Ciudadanos ha forzado, en las últimas semanas, que el lazo amarillo que lucen los soberanistas se convierta en su peor enemigo, en el demonio con cuernos, en el principal de sus problemas, en su objetivo a batir. Las acciones de calle iniciadas por algunos colectivos -en algún caso de dudosa calidad democrática- para retirar los lazos amarillos que invaden algunas poblaciones, y la respuesta visceral que esto ha arrastrado se ha convertido en su modelo.
Tanto es así que, después de reclamar durante días que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, «dé la cara», «gobierne para todo el mundo» y «atienda las prioridades» que Cs cree que son capitales, Inés Arrimadas ha derrochado su primera oportunidad para demostrar que tiene un comportamiento a la altura de la jefa de la oposición. Y es que Torra quiso iniciar con ella la ronda de reuniones con los líderes de los grupos parlamentarios, y la citó, como el resto, a su despacho del Palau de la Generalitat.
Para sorpresa de muchos, buscó la excusa más loca que se le ocurrió para no ir y evitar la foto con él, y plantó a Torra alegando que con el lazo amarillo en la fachada ella no pondría los pies en el Palau. Una pataleta más propia de un niño de parvulario que de la líder de la oposición en cualquier país.
