Todos clientes

Parece tener sentido que un empresario al uso intente hacernos clientes de lo suyo, ya que en ello le va la cuenta de resultados. Más extraño resulta que hagan lo mismo los encargados de gestionar la cosa pública y encima se ufanen. ¿Será porque comparten con los privados doctrina y también algo más? ¿Creen de verdad en las ventajas de lo privado respecto a lo público? ¿Será que, sencillamente, tienen el coco comido por la ideología dominante, que no acostumbra a dejar resquicios al pensamiento crítico?

Por ejemplo, Artur Mas no se cortó ni un pelo al afirmar, en julio pasado, que la hacienda que el proponía para Cataluña trataría a los contribuyentes como clientes. Nada de extrañar si tal conclusión fue producto de diez informes encargados (pagados) por su gobierno a consultoras como KPMG, PwC, Deloitte, Everis y a escuelas de negocio como Esade. Y por si había dudas, Joan Iglesias, mentor del modelo, proclamaba que «a nadie le gusta Hacienda». «Lo primero es fomentar la reputación fiscal como marca empresarial (…) Se debe establecer una sistema de acreditación empresarial, una ISO», afirmaba.

Subrayaba Joan Iglesias, refiriéndose a la Hacienda española, que la relación entre la administración tributaria y los contribuyentes es de «confrontación y litigiosidad». Quizá por eso -en línea con lo que plantearía con su mejor sonrisa Albert Rivera- proponía «suprimir las listas de empresas defraudadoras y sustituirlas por listas de empresas fiscalmente responsables». Todo a mayor gloria de la RSC (Responsabilidad Social Corporativa).

A estas alturas, cabría preguntarse cómo alguien con una visión de las cosas propia del ala ultra de los Chicago boys ha podido ser el encargado de diseñar nada menos que la gestión fiscal de un nuevo país ¿Porque coincide con el talante business friendly de Artur Mas? ¿Porque realmente cree en las virtudes privadas de gestión? ¿Porque, como parece ser, se trata de un corta y pega del perfecto manual de management? En cualquier caso ¿cómo se puede estar hablando de una cuestión crítica para la ciudadanía como es la Hacienda pública entendiendo la ciudadanía como clientela? ¿Es así como Junts pel Sí ve el nuevo país del que habla? ¿Un país de clientes?

Tal es, sin duda, el sueño liberal -aparentemente, cada vez más real- de hacer de todo, absolutamente de todo lo que constituye la condición humana, mercancía, de tratar de que nada escape a la lógica del mercado y, en definitiva, hacernos a todos clientes de todo. Este y solo éste es el vector que inspira a quienes, como Artur Mas y sus amigos, son seducidos por los cantos de sirena de lo privado. Y, todo hay que decirlo, con un notable complejo respecto a las prácticas y sin tener en cuenta que «cliente» es un concepto degradado y desagradable que, cada vez, es más sinónimo de engañado, exprimido, ninguneado y, si no, maltratado. ¿Quién en su sano juicio se identifica y se siente orgulloso de su banco, de su compañía de electricidad o de su supermercado? ¿Celebramos cada vez que tenemos que pagar la hipoteca?

En un presente, que como sostiene el periodista británico Paul Mason (Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro/ Editorial Paidós), se difumina la frontera de la propiedad y el trabajo y entre trabajo y salario, seguir fascinados por el statu quo y sucedáneos, como las construcciones de consultoría y similares, es propio de gentes desfasadas, que llegan tarde a las cosas y, sin duda, muy mediocres. Además de que resulta contradictorio, absurdo y hasta grotesco que desde lo público se defienda lo privado y que se quiera hacer clientes de los ciudadanos. Pero en eso estamos.

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