La caída de Barcelona

Antes de empezar las vacaciones os sugerí la lectura de cuatro libros este verano: «Thanatia. Los límites minerales del Planeta», de Adrián Almazán con conversaciones con los científicos Antonio Valero y Alicia Valero (Icaria Editorial), «Cuentos del progreso. Conversaciones con el pastor», de Gustavo Duch (Pol·len Edicions), «Todos los Ahmad del mundo», de Ahmad Alhamsho (Plataforma editorial) y «La cara oculta de China», de Isidre Ambrós (Diëresis). Y os avanzaba que para la rentrée sugería «1939. La caída de Barcelona «, de Andreu Claret (Columna Edicions).

Pues, la rentrée ya ha llegado. «1939. La caída de Barcelona» ya está en las librerías. E insisto: vale la pena leerlo. Vale la pena por un doble motivo: por el entretenimiento que supone seguir el hilo de la ficción de la novela y por el testimonio histórico que incluye. Andreu Claret está sorprendido -yo diría que enfadado- porque hay muy poca narrativa escrita y no digamos audiovisual sobre la caída de Barcelona en manos de las tropas franquistas y la huída de Cataluña camino de Francia de más 400.000 personas. Camino que la inmensa mayoría hizo a pie. Como su madre, desde Manresa. Llevar «1939. La caída de Barcelona» a los cines o a las plataformas de difusión de productos audiovisuales contribuiría a ir compensando este vacío informativo.

Después de la guerra vinieron casi 40 años de dictadura. Fueron años de silencio y miedo. Cuando, una vez recuperada la democracia, se empezó a hablar del posible regreso de Josep Tarradellas a Cataluña yo tenía veinte años y ni idea de que fuera el presidente de la Generalitat en el exilio. Tuve que hacer un curso acelerado de la historia reciente de Cataluña para ponerme al día. En las escuelas del franquismo si se hablaba de los republicanos que la perdieron era para desprestigiarlos. Eran los rojos, los progres, los malos… Estudiábamos Formación del Espíritu Nacional y uno de mis grandes méritos curriculares es que ésta fue la única asignatura que suspendí cuando estudiaba en una academia en la que un retrato de Franco presidía la clase donde nos sentábamos separados los chicos de las chicas. Anécdota a añadir: cuando los chicos se portaban mal les castigaban a sentarse con las chicas. Así de enfermo estaba el director de aquella academia.

Aquel señor venía a ser el representante de nuestros talibanes, los que encierran a las mujeres en casa o las esconden bajo la ropa de los burkas y que ahora dicen que se han moderado. Millones de afganos no se lo creen y por eso han huido y siguen intentando huir de su país. La huída de estas personas es una crisis humanitaria comparable a la de los ciudadanos que huyeron hacia Francia para no caer en las garras de los fascistas.

En Cataluña esto ocurría en 1939. En Afganistán en 2021. Confiemos en que no tengan que pasar 82 años para que un Claret afgano escriba una buena novela histórica sobre la caída de Kabul.

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