Jumanji

Rajoy tiene un pollo de cojones. Lo dijo la cabellera del presidenciable Puigdemont a sus colaboradores la noche electoral y tiene razón. ¡Qué gran acto de justicia poética han sido los resultados de estas elecciones autonómicas, que no han servido para nada más que para demostrar su inutilidad! Obligados por el 155 hemos jugado una partida demencial y el resultado es que hemos vuelto a la casilla de salida, algunos más perjudicados que otros. Dicen en Madrid que Cataluña está rota –lo dicen porque la gobernabilidad está en manos del soberanismo, si fuera al revés sería una victoria de la democracia- y que no hay nadie con suficiente hilo y aguja para poderla coser. Y a partir de aquí entramos de nuevo en un bucle de declaraciones y amenazas para ocultar que la solución la hemos tenido siempre delante de las narices: política, política y política.

Más allá de victorias amargas, derrotas dulces, icetatones caducados y llaves de puertas que no llevan a ningún sitio, si hay un perdedor claro en esta enloquecida partida de Jumanji a la catalana, éste ha sido el PP. El señor García se ha pegado una hostia monumental por culpa de la señorita zanahoria y tendrá que compartir grupo mixto con la CUP en el nuevo Parlamento. Esto también es un acto de justicia poética, a pesar de que lo siento mucho por los cuperos. Por eso animo a los anticapitalistas a reclamar a Puigdemont el retorno de los favores con el préstamo de los diputados necesarios para poder formar grupo propio. No puedo imaginar una desgracia peor que tener que interactuar una legislatura entera con el chico de Badalona en una tercera lengua.

Quien la hace, la paga. Como en la delirante película que protagonizó el malogrado Robin Williams, Mariano Rajoy ha querido hacer trampas para cortar de raíz la revuelta catalana y ha tirado los dados cuando no tocaba. No se ha convertido en un mono peludo como el niño tramposo de Jumanji, pero el pollo –o cocodrilo, como queráis- que ha provocado él solito se lo tendrá que comer crudo, entero y sin sal. ¿Qué hará el presidente español cuando el desmelenado Carles Puigdemont llegue a la Junquera harto de comer mejillones en Bruselas y con su séquito real para reclamar la corona? Ahora que también podría ser que a Rajoy le diera por decretar el 155 urbi et orbi. Porque dimitir por incompetente, no creo.

El otro gran damnificado del 21-D ha sido el partido de Ada Colau. De tener la llave de la gobernabilidad –copiando el lema de campaña de los republicanos del primer tripartito- ha pasado a no tener ni tan solo la llave del lavabo. Pensar que tendrás más votos si la alcaldesa de Barcelona dice que es bisexual en un frívolo programa de televisión de cotilleos estatal es no haber entendido nada. Los comunes han aterrizado en este planeta con un mensaje que iba de lucha de clases cuando en estos comicios se jugaba con otras cartas. El mundo de la universidad produce monstruos y listillos desorientados, por eso no han acabado de ver que el obrero catalán hace muchos años que vota a partidos de derechas y no sólo porque ya no tiene consciencia de clase explotada. Básicamente es porque los partidos de izquierdas siempre le han engañado con cuentos chinos.

La alcaldesa Colau no hacía muy buena cara en el último pleno municipal del 2017 celebrado al día siguiente del desastre. Le queda poco más de un año de mandato y el eterno dilema sobre si gobernar sola o buscar un socio sigue sin resolverse. El escenario político –presente y futuro- se construye sobre peligrosas arenas movedizas y el comportamiento del electorado catalán es, como hemos visto, imprevisible. Siempre que Rajoy respete los resultados del 21-D, las próximas elecciones son las municipales y la victoria de Ciudadanos en siete de los diez distritos de Barcelona no sólo preocupa a los populares. Por suerte, siempre nos queda el consuelo del discurso de Navidad del rey de las Españas. ¡Fum, fum, fum!

 

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