Tabàrnia en Bruselas

Estudiantes de un máster de la Facultad de Letras, Traducción y Comunicación de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) fueron interpelados la semana pasada por un profesor un poco impertinente que les pidió que levantaran una mano los que creyesen que Catalunya será un estado independiente en los próximos cinco o diez años. Sólo lo hizo una chica, que resultó que era catalana y que se había apuntado al máster porque son mucho más baratos que los que se cursan en nuestro país.

El programa europeo Erasmus no sólo funciona para los estudiantes sino también para los profesores y me he aprovechado de ello para participar en un par de sesiones de este máster como docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, invitado por David Domingo, un catalán que hace años que ejerce en esta universidad. Hablé del papel de los medios de comunicación en el debate sobre la posibilidad de que Cataluña se convierta en un país independiente y mantuve intercambios muy interesantes con profesores de la ULB. Con ellos hablé de Cataluña y de Bélgica.

En Cataluña existe la preocupación de que la comunidad se fracture en dos, que la expresión «Cataluña, un solo pueblo» deje de tener sentido. En Bélgica no lo tiene. Son dos pueblos. Por un lado están los flamencos, con su lengua y su territorio y, por otro, los valones, también con lengua y territorio diferenciados. En medio queda Bruselas, situada en la zona flamenca pero con una mayoría francófona abrumadora.

Está consolidada la idea de que los flamencos piensan que los valones son unos vagos y que los valones tachan de nazis y supremacistas a los flamencos. Enemigo como soy de los estereotipos tendría trabajo extra en Bélgica para combatir estos. En una cena con colegas belgas me senté entre un profesor flamenco y una periodista valona. El profesor tenía pinta de cualquier cosa menos de aprendiz de Hitler. La periodista ha dedicado su vida a dar a conocer la realidad de la República Democrática del Congo. Ya jubilada continúa escribiendo en su diario, Le Soir. De gandula, nada de nada.

Después de hablar con ambos y con más gente he vuelto a Barcelona convencido de que si Bruselas no se hubiera convertido en la capital de Europa, las relaciones entre Flandes y Valonia habrían sido mucho más complicadas los últimos años. Sin embargo, el tiempo pasa, van tirando y nunca se les ocurre que las divergencias justifiquen la más mínima violencia. Mal rollo, quizás. Pero violencia, nunca jamás. Veremos qué papel juega Barcelona en nuestro debate particular.

Pedí también a los alumnos del máster que levantaran la mano los que crean que Flandes y Valonia serán dos países independientes dentro de cinco o diez años. Un par lo hicieron. Peut être («tal vez), dijo una de ellas. Pero no parecían demasiado preocupados por el futuro de Bélgica. En el campus de la ULB los estudiantes hablan casi todas las lenguas del mundo. Tienen otras preocupaciones en la cabeza. ¡Y hacen santamente!

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