Crisis, desesperación y milagro en Catalunya

Tras el 27-S, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, afirma rotundo que «el auge independentista catalán se debe a la austeridad» y el profesor Vicenç Navarro insiste en que «el mayor problema que tiene hoy Catalunya es el deterioro de su bienestar». Sin embargo, de esto se habla poco. En medio del ruido que nos rodea, a veces es más fácil creer en milagros que pararse a pensar en la cruda realidad.

Los datos están ahí, a pesar de que los economistas a sueldo de TV3 se empeñen en lo contrario, como señala Navarro. Los salarios en Catalunya son de los más bajos de España y de la UE; la sanidad pública se ha reducido drásticamente en beneficio de la privada, al igual que la educación. Vivienda social, guarderías, atención a los dependientes… han sido relegados al baúl de los sueños. El índice de desempleo es de más de un 20% y supera el 40% entre los jóvenes en edad de trabajar. Un 23% de la ciudadanía está en el umbral de la pobreza y bastantes de ellos en situación crítica. Familias dependientes de un solo ingreso, a veces del abuelo jubilado. Desindustrialización, abandono del territorio, precariedad laboral, pérdida de derechos etc. etc. etc.

Este panorama, que no sólo afecta de manera coyuntural, sino que se instala en la conciencia y la visión de futuro de las personas, acaba traduciéndose en inseguridad, angustia y desesperación para mucha gente. Y es entonces cuando los mismos que ejecutaron con mano de hierro la degollina de los recortes y en muchos casos avezados corruptos (CiU, pujolismo y cómplices) lanzaron sin ningún rubor lo de «nos roban». Nos roba la Administración Central, nos roban las autonomías subsidiadas, «nos roba la España parasitaria que se mantiene gracias a la Catalunya productiva», se llegó a decir.

Y así empieza a tomar forma el milagro. Si estamos tan mal y España nos roba, parece natural que la solución sea salirse de España, construir un país nuevo, como Suecia, Andorra… hacer tabla rasa. Escribe Georg Lukács en el Asalto a la razón que cuanto más se convierte en personal la desesperación, tanto más cobra expresión en ella la sensación de que peligra la existencia individual; «más brotan de este estado de ánimo, necesariamente, en la generalidad de los casos, la credulidad y la fe en los milagros».

El bucle miedo-desesperación-búsqueda del milagro, que tantos episodios históricos ha protagonizado, está reproduciéndose en Catalunya y así lo expresa, sin pelos en la lengua, Jürgen Habermas: «Cuando como consecuencia de una desigualdad social creciente, la angustia y la inseguridad aumentan, existe la tentación de agarrarse a las entidades «natales», naturales o heredadas, como la nación, la lengua, la historia… El rebrote de la llama nacionalista en Escocia, en Catalunya o en Flandes es, según mi opinión, un equivalente funcional del éxito del Frente Nacional en Francia».

Así la onda sísmica del milagro se propaga no tanto por la superestructura política -demasiado protagonista- sino al fondo, en la sociedad, y muy en particular entre mucha gente que, a pesar de todas las vicisitudes, había encontrado un cierto acomodo social. En parte de ella pervivían agravios, contenciosos y un pesimismo histórico sobre las relaciones entre Catalunya y España, pero fue mayoritario el optimismo que acompañó la reconquista de las libertades y el autogobierno. En estas llegó la crisis y los mismos que la propiciaron y sus amigos se inventaron el milagro.

«Y este estado de cosas no deja margen -en la generalidad de los casos- al firme propósito de pararse a reflexionar por cuenta propia sobre la situación para salir de ella», añadía Lukcás. Desde la izquierda se aspira, naturalmente, a que la crisis desencadene movimientos de progreso en la sociedad, pero son numerosos los ejemplos que demuestran todo lo contrario, como es ahora el caso de Catalunya, donde gente, mucha gente, contempla con admiración, asombro o estupefacción el «milagro». Así llamaban los latinos a las cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades. Y, encima, los milagros no existen.

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