Con Mas no iremos a ninguna parte

El carácter catalán siempre ha tenido una dimensión romántica y solidaria, heredada de la influencia histórica que recibimos de los cátaros de Occitania en la Edad Media. En nuestra alma colectiva hay un trasfondo de «bonismo» y de canto a la hermandad que nos diferencia otros pueblos europeos, mucho más enjutos y pragmáticos.

 

Los catalanes somos gente de paz y fraternidad que siempre hemos soñado en un Mundo idílico que, desgraciadamente, nunca ha sido posible (todavía). Por eso estamos orgullosos del abad Oliba, uno de los padres fundadores de Catalunya e impulsor de las asambleas de Paz y Tregua. O recordamos con emoción las palabras del gran músico Pau Casals en las Naciones Unidas. También tenemos entre nuestros referentes éticos al obispo Pere Casaldàliga o la siempre ponderada comunidad benedictina de Montserrat.

 

El actual movimiento independentista, animado desde la Asamblea Nacional Catalana (ANC), bebe directamente de estas fuentes primigenias. Por amor, los catalanes somos capaces de mover montañas y de hacer los sacrificios más extremos. Otra cosa es el aprovechamiento inmoral que hacen los políticos de esta inmensa generosidad que anida en el corazón de los habitantes de este rincón del planeta.

 

Desgraciadamente, el presidente Artur Mas no sabe interpretar ni está a la altura de la grandeza espiritual del talante catalán. Esto, además de sus gravísimos errores como gestor del día a día de la administración catalana, es la causa de su ruina política. No tiene sentido de la épica cristiana ni sintoniza con los anhelos profundos de la buena gente.

 

Se equivocó Artur Mas en su reciente viaje a Israel cuando se «olvidó» de viajar a 16 kilómetros de Jerusalén, a Ramala, donde está la sede de la Autoridad Nacional Palestina y su presidente, Mahmud Abbas. Los catalanes, dada nuestra manera específica de ser, habríamos agradecido que el presidente de la Generalitat hubiera hecho un gesto de apoyo a los palestinos y hubiera alentado los esfuerzos de reconciliación entre estos dos pueblos, en vez de rendir homenaje al sionismo belicista. Días después, el presidente francés, François Hollande, tuvo la inteligencia política de hacer la doble visita, a Jerusalén y a Ramala.

 

En su viaje a la India, Artur Mas se ha vuelto a equivocar. Alguien le tendría que haber explicado que Pakistán es el país vecino, largamente enfrentado a la India por el conflicto de Cachemira, y haberle aconsejado un viaje relámpago a Islamabad para saludar a las autoridades locales en signo de conciliación. Cuando menos porque los pakistaníes son la primera comunidad inmigrante que vive y trabaja en Barcelona y habrían agradecido el gesto del Muy Honorable hacia su país de origen.

 

Pero Artur Mas es un presidente frío y mal asesorado, con una visión muy sesgada de la geopolítica. No es de este modo sectario como Catalunya encontrará su lugar en el Mundo. Somos una nación que hace de la armonía y la amistad entre los pueblos su emblema. En cambio, Artur Mas nos proyecta al exterior como una región aviesa, retorcida y antipática que sólo va de cara a «la pela». Así no iremos en ninguna parte. Entre otras cosas porque en la India viven 1.300 millones de personas, en el Pakistán, 180 millones… y en Catalunya somos los que somos.

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