¡Gracias, familia de Canet!

La noticia no es que esa gente «tan ufana y tan ofendida» (y tan «comprometida») lleve a sus hijos a la escuela privada. Ni tan siquiera que allí reciban el 25% de las clases en castellano, mientras pregonan que es necesario mantener la inmersión porque «tiene un efecto cohesionador». Me parto de la risa. Quienes piden cohesión resulta que eligen escuelas nada cohesionadoras de la sociedad catalana, porque sus alumnos son educados en lenguas ajenas (para ellos, también el castellano) a la realidad lingüística de Cataluña. ¡Qué despropósito! El propio consejero de Educación, Josep Gonzàlez Cambray, ha renunciado al 25% de su apellido en castellano, poniendo el acento abierto sobre la a, mientras que acepta que su descendencia sí haga ese mismo porcentaje de horas en español en la escuela. ¡Cuánta incongruencia!

A mí ya no me sorprende nada. Estamos tan acostumbrados a oír de esta estirpe de impresentables que debemos hacer no sé qué, pero ellos (y ellas) hacen completamente lo contrario. ¿Recuerdan el «apretad», «apretad», de Torra mientras él bebía tranquilamente ratafía en su despacho? Pues igual.

Como decía, la noticia no es solamente esa, porque, parece mentira, lo que no han logrado los sindicatos mayoritarios en décadas, lo hace una familia de una escuela de Canet en poco tiempo. Únicamente querían que se aplicara la ley, que su hijo pudiera tener un 25% de las horas en castellano, una materia más, nada más. Sin embargo, no podemos imaginar el favor que le han hecho a toda la comunidad educativa. Porque, después de que el Departamento de Educación repitiera por activa y por pasiva que no hay dinero para personal de apoyo, para restablecer todos los estadios del personal funcionario a seis años (recordemos que para tener el primero deben pasar nueve años), para recuperar el Fondo de Acción Social, para que los profesores de secundaria vuelvan a tener las horas de clase de antes de los recortes y que los mayores de cincuenta y cinco años disfruten de la reducción de dos horas lectivas, resulta que el consejero se saca de la manga un profesor de apoyo (¡en cada aula!), si algún alumno pide clases en castellano. ¿Imaginan? Es fácil realizar los cálculos. Si una escuela de primaria tiene una línea, es decir, 9 aulas y 9 profesores, pasaría inmediatamente a tener 18 tan solo que en cada clase hubiera un alumno que solicitara ese 25% famoso. Y si ya vamos a un gran instituto con sesenta aulas de primero de la ESO a segundo de Bachillerato, ¡120 profes de golpe! ¡La solución a todos los problemas! No había dinero para nada, ni para arreglar las calderas obsoletas de algunos centros educativos, ni para renovar los patios, ni crear aulas de acogida o UEC. El discurso siempre era (y es) la falta de presupuesto, que era (y es) necesario adaptarse a lo que cada escuela tiene. Ahora ya se ha solucionado todo. No hace falta que los sindicatos se esfuercen demasiado. Solamente será necesario pedir a una familia de cada aula que elija el 25% de horas en castellano y, automáticamente, se doblará al profesorado del centro educativo.

Yo únicamente tengo que dar las gracias a esa familia de Canet. He estado cuarenta años dando clase, luchando por la mejora de las condiciones laborales del profesorado y trabajando para que el alumnado recibiera la mejor educación. Me ha tocado pelearme con inspectores que recibían órdenes de no escucharnos, de dar largas a nuestras peticiones, invitándoles a que vieran in situ la degradación del lugar donde dábamos clase. Algunas veces conseguíamos las migajas, quedando agotados de tanto arrastre, de tanta locura lamedora. Porque, es necesario que se sepa, los recortes han sido brutales en el sector de la enseñanza: más del 50% en las dotaciones económicas para los institutos; es decir, para pagar agua, luz, gas, teléfono y material fungible. Pueden imaginar la presión y la angustia por tener que decir al alumnado que ese invierno no se pondrá la calefacción o que el profesorado no podrá hacer las fotocopias que tenía previstas. Y ya no hablemos de la falta de mantenimiento que lo condiciona todo.

Pese a ese panorama, hay motivos para la alegría. En un gran golpe de efecto, como si se tratara de un prestidigitador de renombre, González Cambray (me niego a cambiarle el acento), se saca de la manga miles de profesores que supuestamente apoyarán la labor educativa en el aula para ayudar en el objetivo intocable de la inmersión. ¿Cómo no habíamos caído antes? ¡Gracias, familia de Canet!

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