Entrevista a Cesáreo Rodríguez-Aguilera de Prat

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*Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona. Doctor en Derecho y Licenciado en Historia Contemporánea. Entre sus principales libros figuran Gramsci y la vía nacional al socialismo, Nacionalismos y autonomías y La crisis del Estado socialista. China y la Unión Soviética durante los años 80.

¿Es posible definir en pocas palabras el nacionalismo?

Sí, pero el concepto de nación es de los más gaseosos que hay en las ciencias sociales. Así como la noción de Estado es muy precisa, la de nación no lo es. El nacionalismo que es una derivación ideológica de la idea de nación, más o menos absolutizada, presenta muchas caras. Simplificando mucho, hay dos grandes tradiciones en Occidente, una de matriz francesa que vincula la idea de nación a la de ciudadanía, y la otra, germánica, que asocia la nación a la etnia. La primera tiene una interpretación ideológica más liberal y la segunda más conservadora, por no decir reaccionaria. En el XIX, siglo de oro de las nacionalidades, la ideología nacionalista pudo tener, mal que bien, una función progresista en algunos casos. Pero una vez consolidados, en algunos Estados el nacionalismo degeneró en imperialismo y colonialismo. El resultado práctico del nacionalismo ha sido normalmente ha sido más bien agresivo.

¿Qué expresiones adquieren hoy los nacionalismos europeos?

El nacionalismo dominante en Europa tiene un significado muy mayoritario de extrema derecha. El nacionalismo implica un repliegue proteccionista y está adquiriendo tintes xenófobos. En Europa, la protesta contra el establishment la está liderando la extrema derecha. El anti-europeísmo, la xenofobia contra los inmigrantes…, son síntomas muy inquietantes de involución. No niego que pueda haber alguna reivindicación nacional progresista, como es el caso de Ziryza, que intentó defender la soberanía nacional griega, pero fracasó. El nacionalismo en Europa, que es una cara más del populismo, tiene una dimensión claramente retrógrada.

¿Y el caso de España?

Es muy singular. Si no hubiera sido por la dictadura franquista, la mayoría de los nacionalistas serían hoy de extrema derecha. El catalán sería equiparable a la Lega Nord italiana (que es la protesta de los ricos, hegemonizada por la derecha) o al del Bleanges bland y el N-VA, en Flandes. La única excepción es Escocia, donde el nacionalismo está liderado por el Scottish National Party, de centro izquierda. En el caso español, como el franquismo arruinó un discurso nacionalista español no reaccionario, no es casual que los nacionalismos periféricos se hayan vinculado al progresismo. Así, los nacionalismos aparecen ahora como lo más radical, lo más progresista, lo más revolucionario… Es un caso sorprendente. Ha habido una tradición española liberal (Ortega, Azaña…), pero muy minoritaria. Y, al fin y al cabo, los nacionalismos se parecen como dos gotas de agua. Los nacionalistas del siglo XIX y del XX eran supremacistas (mi nación primero), cosa que ahora es políticamente incorrecto. Entonces, se acogen a la diferencia. No somos superiores sino diferentes. Por tanto, tenemos derecho a unos privilegios exclusivos. Una cosa que irrita profundamente al nacionalismo catalán es lo del «café para todos». Otro argumento, muy endeble, de los nacionalistas es el de identificarse con la supuesta comunidad nacional. En términos políticos: ¿Por qué tengo que identificarme con Artur Mas y no con Gaspar Llamazares? No lo entiendo.

¿Cuestión de afectos, tal vez?

Ojalá pudiéramos privatizar los sentimientos de lealtad nacional. En Europa, mal que bien, hemos conseguido privatizar la religión. Ya no importa tanto que un gobernante sea católico, protestante, budista… Me encantaría que ocurriera lo mismo con la cuestión nacional. Lo ideal sería ciudadanía europea y a partir de ahí, uno se siente solo catalán, más catalán que español, solo español… Da lo mismo. Hace muchos años, cuando colaboraba en Diario de Barcelona, estuve a punto de escribir un artículo titulado «Yo quiero ser gobernado por los comunistas». Yo era del PSUC y me hubiera encantado que Berlinguer fuera el President de la Generalitat, y no Pujol. La identidad nacional da lo mismo, lo que importa son las políticas.

¿Cuál es el cemento que unifica los afluentes que integran la corriente nacionalista: un proyecto compartido, el dinero, la magia…?

