El presidente está triste

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, dijo en la reunión del Círculo de Economía, en Sitges, que «me entristece ver cómo se hacen alusiones al uso de la violencia, intervenciones autoritarias o suspensión de la autonomía». Se refería a la respuesta que han dado el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y algunos de sus ministros a la carta que hizo llegar al primero pidiéndole una reunión para negociar las condiciones del referéndum que tiene previsto convocar sobre la independencia de Cataluña.

Puigdemont o sus asesores no dieron con la palabra adecuada para definir su estado de ánimo ante esa respuesta. Es evidente que el presidente de la Generalitat sabía que su iniciativa no sería bien acogida. Más aún, después de negarse a presentarla en el Congreso de los Diputados.

El presidente de la Generalitat miente. La respuesta de Rajoy le habrá enojado, preocupado o puesto nervioso, pero entristecido, no. La tristeza es la consecuencia de una derrota, de una pérdida, de la no consecución de una meta deseada. Es evidente que la carta de Puigdemont no era otra cosa que un recurso condenado al fracaso.

Estás triste cuando suspendes el examen de una asignatura que habías estudiado a fondo. No cuando te presentas al examen sin habértelo preparado.

Quizás la tristeza de Puigdemont responde a otros motivos y se le escapó la palabra allí donde no correspondía. Porque se supone que estará triste -él y todos los que creen de verdad en la necesidad y acierto de la independencia catalana- después de leer el artículo de Jordi Pujol padre en el que llama a los ciudadanos a movilizarse ante «la disolución lenta que el Estado impone a Cataluña».

La política de palos en las ruedas y las amenazas de Rajoy genera independentistas. Las homilías de Pujol les entristece, deprime y, quién sabe, igual les hace poner en cuarentena su apoyo al procés.

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