El abrazo

Dicen que un abrazo genera la segregación en el cerebro de la hormona vasopresina, la que provoca la satisfacción. Hay estudios que describen las ventajas: retrasa el envejecimiento, reduce el apetito y se convierte en un excelente antidepresivo. Recomiendan los que saben, un mínimo de cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para mantenerse y doce para crecer; la duración sugerida es de veinte segundos por encaje. Antes de la pandemia, en Holanda se puso de moda una terapia antiestrés que consistía en abrazar vacas; también, y de forma más extendida, se hace con los árboles. Sin embargo, a pesar de la salubridad del gesto, durante la pandemia hemos dejado de abrazar o, al menos, hemos restringido mucho su uso e intensidad. El maldito virus ha hecho saltar por los aires el abrazo y tantos otros bienes de la humanidad, y ha reivindicado el espacio vital de cada uno. Dicen que la distancia personal, la que nos damos todos juntos en relaciones más o menos amistosas, es de unos 46 centímetros -la alargada de un brazo, aproximadamente-, y la íntima, la que sólo regalamos a unos pocos privilegiados, bordea los 15. La pandemia nos ha ensanchado la distancia hasta el metro y medio o dos metros. Ahora, con la vacunación, los abrazadores compulsivos, entre los que me incluyo, anhelamos volver a abrazar.

Por eso celebré el abrazo del presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, al ministro y líder del PSC, Miquel Iceta. Un abrazo que ha removido los extremos y, de manera especial, crispó a los más hiperventilados de la bancada independentista. Lo ven como una traición y afean a Cuixart. Mal vamos cuando un simple abrazo merece tanta gesticulación. Llama poderosamente la atención que un líder independentista, encarcelado por una manifestación, sea lapidado en las redes sociales por sus propios seguidores, que lo hacen desde el sofá de casa. El mismo Cuixart ha salido en defensa propia: «El odio y el rencor no son una posibilidad».

En su día ya pasó algo similar cuando el entonces líder de la CUP, David Fernández, abrazó al presidente Artur Mas. Los más radicales de cada familia tampoco lo entendieron.

En otra división, consta también el abrazo de Nelson Mandela a sus carceleros.

El abrazo, literal o simbólica, ha sido siempre un gesto de reconciliación de bandos enfrentados, y en algunos casos la historia le ha reservado su propio capítulo. En Chile, el abrazo de Maipú; en México el de Acatempan; en Perú, el de Maquinhuayo; o en España, el de Vergara, entre otros. Desconozco si el susodicho abrazo entre Cuixart y Iceta alcanzará rango histórico por haber contribuido a la reconciliación, y acabaremos hablando del abrazo de los Tarongers, por ejemplo. Ojalá. Constatar sólo que, con el abrazo, cariñoso, ninguno de los dos renunció a ninguno de sus preceptos, simplemente se comportaron como gente civilizada, que adivino que es lo que son.

El abrazo, cuadro de Pablo Picasso, también lo explica.

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