Nos están gaseando con ideología

Susana Alonso

En 1796 Destutt de Tracy (Elements d’ideologie) creó la palabra ideología para identificar, según José Ferrater (1994), el “conocimiento” basado en la aplicación del pensamiento a la realidad y al análisis de las ideas y sensaciones. Una concepción del mundo contraria a la metafísica formada por un conjunto de ideas, valores y principios que caracterizan a una visión de la realidad. Un significado del conocimiento, en cierto modo, cercano a lo que ahora llamamos cultura; es decir, una forma propia de entender la realidad. Esta concepción de la ideología es la que nos sirve para conformar nuestra visión del mundo y también para entender las distintas visiones de los demás.

Posteriormente, se han asignado nuevos significados al término ideología. Por ejemplo, Marx y Engels atribuyen a la ideología la noción de falsa conciencia, de ocultación de la realidad, de enmascaramiento de la realidad o de reflejo de intereses sociales. Han seguido posiciones similares pero con matices diferentes; por ejemplo, Vilfedo Pareto destaca (con los “residuos” y las “derivaciones”) la función de la ideología en la justificación de las acciones emprendidas por determinados grupos. Visión que Victor Hugo expresó de forma más directa en voz de uno de los personajes de Los miserables, cuando dice: “Hurgan en nuestro corazón con un puñal y nos hacen admirar el mango”, o como lo hace también con una referencia más actual Rafael Chirves en Crematorio: “Cuando la idea no te deje ver la realidad, no son ideas, son mentiras”.

Ésta es la visión de Juan Torres en el libro Econofakes: “La proliferación de fake news (noticias falsas) es un fenómeno dramático porque la mentira nos hace esclavos, y nos impide ver lo que nos conviene y que nos interesa conseguir”. Nos propone desenmascarar diez mentiras económicas, una tarea que recuerda la respuesta de Esther (personaje de El Casalot de Charles Dickens) cuando Mr. Skimpole le pregunta: “Ama, ¿qué hace subida tan arriba?”, y ella contesta: “Desentelarañar el cielo para que corra el aire”.

Juan Torres abre diez ventanas para que corra el aire en el conocimiento económico y se interroga sobre la formación de los precios, la competencia y el libre mercado, los salarios y la aportación a la empresa, el dinero y los intermediarios financieros, la relación entre el salario y la creación de empleo, el envejecimiento de la población y las pensiones públicas, el libre comercio o la protección y, por último, sobre el gasto público y los impuestos.

Temas sobre los que concluye que “la economía no es un conocimiento científico, objetivo, neutral, cuya puesta en práctica deba quedar, por tanto, sólo en manos de los técnicos”. La economía está repleta de justificaciones, enmascaramientos, mitos y narraciones, que dificultan la explicación de la realidad y que es necesario remover para que la economía esté al servicio de los ciudadanos. Como dice Joseph Stiglitz (El precio de la desigualdad, 2014), “la batalla de los gobiernos frente a los errores del mercado son batallas ideológicas”.

La peligrosa austeridad no es economía, es ideología. Ha justificado ideológicamente un proyecto político para desregular las relaciones laborales, devaluar los salarios, debilitar al sector público, desguazar el Estado del bienestar y privatizar los riesgos sociales.

La austeridad en realidad ha generado el malbaratamiento contractivo de los recursos económicos (es difícil considerar la generación de paro como austeridad). La austeridad ha aumentado las desigualdades y ha significado alejar la economía del interés general, y si la economía no está al servicio de las personas y del bien común, es probable que las personas se alejen de la política y prosperen los relatos nacionalistas y populistas. En política económica el contenido ideológico de las decisiones condiciona la vida de las personas, especialmente en aquellas decisiones que afectan a la atención comunitaria de los riesgos sociales y económicos.

Pero las justificaciones, narraciones, mitos, enmascaramientos y mentiras son también un obstáculo para el debate democrático, para elaborar propuestas y para la práctica democrática de contrastar los resultados y la idoneidad de las políticas.

Juan Diego, en una entrevista en Público el 13 de octubre de 2014, advierte de estos peligros cuando nos dice que «están gaseando a la gente con ideología».

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