Cataluña, perdida en la niebla

Leo en el avión de Rennes a Barcelona el diario Ouest France –el medio de comunicación de referencia en Bretaña- y me encuentro en la portada con la foto del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. ¡Caramba! ¿qué pinta aquí?

Es una de las ocho imágenes que ha escogido este serio rotativo para ilustrar los retos que «pour le meilleur ou pour le pire» tiene que afrontar Europa en este año que empieza. Carles Puigdemont aparece junto a personajes tan inquietantes como Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Geert Wilders o Jaroslaw Kaczynski. El motivo: el referéndum de independencia de Cataluña que «promis, juré, craché!» está determinado a celebrar en los próximos meses. Se pregunta el diario: «¿Será él quien reabrirá la caja de Pandora de los divorcios en el seno de la Unión Europea?»… provocando un caos institucional que amenaza con desestructurar el edificio comunitario.

Con todos los defectos y carencias que presenta, el Viejo Continente ha conseguido, después de grandes penas y sufrimientos, convertirse en el paradigma más evolucionado de la civilización humana. El sistema público de salud, de educación, de protección social y de asistencia que hemos logrado –a pesar de que persisten las desigualdades- no tiene comparación posible con los Estados Unidos, la China o la Rusia post-soviética, las otras tres grandes potencias mundiales.

Han hecho falta siglos de guerras, de revoluciones, de negociaciones y de reformas para llegar a vertebrar este espacio de libertades y de paz donde convivimos 500 millones de europeos, que compartimos una serie de valores que nos identifican: la democracia, el diálogo, la tolerancia, la voluntad integradora, el respeto al medio ambiente… Después del Brexit y de la elección del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, la Unión Europea se tambalea. El nuevo escenario geopolítico en el cual entramos, marcado por la inédita alianza entre la Casa Blanca y el Kremlin, enemigos acérrimos desde el fin de la II Guerra Mundial, trastoca el tablero internacional y afecta de manera directa al Viejo Continente.

La pinza Donald Trump-Vladimir Putin, guiada por los asquerosos intereses del petróleo y de las armas, tiene en el proyecto, todavía a medias, de la Unión Europea su víctima propiciatoria. Aquí hay un botín colosal que hace salivar a los predadores. Desestabilizar y destruir la frágil cohesión europea para conseguir dominar el Viejo Continente es un objetivo que comparten los dos mandatarios, que cuentan con la amenaza del arsenal atómico más devastador del planeta para imponerlo.

En este nuevo contexto geopolítico, la independencia de Cataluña es una palanca que puede ayudar a hacer implosionar el proceso de construcción europea. La «revolución de las sonrisas», empapada de buenismo y de romántica candidez por parte de las masas esteladas, se ha convertido en una bomba de relojería: el «derecho a decidir», instituido como principio jurídico, es un factor de desintegración de los estados que, en esta fase del proyecto comunitario, son los fundamentos sobre los cuales se construye la Unión Europea.

Bruselas lo sabe. Washington y Moscú, también. Por eso, la causa independentista catalana –igual que todos los movimientos secesionistas o populistas que proliferan actualmente en el Viejo Continente- está en condiciones objetivas de recibir un impulso inesperado y determinante desde la Casa Blanca, del Kremlin y de sus satélites operativos (Gran Bretaña, Turquía e Israel). Sin ser conscientes, el presidente Carles Puigdemont y toda la vanguardia estelada –Oriol Junqueras, Lluís Llach, Carme Forcadell, Raül Romeva…-, tan progresistas y europeístas de boquilla, son unos muñecos que hacen el juego a los poderes más reaccionarios del planeta, que quieren debilitar y cargarse el modelo europeo de civilización.

Continúo leyendo el Ouest France. Explica que los 158 municipios del País Vasco francés han decidido constituirse en una sola agglomeration. Es decir, han creado una estructura institucional y administrativa unitaria que cohesiona este territorio, histórica y culturalmente vinculado a Euskadi Sur y a Navarra. Esto les permitirá estrechar los lazos y trabajar en proyectos conjuntos con los vascos de la otra orilla del Bidasoa. Esta cooperación transfronteriza está perfectamente consolidada e implementada en los reglamentos de la Unión Europea, que incentiva la creación de Euroregiones.

¡Qué diferencia con el actual gobierno de la Generalitat! La obsesión soberanista se ha cargado nuestra Euroregión, impulsada en tiempos del presidente Pasqual Maragall. La Cataluña Norte ha desaparecido, engullida por Occitania. El concepto de los Países Catalanes nos enemista con valencianos y baleares. Hemos incomodado a los andorranos y tenemos a Aragón de culo por el conflicto del arte religioso. El proceso independentista ha roto los puentes con Madrid y París y en Bruselas no tenemos ningún aliado de peso.

Siento decirlo, pero en Cataluña estamos profundamente equivocados y desorientados. El «referéndum o referéndum» de este 2017 que propugna el presidente Carles Puigdemont, con el apoyo del PDECat, ERC y la CUP, como norte de su actuación política es un disparate estratégico y una contraproducente pérdida de tiempo, de energías y de ilusiones. Todos sabemos que el «referéndum de independencia legal y acordado» es imposible –porque la Constitución de 1978 no lo permite- y que, por la misma razón, el «referéndum unilateral de independencia» es inviable y nunca será amparado ni reconocido por la Unión Europea.

Esta es la realidad y la primera obligación de cualquier gobernante es saber en qué mundo vive. Por múltiples razones, el independentismo no es un sentimiento aplastantemente mayoritario en la sociedad catalana, como lo demuestran todas las convocatorias electorales hechas en los últimos 40 años. Proclamar la secesión de Cataluña «con el 50% más uno de los votos» del «referéndum o referéndum» que encabeza la hoja de ruta de Carles Puigdemont es, sencillamente, una boutade y una frivolidad política que demuestra una enorme irresponsabilidad institucional.

Ya sé que no le dejan, pero lo mejor para el conjunto de la sociedad catalana –independentistas y no independentistas- es que Carles Puigdemont se vaya a casa lo antes posible. Su mujer, Marcela Topor, también estará muy contenta. Ha conducido el país a una hondonada invadida por la niebla y con los farolillos no vemos tres en un burro. Si la solución milagrosa para escapar de este callejón sin salida es convertir a Cataluña en el caballo de Troya de la pareja Donald Trump & Vladimir Putin para dinamitar la Unión Europea vale más que guardemos las esteladas en el armario. Fue divertido, pero ya no tiene gracia.

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