En estos momentos, el éxito del nacionalismo catalán se explica por el rechazo al PP. La esperanza de que «nosotros solos estaríamos mejor», funciona, aunque solo sea una ficción, aunque 2.000 empresas se hayan ido, aunque la U E te cierre las puertas… Una buena parte de la población está deslumbrada por el mito independentista. Al haberse absolutizado esta idea es una cuestión de fe, y frente a los sentimientos no podemos hacer nada. Los argumentos racionales se estrellan. Lo sé porque he perdido varios amigos independentistas. Una verdadera desgracia. La peor herencia que nos va a dejar el «Procés» es esta. Estoy seguro que se encontrará alguna fórmula política de convivencia, de transacción. Pero la fractura social costará una generación superarla, si se puede. El mal ya está hecho.

¿Hay en Cataluña, además de otras lecturas independentistas, un nacionalismo que podríamos llamar «de bolsillo»?

Si. No es casual que donde se manifiestan nacionalismos similares al catalán (Flandes, norte de Italia, incluso el País Vasco) sean territorios desarrollados. Es una reivindicación de ricos, egoísta, de cansancio de la solidaridad. Todo esto, se disfraza después con otras muchas cosas: «no nos entienden», «somos diferentes», «atropellan nuestra lengua y nuestra cultura…» Son derivadas, tras las que subyace un poderoso argumento económico, que es la protesta de los ricos, que se traduce en que solos nos iría mejor.

¿Qué papel juega en todo esto la otra Cataluña, la que no forma parte del relato nacionalista?

Digámoslo claro, sí que hay xenofobia. Afortunadamente, en el catalanismo esto no ha sido mayoritario, pero siempre ha existido un sector reaccionario. El gran milagro fue que, en la lucha contra la Dictadura, uno de los principales partidos, el PSUC, hizo todo lo posible para que no se produjera una factura por razones de origen. «Es catalán -se dijo entonces- el que vive y trabaja en Cataluña». En la resistencia antifranquista se produjo una conjunción entre las dos Cataluñas. De hecho, no había dos Cataluñas. Ha sido el «Procés» lo que ha roto eso. El nacionalismo, que ha derivado en independentismo, solo se dirige a los dos millones de catalanes que participan de su doctrina. El «Poble» es eso. Los otros tres millones y medio, que integran el censo electoral, no existen.

¿Y lo de España contra Cataluña?

España contra Cataluña es una posición absolutamente maniquea y falsa. Presentar 1714 y 1936 como una guerra de España contra Cataluña es una aberración en todos los sentidos. Los nacionalistas ven las cosas como bolas de billar: la nación catalana, la vasca, la gallega y España. Es mentira. España es una piel de leopardo, en la que se entrecruzan muchísimas lealtades nacionales. Y también estoy en contra de la visión del nacionalismo español: una única bola de billar. Ni hay una bola, ni cuatro. Hay cientos, porque predomina lo trasversal. En Cataluña misma hasta ahora predomina la dualidad de sentirse español y catalán, pero hay gente que se siente solo catalana o solo española

¿Tiene algo que decir el federalismo en todo esto?

El federalismo ha sido débil en España, pero donde arraigó un poco fue en Cataluña, con Pi y Margall, Figueras… Ahora se vuelve a hablar de federalismo. Pedro Sánchez se ha pronunciado a favor de una reforma constitucional federal ¿Dónde está el problema? En que los nacionalistas interpretan que el federalismo es homogeneizador. Y aunque, en el café para todos, les des un café buenísimo no les interesa. Quieren la singularidad y la negociación unilateral y por tanto las autonomías les conviene más, porque es más indefinido. No hay un único modelo de federalismo y nos guste o no, tendremos que inspirarnos más en el belga o canadiense, más que en el alemán, porque admiten la asimetría. En cualquier caso ¿Hay que reformar España para satisfacer a los nacionalistas? No, porque nunca estarán satisfechos. La razón es que con el federalismo mejoraría mucho el funcionamiento del Estado y atraería a la parte menos fundamentalista del independentismo. El CIS y el CEO calculan que, de los dos millones de catalanes independentistas, medio millón podrían aceptar una fórmula federal. Pero, claro, al PP el federalismo le produce urticaria y en el PSOE subsisten las resistencias…

¿El Estado de las Autonomías no es ya algo federal?

Los académicos no españoles, cuando estudian el federalismo mundial, incluyen España. Wattson, politólogo canadiense dice: «España es a todos los efectos un Estado federal, menos en el nombre. Nos faltan un par de cosas: clarificar el reparto de competencias y la cuestión fiscal. España es federal en el gasto, pero no en los ingresos. Las Comunidades Autónomas gastan sobre el 35%, con una capacidad impositiva del 20%. Arreglando estas dos cosas, España sería como Canadá.

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