¿Moción de fogueo?

Como las armas, las mociones de censura las carga el diablo, y hay que tener cuidado. Seguramente por eso, por ser un arma de doble filo, se han usado poco en España desde la recuperación de la democracia: dos veces, y ahora con la de Podemos, tres. Aunque el mecanismo es sencillo, basta con que la firmen más de 35 diputados y éstos no pueden repetirse durante el período de sesiones, la desigual suerte de las dos primeras deja en empate la efectividad de su uso. Si bien es cierto que ninguna de ellas prosperó, no es menos cierto que en el caso de Felipe González contra Adolfo Suárez, el primero perseguía desgastar al segundo y opositar como alternativa, y visto lo que después pasó, no le falló la estrategia. En cambio, en el caso del efímero líder de la derecha, Antonio Hernández Mancha, que presentó una contra Felipe González, aparte de no lograr imponer la moción de censura, nada hace pensar que lograra otros objetivos: el hombre, desconocido y sin escaño, pretendía presentar credenciales, mostrar sus capacidades; al final, terminó exhibiendo sus limitaciones e incapacidades.

¿Es Pablo Iglesias (líder de Podemos) más Felipe González o Hernández Mancha? Seguramente, aún es pronto para aseverarlo. Justificaba la aventura por «imperativo ético«. La verdad es que no le han faltado razones objetivas para presentarla: la corrupción se extiende por el PP como una auténtica epidemia. Aunque los populares parecen inmunes a la plaga, sus políticos la siguen engordando, pero todo ello no tiene su lógico reflejo en fuga de votos. Como dice el dicho: mientras haya burros iremos a caballo. Pero Iglesias sabía sobradamente que su moción no tenía otro premio que acaparar el máximo de titulares posibles. Más que desgastar al presidente Rajoy, que también, la idea de Iglesias es hacerse con el control de la oposición. Aprovecha ahora que el líder socialista Pedro Sánchez permanece fuera del hemiciclo para tratar de tomar las riendas de la oposición y marcar distancias con los socialistas. Las últimas encuestas hablan de una ligera bajada de los morados, que coincide con la subida del PSOE, al que le parece probar la épica victoria de Sánchez en el proceso de primarias, imponiéndose a una rival teóricamente más fuerte, Susana Díaz.

Aunque Iglesias y Sánchez no se pueden ver, tarde o temprano están condenados a entenderse si quieren que las izquierdas vuelvan a gobernar algún día España. La idea es llegar al momento del entendimiento con suficiente fuerza para imponer el liderato. Ante el binomio conservador (PP-Cs), a las izquierdas no les queda otra que intentar sumar más, pero hasta que esto no llegue uno y otro tratarán de acrecentar las distancias entre ambos para imponer el sustituto de Rajoy.

A primera vista de la moción, más allá de haber salido vivo, no parece que Iglesias haya conseguido muchos más réditos con la iniciativa. Tampoco Rajoy, gato viejo que siempre cae de pie, hace cara de sufrir un gran desgaste con una moción que, al final y como era previsible, ha resultado aparentemente inofensiva. Ha acabado siendo un inventario, cada vez más largo y pesado, de corruptelas populares variadas, que ni siquiera han enrojecido la cara (dura) de los Rajoy.

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