Ánimo de lucro

La magnitud y variedad del choriceo dominante constata que no se trata de algo singular, aislado, personal -como proclaman los de la casta, amigos, allegados y socios- sino de un fenómeno estructural en toda regla, cuyo sentido último hay que buscarlo en el ánimo de lucro.

«El ánimo de lucro o lucratividad -reza la Wikipedia- es la realización de un acto o de una actividad o de un emprendimiento, es la búsqueda de una ganancia individual, de un provecho, de una ventaja, de un superávit individual». Pues bien, este es, ni más ni menos, el propósito que mueve, ha movido y moverá a los Pujol, Urdangarín, Bárcenas, Corinna, Almodóvar, amigos de Felipe González, Messi, Soria, Pilar de Borbón, Ausbanc, etc. etc. etc. Porque, como es natural en el mundo en que vivimos, todo hijo de vecino tiene derecho a incrementar su patrimonio, según mejor lo entienda.

Ante el acucio del ánimo de lucro, la cuestión de la legalidad o licitud del acto de enriquecerse es sólo formal, no sólo porque, como en Batman y Superman, las fronteras entre el bien y el mal son difusas y oscuras, sino porque la norma es sólo una convención. Lo que hasta ayer era delito puede convertirse hoy en algo perfectamente legal, con sólo modificar la ley. Es más, no faltan múltiples ejemplos que ilustran la existencia de preceptos, disposiciones y hasta completos sistemas jurídicos que amparan legalmente auténticos latrocinios y barbaridades. Nada de extraño, en consecuencia, que los ladrones aleguen que sus robos son legales.

Es natural que en un estado de cosas que sacraliza la propiedad privada se legisle, con sus más o sus menos, a favor de ella. ¿Quién dijo que los gobiernos no son sino meros consejos de administración de las empresas? Por todo esto y mucho más, la cuestión del robo no sólo se plantea, como así se empeña en hacerlo la opinión dominante, entre legalidad e ilegalidad sino, sobre todo, entre decencia e indecencia. Una frontera que la gente común, que diría Ada Colau, distingue con bastante nitidez. Además, cuando alguien roba lo hace con el fin egoísta de enriquecer su patrimonio a costa del de su víctima. En el caso de los evasores de impuestos, como es de los más de 100.000 de Panamá, la víctima es lo público, el conjunto social. Y eso lo sabemos todos, más allá de la legalidad o ilegalidad de los procedimientos.

Para que esto funcione, legal o ilegalmente, resulta imprescindible el ocultamiento, la hipocresía, las tinieblas o como se le quiera llamar. Porque, naturalmente, mientras la materia no se conoce, no puede existir causa. Y así ha venido funcionando el asunto desde la eternidad de los tiempos. Pero resulta que las cosas cambian, el mundo se hace un poco más transparente; los jueces, como sostiene Berlusconi, son comunistas; la ciudadanía reclama protagonismo… y acaba pasando lo que le pasó al coronel Tejero el 23 F: que entra en el saloon dando una patada a la puerta, sin percatarse que hay cámaras de TV grabando y eso es su perdición.

Así, el tema -lo de Panamá y adyacentes- quizá habría que entenderlo más como un desajuste del sistema (del sistema de robo institucionalizado) que como una excepción. De la noche a la mañana, el tinglado para hacer fructificar el dinerito se queda con el culo al aire. La ciudadanía (entendida en su conjunto como los que no tienen nada que evadir o robar) descubre estupefacta que está rodeada de ladrones…

¿Y qué hace el statu quo? Correr a tapar agujeros, callar bocas, blindarse legalmente, perseguir a los denunciadores…, para garantizar la impunidad, para que todo siga igual, para que el dinerito siga rentando. Y si el sistema hace aguas, si la forma de robar se desfasa, si los partidos políticos al uso ya no funcionan como debieran hacerlo para asegurar el ánimo de lucro, ya nos sacaremos de la manga nuevos partidos, nuevas normativas, nuevas caras capaces de aggiornar el mejunje. Pero eppur si muove, como dijo Galileo, porque tenemos a Assange, Snowden, Falciani, John Doe… y muchos, muchísimos más, que a costa de su libertad, poniendo en riesgo su propia vida, siguen creyendo y apostando por la decencia.

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