Antes de comprar una rosa, mira su origen

Detrás de la fiesta de Sant Jordi hay más espinas que rosas
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Los seis millones de rosas que se venden en un solo día en Catalunya por Sant Jordi hace imposible producir esta cantidad de flores en nuestra tierra y la demanda intensiva existente crea situaciones de explotación y miseria en países productores como Kenia, Colombia o Ecuador. La tradición de regalar rosas es de nuevo protagonista. Desgraciadamente, esta vez las consecuencias también lo son.

Jornales de cuatro dólares en Colombia y de 33 euros al mes en Kenia, la casi inexistente presencia de sindicatos o el hecho de trabajar largas jornadas de hasta 15 horas dentro de invernaderos expuestos a los productos tóxicos a que someten los cultivos en los lugares de origen, son algunos de los ejemplos que demuestran que detrás de esta jornada festiva se esconde una realidad muy diferente. Por otro lado, a consecuencia del monocultivo de la flor en algunos de estos países donde hoy se cultivan claveles, rosas, crisantemos y dalias, antes se plantaba trigo, cebada, maíz o patata. Esto ha incrementado el precio de los productos básicos y ha llevado a la expulsión de los campesinos de sus tierras.

Desde la Sociedad Catalana de Educación Ambiental se ha puesto en marcha la campaña «Rosas sin espinas» en las redes sociales donde se anima la gente a comprobar previamente que en el lugar de origen de las rosas se respetan los derechos humanos y laborales . Tomando como fuente de inspiración el artículo de Esther Vivas, titulado «Sant Jordi, rosas y espinas» se promueve un cambio de hábitos que reduzcan este tipo de consumo y la difusión de situaciones denigrantes de explotación en los países de origen para hacer reflexionar sobre los impactos ambientales, económicos y sociales que hay detrás esta tradición de Sant Jordi.

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