¡Pasajeros a bordo!

«Todas las masas asclen», dice un refrán que quizá se podría aplicar al dictamen que ha emitido el Consell Asesor por el acuerdo de claridad que estableció la Generalitat en abril de este año, lleno de propuestas carentes de claridad. Cuando se instituyó, se quería que fuera un proceso de debate político, social y ciudadano que configure la propuesta catalana para resolver el conflicto político con el Estado.

De debate social y ciudadano no se ha visto demasiado. Y el político se ha limitado a cuatro hiperventilados. Lo que si ha hecho dicho Consejo, después de medio año, es dar, no una sino cinco propuestas relativas al famoso referendo. Sin embargo, a pesar de la abundancia, no ha sido muy bien visto por las fuerzas defensoras de la pureza del proceso. En Vilaweb[i] se le ha calificado de “pastel sin sentido, fruto de la mediocridad intelectual de los componentes y su perfil ideológico”. Quizá habría que dejar de una vez la habitual técnica del avestruz, y cambiar de ave: hacer como el búho, que puede girar la cabeza 270º, y mirar atrás, a los tiempos en que un referéndum quería decir la puerta para empezar un viaje a una república soñada.

Imaginemos que estamos en el puerto, y unos saltamontes nos quieren vender pases para el barco que está listo (deprisa, deprisa, a toda prisa) de zarpar. Les preguntamos el destino y no obtenemos ninguna respuesta. Podría ser suicida embarcar -basándonos simplemente en la arrogancia del capitán que, en lo alto del puente, levanta los brazos en gesto mesiánico. Tampoco sería recomendable hacerlo simplemente porque los vecinos son molestos. ¿Por qué se escatima la pregunta básica?: ¿dónde atracará el buque después de la travesía? No basta con sentirse llevado por una ilusión romántica de irse, de huir; hay que saber dónde se va y quién y cómo nos llevará (factor que, si lo miramos de cerca, también estremece). Recordemos al filósofo: Quien no sabe adónde va, llega a otro sitio. Y yo añadiría: o se queda en el mismo sitio, pero habiendo perdido buena parte de la autoestima.

Hace malpensar que no se haya hecho ningún esfuerzo, al contrario, por exponer ecuánimemente a la población, a la que se pide una adhesión ciega, los pros y contras de estar fuera de Europa, los avatares de la deuda, las tribulaciones de las empresas exportadoras e importadoras que deberían ajustar sus contratos (un proceso que en Inglaterra se prevé superior a los cinco años) o cómo se asumiría la gestión del conjunto (las trifulcas del Consejo de la República no invitan al optimismo) . En el informe de 64 páginas, se analizan los pros y contras de las cinco propuestas de referéndum, sustituyendo el análisis del destino final del viaje por un debate sobre cómo debe ser la pasarela para subir a la nave, la su amplitud, longitud o solidez.

En un restaurante, no se nos puede exigir que escojamos a ciegas entre una escudilla y un thupka. Puede que no nos guste el caldo nostrat (quizá alguien lo considere demasiado mezclado, insípido, o aguado), pero sin darnos una información que nos aclare la alternativa (sopa de invierno en Nepal), no es honesto obligarnos nos a elegir, y mucho menos involucra a los que no quieren comer. Sin embargo, la palabra “referéndum” se ha sacralizado, cogiendo un valor en sí misma, mientras que sin la transparencia y el honesta análisis mencionado, hasta hoy malintencionadamente escatimado, sólo es, y aún, una manera de hacer volar palomas , perpetuando la vacía gestualidad de los comerciantes de pasajes.

No sería tan grave si, mientras, no se fuera perforando el casco del casco con las peleas internas de los tripulantes, ni dividiendo sectariamente el eventual pasaje que lo mira desde el muelle. Quizás algún día se reconozca este pecado original, pero, siguiendo a Claudiano, deberemos decir: ¿Quid yuvat errorem mersa iam puppe interino? (¿De qué sirve confesar el error, cuando el barco ya se ha hundido?)

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