El rapero que quería ser flautista…

Más allá de la Mala Rodríguez, de quien me declaro fan, mis conocimientos de rap dejan mucho que desear. Así, me abstendré de valorar las habilidades artísticas de Pablo Hasél -nombre artístico de Pablo Rivadulla y Duró-, que desconozco. El rapero y poeta leridano ha ingresado en prisión, acusado de enaltecimiento del terrorismo y reincidencia -el historial de Hasél acumula sentencias adversas, las cuales le han llevado finalmente a la trena-. De acuerdo, no me gustan sus letras, en muchos casos de pésimo gusto y escasa gracia, y en unos pocos incluso vomitivas. Sin embargo, nada de lo que ha escrito, ni siquiera aquel desafortunado «Ángel, capullo, te mereces un tiro» -refiriéndose al ex alcalde de Lleida-, merece la cárcel. La teoría dice que la prisión debería ser el último recurso, y la práctica constata, desgraciadamente, justo lo contrario.

Dicho esto, Hasél no es un héroe. El joven que, insisto, no merece la cárcel, no merece tampoco el enaltecimiento. Del mismo modo que no ha hecho nada que justifique que se le prive de libertad, tampoco atesora méritos suficientes para convertirse en un referente. Ni es un diablo ni un semidiós. Así, cansa la canción que lo vende como el flautista de Hamelin. No es el gurú al que los jóvenes siguen hipnotizados. Hasél ha sido sólo un pretexto para protestar, la espoleta. Dudo que la mayoría de los que vocean estos días por las calles de Cataluña hayan escuchado o leído un rap del leridano, más allá de las letras sueltas que afloran estos días para justificar el encarcelamiento.

Los jóvenes y no tan jóvenes salen estos días a las calles porque están cansados de muchas cosas, hartos, y quieren que sus quejas sean escuchadas. A estos, como siempre, se añade un grupúsculo de radicales que pasaban por allí, los de siempre, que se dedican a quemar contenedores, saquear comercios y lanzar botellas de vidrio. Estos, distraen la atención y desenfocan la protesta. Después, las crónicas sólo hablan de los violentos y se olvidan de los demás, de la inmensa mayoría. El ruido siempre se acaba imponiendo. Los del fuego no quieren nada, sólo incendiar contenedores, los demás quieren y merecen ser escuchados y sería bueno que los primeros no sirvieran de excusa para desoír a los segundos.

Por otra parte, si bien es cierto que los Mossos hacen su trabajo tan bien como saben o pueden, y que intentan hacerla al margen del ruido político, no es menos cierto que no son infalibles, los ojos torpedeados lo certifican, y es necesario que, como cualquier otro colectivo, rindan cuentas y depuren responsabilidades.

El foco de la atención a todo ello deberíamos ponerlo en los pacíficos que protestan, que haberlos haylos. A estos, los cansados de pandemias, restricciones, precariedad laboral, corrupción impune, pobreza… se les debería dar alguna respuesta más allá de unas rimas más o menos bien juntadas o con más o menos gusto.

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