Soberanías a gogó

La soberanía ha sido una de las cuestiones más citadas en Gran Bretaña antes y después del Brexit. Aunque allí, como aquí, no todos parecen querer decir lo mismo cuando la invocan, reclaman o añoran. Y es que el viejo concepto se ha vuelto tan polisémico que resulta casi irreconocible.

A diferencia de otras grandes nociones, la soberanía no fue cosa de griegos y romanos. Según el jurista Georg Jellinek, se forjó en la Edad Media: «En lucha con estos tres poderes (la Iglesia, el Imperio romano y los grandes señores y corporaciones) ha nacido la idea de la soberanía, que es, por consiguiente, imposible de conocer sin tener igualmente conocimiento de estas luchas». Jean Bodin, en 1576, definió la soberanía como el poder absoluto y perpetuo de una República y soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar las leyes sin recibirlas de otro». Para el diccionario de la RAE soberanía es la máxima autoridad dentro de un esquema político y soberano es el ser superior dentro de una entidad que no es material.

Soberanía, en fin, parecer ser algo relacionado, claro, con el soberano y, más concretamente con el soberano absoluto, si se tiene en cuenta la vocación de autoridad total que del concepto dimana. Sin embargo, en Inglaterra (que sigue contando con una soberana) la soberanía aparece como eufemismo de nacionalismo, siempre presente en el discurso euroescéptico, aunque no faltan quienes, sobre todo desde la izquierda, ubican la soberanía en el Parlamento de Westminster, «como muralla contra las injerencias políticas del monarca, tentado por la tiranía o potencias exteriores», según rezan los principios constitucionales británicos, desde el siglo XVIII.

Para rizar aún más el rizo, resulta que el soberanismo británico, digamos dominante, está además entreverado de argumentos internacionalistas. Con fuerte recuerdo del Imperio, hay gente en el Reino Unido que ha percibido el mercado común europeo como un marco demasiado estrecho para sus ambiciones mundiales. Por esto, sus prioridades se han dirigido al reforzamiento de sus especiales relaciones con EE.UU y al mantenimiento de los vínculos poscoloniales en el marco de la Commonwealth, que a día de hoy se asemeja más bien a une vielle dame.

Esto no cuenta para el UKIP, cuyo discurso soberanista no posee la dimensión internacional que adquiere en el partido conservador. Con una vena populista, prioriza la defensa de los intereses ingleses, pretendidamente asediados por la gran Europa y por las masas de migrantes, y construye su estrategia en un contexto social particularmente tenso, en el que el espectro del extranjero es permanentemente enarbolado. Los simpatizantes del partido de Nigel Farage se reclutan principalmente entre las capas más desfavorecidas de la población británica, que se consideran las primeras víctimas de las directivas europeas. Entre ellos se encuentran trabajadores precarios de los antiguos centros industriales en crisis, una buena parte del mundo rural y los pescadores, en particular del este y el sur de Inglaterra.

En el partido conservador, los soberanistas pertenecen sobre todo a las clases medias y altas, incluidas las élites político-financieras del país, a imagen de Boris Johnson, antiguo alcalde de Londres y figura señera de la campaña en favor de la salida. En el Labour, desde el punto de vista sociológico, la corriente soberanista procede más de las clases populares que de las profesiones intelectuales y liberales, grupo que forma la otra diana del electorado laborista. Como en la derecha, en este euroescepticismo de izquierda se manifiesta la vinculación a ciertos valores percibidos como típicamente británicos, como la soberanía parlamentaria.

Esta diversidad soberanista, que algunos consideran más inglesa que británica, también cabalga por nuestro suelo ¿Acaso no nos suena lo de «proceso soberanista»? ¿No comenzaron los convergentes a denominarse soberanistas, tras abandonar el lírico catalanismo? ¿No hay quién desde la izquierda se reclama soberanista? ¿No se han prendado de él algunos politólogos? Aunque en este caso, sin Westminster de por medio, soberanista sigue siendo en Cataluña sinónimo de nacionalista. Cosa que, determinada por la evolución de las especies derivó en independentista y, para más comodidad, se ha quedado en «indepe». Quizá como mero reflejo de lo que está ocurriendo en la realidad.

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