Afganistán, veinte años después

Se cumplen veinte años de los atentados del 11-S que tuvieron como primera respuesta la ofensiva militar en Afganistán para capturar a Bin Laden y echar al régimen talibán que apoyaba a Al Qaeda. Estados Unidos y el resto de países que, con el visto bueno de la ONU, se implicaron en una misión militar, humanitaria y política para construir un nuevo régimen, se han retirado de una manera humillante por la equivocada estrategia de Joe Biden y su voluntad de cumplir lo pactado en Qatar por Donald Trump con los talibanes.

El hundimiento del estado afgano, mientras muchos de los que creyeron en un nuevo Afganistán donde se respetarían los derechos humanos y se darían oportunidad a las mujeres intentaban subir a un avión en el caos del aeropuerto, ha generado dolor en los países occidentales que creyeron en lo que hacían, enviaron tropas, muchos soldados perdieron la vida y aportaron millones de dólares para la reconstrucción.

Mientras George Bush padre, el de la primera guerra de Irak de 1991, hecha con el visto bueno de la ONU, una vez expulsados ​​de Kuwait los ocupantes iraquíes, hizo caso al general Norman Schwarzkopf cuando tenía las tropas a punto de ocupar Bagdad, que aconsejó retirarse, al no haber ni un mandato, ni un plan para administrar Irak si se eliminaba a Saddam Hussein, George Bush hijo, un año y medio después del 11-S, sin el mandato de la ONU, hizo lo contrario y disolvió temerariamente el estado iraquí.

Con los talibanes derrotados y Bin Laden huido, George Bush hijo y los halcones de la Casa Blanca Donald Rumsfeld y Dick Cheney se inventaron la historia de que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y colaboraba con Al Qaeda para invadir Irak. Mientras EEUU y la ONU contaban en Afganistán con los señores de la guerra y los líderes tribales para crear una nueva administración donde los talibanes no habían dejado nada, Bush hijo ocupó Irak sin el visto bueno de la ONU, y disolvió el estado iraquí, desde el ejército hasta la policía, el sistema judicial y la administración municipal, provocando un caos que sólo sirvió para alimentar la insurgencia y una nueva guerra. Una insurgencia que mutaría. Y un insurgente, Abu Bakr al-Baghdadi, que había sido encarcelado en 2004 por las fuerzas estadounidenses en Camp Bucca, una vez liberado fue quien creó el grupo del Estado Islámico que actuaría también en Siria, y rompería con Al Qaeda por considerarla demasiado blanda.

Susana Alonso

Son varias las causas de la rápida victoria talibán conseguida mientras el Estado afgano se disolvía él solo. Pero la forma en que Trump pactó con los talibanes, despreciando al Gobierno de Kabul, debilitó aún más un Estado que no se podía sostener por sí solo, por tres motivos. Uno era el tribalismo que hace que muchos ciudadanos sientan la fidelidad a su grupo por encima de la lealtad y el sentimiento de pertenencia al Estado común. Este tribalismo o comunitarismo, como ocurre en los eternamente bloqueados Bosnia y Líbano, es campo abonado para la corrupción que mina aún más la necesaria credibilidad de los ciudadanos en el Estado. La segunda es que Afganistán se sostenía económicamente gracias al 40% del PIB que proviene de las ayudas extranjeras. Una economía que depende de las ayudas no puede caminar sola. Y la tercera es que la principal fuente de ingresos de Afganistán es el opio, un mercado incompatible con la transparencia, y necesita la corrupción y el tribalismo para continuar fluyendo. Sin embargo, muchos creían que a pesar de que parte de la ayuda se perdiese por el camino, a pesar de no ser claro y productivo como el Plan Marshall en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, valía la pena continuar haciéndolo porque no había alternativa.

Sin saber qué sistema gobernará Afganistán, entre otros motivos porque los talibanes no tienen ni idea cómo hacerlo, EEUU, que pactaron con ellos en Doha, dicen que han cambiado y se coordinarán con ellos para combatir el terrorismo de la su mutación, el Estado Islámico. Mientras Europa, que teme un nuevo éxodo de refugiados, dice que sin reconocer el régimen, se debe mantener la ayuda y desbloquear los fondos retenidos para que la economía vuelva a fluir. Los talibanes querrían la ayuda de tecnócratas y funcionarios turcos, saudíes, qataríes o chinos para poner en marcha la administración y la economía. Pero, no nos engañemos, la economía de Afganistán depende del opio. Y mientras las drogas sean ilegales en la mayor parte del mundo, su comercio y la corrupción que genera serán incompatibles con cualquier intento de crear un Estado sólido.

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