hay aspiraciones. Instalan conceptos que influyen en la empresa y en la sociedad, controlables a su conveniencia. Responsabilidad corporativa, economía colaborativa, coaching, inteligencia emocional, liderazgo, evaluación del desempeño. Olvido de otros, como la ergonomía.

De necios es confundir valor y precio dijeron Quevedo y Machado. Las condiciones de trabajo son anteriores al salario. Si la educación y la enseñanza profesional no se perciben como vía de ascenso laboral y social, se pueden considerar inútiles. Solo parte de la enseñanza privada, que excluye por costo y selección, asegurará los privilegios de las élites. La brecha se agranda más.

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