Puentes dinamitados

La consulta independentista –no es un referéndum-tendrá, a corto plazo, consecuencias nefastas en las relaciones comerciales y empresariales entre Catalunya y España. No me gusta hacer catastrofismo ni ser pájaro de mal agüero. Personalmente, estoy «zen» y me puedo permitir el lujo de ver y vivir la actualidad con la confortable perspectiva que da la equidistancia emocional.

Pero los partidos firmantes de la convocatoria de la consulta, en un temerario ejercicio de inconsciencia, han conseguido dinamitar los puentes construidos durante siglos entre ambos lados del Ebro. Desde Catalunya podemos estar muy contentos con el acuerdo que han alcanzado CiU, ERC, ICV y las CUP. Felicidades, no seré yo quien les amargue la fiesta ni el vino. Pero esta decisión también concierne directamente al resto de España y es lícito y necesario auscultar y escuchar qué piensan y qué dicen quienes, con toda normalidad, se consideran españoles.

Los catalanes tenemos la tendencia a confundir la estructura administrativa del Estado y la cúpula de las instituciones más representativas (la Corona, el Tribunal Constitucional, el Ejército, la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, la casta de altos funcionarios, las grandes empresas «extractivas»…) con Madrid y, por extensión, con España. Y España es mucho más que esto: es una sociedad plural y diversa, estratificada en clases sociales y con una abrumadora mayoría de gente trabajadora (aunque muchas personas estén, desgraciadamente, en el paro).

No podemos reprochar a los españoles el hecho que sean españoles y que se sientan legítimamente orgullosos de ello. ¿Nos podemos poner por un momento en su lugar e imaginar cómo han recibido, desde Toledo, Gijón, Soria o Huelva la noticia que los catalanes queremos escindirnos y crear un Estado independiente? No hablo de La Zarzuela, ni del CNI, ni del estado mayor del Ejército, ni del cuartel general de Endesa. Me refiero a la «pequeña» gente: empleados, agricultores, comerciantes, empresarios, estudiantes, amas de casa, jubilados… Gente normal y corriente que tal vez ha venido de vacaciones a Catalunya o tiene familia aquí.

A todos estos españoles de a pie no los podemos marear con sutilezas y explicarles que la triple pregunta con doble respuesta que han aprobado los partidos soberanistas catalanes es «inclusiva» y que la opción Catalunya-Estado hay que interpretarla en clave reformista federal. Para ellos, y no se equivocan, la consulta consiste en votar la independencia de Catalunya.

Y es lógico que estén perplejos. ¿Por qué los catalanes queremos irnos? Un trabajador de la Renault de Valladolid, un camarero de Jerez de la Frontera, un maestro de Logroño, una peluquera lucense, una universitaria de Madrid, un parado de Albacete o un empresario de Zaragoza no entienden porqué los catalanes no queremos saber nada de ellos. ¿Qué nos han hecho?

La independencia de Catalunya, aunque no lo verbalicemos por pudor, conlleva implícitamente un desprecio hacia los españoles y el país donde viven: España. Aquí tenemos una propensión histórica al victimismo, pero, a la vez, estamos provocando este mismo sentimiento en los españoles en relación con Catalunya.

Aunque tienen muchísimo dinero, no me gustaría estar en estos momentos en la piel de Isidre Fainé (presidente de Caixabank), Josep Oliu (presidente del Banco de Sabadell), de los hermanos Ferrero (Nutrexpa), Josep Tarradellas (Casa Tarradellas) o la familia Carulla (Agrolimen). De los productores de cava catalán ya ni hablo, porque el boicot que sufren en España es evidente y conocido, desde que Josep Lluís Carod Rovira criticó la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos.

Estoy convencido que el anuncio de la convocatoria de la consulta independentista tendrá un efecto directo, contundente y demoledor sobre los intereses económicos y comerciales de Catalunya en España. Hemos roto la vajilla y no hay nadie que la pueda rehacer. Desde ahora, y a ojos de los españoles, todos los catalanes somos independentistas y, por lo tanto, no queremos tratos con ellos. Hemos puesto en marcha una espiral diabólica en la que todos sufriremos, empezando por los empresarios catalanes de todos los sectores que se encontrarán, de repente, sin clientes en la otra orilla del Ebro.

Riendo, riendo, acabaremos llorando.

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