La ‘herencia’ del Femení y del básquet le salvan el fin de semana a Laporta

El aparato mediático sólo apela al pasado cuando se trata de atacar a Bartomeu, mientras que Messi, de vuelta a Barcelona, cena con Alba y Busquets y margina a Piqué

El fin de semana pasado, mientras el primer equipo azulgrana exhibía su involución y limitaciones en Mendizorroza, el Femení conseguía la Supercopa de España con una contundente victoria por 7-0 sobre el At. Madrid y el equipo de baloncesto de Jarunas Jasikevicius dominaba al Real Madrid en el WiZink Center con una superioridad incontestable. 

La imagen que los medios reprodujeron de ese sobresaliente partido del Femení no fue, sin embargo, la de la estrella del partido, Graham Hansen, autora de un hack trick, sino la de todo el equipo campeón manteando a Virginia Torrecilla, jugadora del At. Madrid. La ex-futbolista del Barça reaparecía después de superar un cáncer, lo que fue el principal motivo de celebración para ambos equipos. En especial también para el azulgrana donde había dejado una huella personal imborrable y muchas amigas.

La fotografía reunió en una potentísima expresión la excelencia de un equipo que viene de conquistar el Triplete y lidera la Liga Iberdrola con la máxima expresión de esos valores que le son propios e inalienables al FC Barcelona, entre ellos el compañerismo, el respeto, la amistad y la sensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento ajenos. El Femení es hoy un ejemplo mundial y quien mejor representa esa esencia de la naturaleza azulgrana que lleva escrito en su ADN la ambición de ganar mediante el juego, la técnica, el trabajo en equipo, el esfuerzo y el respeto. 

Al Barça no le sirve ganar sin merecerlo, necesita manifestar esa superioridad futbolística que ha sido una exigencia de su masa social y un sello identitario, una inclinación natural hacia el buen gusto, no sólo a base de reunir a los mejores jugadores del mundo sino dándoles la oportunidad de exhibir su talento para el juego y se diría que obligándoles a llevarlo a la máxima expresión.

El Femení, además, ha incorporado desde hace años, por mimetismo, por escuela y por pertenencia a una institución única y especial todos esos atributos que, desde hace muchos años, especialmente desde 2008-09 y los años posteriores, adornaban las continuas exhibiciones del primer equipo con Messi liderando ese dominio del fútbol mundial sin precedentes.

Esta semana, cuando el Femení y el básquet han conseguido salvar el fin de semana tan desafortunado del equipo de Xavi, confirmando esa entrada en barrena de juego y de sensaciones, se ha destacado la extraordinaria competitividad de ambas secciones como algo indiscutible, reconocido y motivo de orgullo. No se ha hecho, en cambio, una lectura en clave de ‘herencia’ a diferencia de las continuas alusiones al pasado, sangrantes y críticas cuando se trata del primer equipo y de recordar que todos los males y desgracias sólo tienen un origen: Josep Maria Bartomeu.

La realidad, obstinada, recuerda sin embargo que la trayectoria del Femení, como la nueva hornada de futbolistas (Pedri, Ansu Fati, Araujo, Gavi o Nico), los fichajes de Jasikevicius o de Nikola Mirotić, el potente equipo de fútbol sala, el de balonmano y el de hockey patines provienen también del mismo origen, de la gestión de Josep Maria Bartomeu.

Probablemente, la regeneración del mejor equipo de todos los tiempos no se realizó con el acierto, la fortuna ni la autoridad oportunas. Cuando se ficha a Coutinho o a Quique Setién se busca mejorar el rendimiento, del mismo modo que se apuesta por Mirotić o Jasikevicius. En el básquet ha funcionado, pero no en el fútbol.

Ni tuvo éxito Bartomeu ni tampoco Joan Laporta que prometió, además de renovar a Messi para que el proyecto tuviera sentido, devolver al equipo a la primera línea del fútbol mundial. Hoy Laporta ya es plenamente responsable, por acción y omisión, del rendimiento del equipo a partir del 1 de julio pasado cuando tuvo la oportunidad de dar las bajas que quiso (Messi y Griezmann), de cambiar de entrenador, de fichar y de rectificar como hizo con Koeman  al que finalmente destituyó sin tener muy claro cómo enfocar esa revolución pendiente que el barcelonismo ya ha asumido pero que nadie se atreve a afrontar.

Laporta le dio plenos poderes a Xavi, aunque antes ya había decidido, junto con el cuerpo y la secretaría técnicos de su confianza, Ramon Planas y Jordi Cruyff con la ayuda de Mateu Alemany, reforzar el equipo con Èric Garcia, Kun Agüero, Memphis y Luuk de Jong. Nadie ni nada le obligó, pues si tenía el poder para echar a Messi y Griezmann le sobraba para negarse a esas operaciones. Lo mismo con Xavi, al que aceptó como mal menor y solución más mediática pues en su fuero interno soñaba con un entrenador alemán al que no le temblase el pulso a la hora de plantearse el futuro de las ‘vacas sagradas’. 

Como Bartomeu o Rosell antes, como Guardiola, Tata Martino, Luis Enrique, Valverde, Setién y Koeman, ni Laporta ni Xavi se han atrevido con un vestuario en el que Piqué y los capitanes, Busquets y Alba, cortan el bacalao y marcan el ritmo y el estilo de juego. Para Laporta son héroes y Xavi no ha osado dejarlos un minuto en el banquillo cuando, a ojos de la afición y de la crítica, empiezan a necesitar relevos, descansos y sustitutos más pronto que tarde. También son los que más cobran.

Al problema, Laporta y Xavi han añadido el de Alves y el carísimo fichaje de Ferran Torres, un delantero con el que el técnico no tiene suficiente pues insiste en fichar a Morata, más aún ahora que su mejor delantero ha sido marginado en otra decisión completamente absurda.

El vestuario vive también momentos de cierto nerviosismo porque las críticas del entrenador y de la prensa acaban pesando en un grupo en el que también se han abierto brechas internas, como lo demuestra que la noche del lunes cenaran juntos en Barcelona Messi, Alba y Busquets, una mesa organizada por Leo aprovechando que no va esta vez a la selección y en la que, expresamente, no invitó ni convocó a Gerard Piqué. 

El delantero argentino ha roto cualquier relación con él y le considera cómplice necesario de la envolvente que le preparó Joan Laporta el verano pasado para acabar descartando su renovación. Leo sabe que, a partir de su marcha, quien se convirtió en el confidente, espía y chivato del presidente en el vestuario fue Piqué, que además ya se había asegurado un final de carrera con Bartomeu hasta la temporada 2023-24 y un premio para retirarse de más de 11 millones. Piqué está fuera de ese círculo de los capitanes del Barça y dentro del núcleo duro de Laporta, al que Messi tampoco puede ni ver y al que mantuvo lejos suyo y de su familia en la gala del Balón de Oro. 

En efecto, existe un pasado. Pero tiene matices, del mismo modo que la herencia ni acaba ni empieza en Coutinho o Umtiti. También están el Femení, Mirotic o Pedri.

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