La maldición de los catalanes

Un país europeo del siglo XXI necesita, para funcionar, cuatro cosas: 1) Un gobierno con una mayoría parlamentaria estable. 2) Unos presupuestos aprobados. 3) Cumplir los objetivos de déficit que marca y aprueba Bruselas. 4) Si puede ser, gestionar el dinero público sin amiguismos ni corrupción. En Cataluña, que presumimos de ser más europeos que nadie, no respetamos ninguna de estas cuatro premisas.

La mayoría parlamentaria relativa que tiene Junts x Sí en el Parlamento de Cataluña es insuficiente para dar estabilidad al gobierno del presidente Carles Puigdemont. El grupo parlamentario se rompe a menudo entre CDC, ERC y los independientes en votaciones «clave». El esquema de gobernabilidad, fundamentado hasta ahora en la CUP, es, en esencia, inviable. Las agendas de unos y otros son profundamente contradictorias, más allá de una quimérica «desconexión»/independencia que es irrealizable en el plazo fijado de 18 meses (¡quedan 12 y estamos donde estábamos!).

Los presupuestos preparados por el equipo de Oriol Junqueras son un brindis al Sol, puesto que están llenos de trampas al solitario en cuanto a los ingresos y, además, no se ajustan a las expectativas rupturistas de la CUP. De manera errónea y grotesca, los presupuestos de la Generalitat se desangran por la vía de las subvenciones a entidades, empresas y medios de comunicación. En Cataluña, «todo el mundo» está subvencionado. Esta perversa herencia del pujolismo garantiza el control a corto plazo de todos los resortes de la sociedad, pero se puede girar como un bumerán si las subvenciones –como pasa ahora- se aprueban en el DOGC, pero después no se pagan.

Nos guste o no, la Unión Europea funciona por el mecanismo de subsidiariedad. Esto quiere decir que, en lenguaje comunitario, Cataluña es una «región» encuadrada dentro de uno de los 28 estados miembros. Romper este «status» es, con la actual correlación de fuerzas, imposible. Bruselas impone al Estado español un objetivo anual de déficit, que ha incumplido reiteradamente en los últimos ejercicios y que ha puesto en estado de máxima alerta a la Comisión Europea. Para este 2016 tiene que ser, sí o sí, del 3,7% y para el 2017 del 2,5%. En el caso de las comunidades autónomas, la cuota de déficit que nos corresponde es del 0,7%. Si tenemos presente que la Generalitat cerró el año pasado con un déficit del 2,7%, los ajustes que habrá que hacer son brutales.

A pesar del esfuerzo de transparencia que está haciendo la Generalitat, el amiguismo y la corrupción continúan parasitando la vida pública catalana. El hecho de que buena parte del gasto se escape por la vía de las subvenciones –siempre arbitrarias, discrecionales e imposibles de auditar, dado a su extraordinario volumen- hace que, de manera inevitable, el descontrol impere en la administración de los recursos.

Seamos serios. O Junts x Sí cambia de aliado parlamentario para tener un gobierno estable y, en consecuencia, abandona la «hoja de ruta hacia la independencia», o lo más pragmático es convocar unas nuevas elecciones. Cataluña no merece esta inestabilidad ni esta incertidumbre. Hay miles de personas y familias en situación de marginación social que necesitan unos presupuestos aprobados y, por encima de todo, creíbles y ejecutables. Lo peor es crear expectativas que ya se sabe que no se podrán cumplir.

Desde el año 2012, cuando Artur Mas rompió el pacto de gobernabilidad que mantenía con el PP, el país está instalado en una impresentable inestabilidad institucional. Condenarlo a unas nuevas elecciones a corto plazo por la imposibilidad de mantener la alianza parlamentaria con la CUP es una insensatez y un fracaso mayúsculo de los políticos catalanes. Junts x Sí puede conseguir una sólida mayoría de gobierno si pacta con cualquiera de los otros grupos parlamentarios (CSQP, Ciutadans, PSC…). ¿Por qué no lo hace? ¿Porque no quiere renunciar a un delirante «proceso» independentista que, en el actual contexto europeo del siglo XXI, está muerto antes de nacer? Solucionemos, de entrada, los problemas angustiosos del día a día de la gente y dejamos el independentismo para las tertulias familiares y las «performances».

En la Unión Europea hay 28 estados, más de 300 regiones y somos 500 millones de habitantes. ¿Por qué los catalanes no podemos tener, como todo el mundo, un gobierno que gobierne, un Parlamento que legisle, un presupuesto aprobado y una auditoría exhaustiva de dónde va a parar el dinero público? ¿Qué hemos hecho para tener que soportar la tortura política que nos toca vivir? Una vez enderezada y consolidada la normalidad institucional, hagamos toda la filosofía que queramos y soñemos ¡que es libre y gratis!

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