Presunto escupitajo

Aunque cuando los periodistas piden más detalles, Josep Borrell se niega a hacer "la anatomía de un escupitajo", el ministro asegura que lo hubo en el Congreso. Las cámaras, sin embargo, no dicen lo mismo; como máximo, siendo muy generoso, lo que habría intentado hacer Jordi Salvador -acusado de la salivada-, sería un intento de mueca. No demasiado más. El presunto escupitajo venía a cuento de una pegada previa entre el republicano Gabriel Rufián y el titular de Exteriores del Gobierno de Pedro Sánchez. El diputado de ERC hacía suyas las advertencias que el portavoz de su grupo parlamentario, Joan Tardà, hacía la víspera a Albert Rivera (Cs): Cada vez que alguien de Ciudadanos o del PP tilde a un político de ERC de "golpista", este responderá acusándolo de "fascista", y así in aeternum. Aunque la invectiva de Rufián no iba directamente contra Borrell, ambos se enzarzaron en una guerra de "serrín y estiércol" que habría acabado con dicha escupitajo.

La pelea ha dado paso a una discusión sobre los límites del debate parlamentario. La presidenta de la Cámara Baja de las Cortes Generales de España, Ana Pastor, entiende injuriosos los calificativos (golpista y fascista) y busca la manera de remediarlo y que hechos como los expuestos, que acabaron con la expulsión del diputado Rufián del Congreso, no se vuelvan a repetir. A la presidenta, incluso se la vio sollozar tratando de defenderse de los ataques que dice recibir, y que la califican de institutriz.

Rufián ostenta el triste honor de ser el segundo diputado del Congreso expulsado desde la recuperación de la democracia. El anterior había sido el histriónico portavoz del PP Vicente Martínez-Pujalte, al que en 2006 llamó al orden varias veces el entonces presidente de la Cámara, Manuel Marín, antes de expulsarlo del hemiciclo. Pujalte pedía entonces la dimisión del ministro socialista José Antonio Alonso, por la detención de dos militantes del PP acusados ​​de intentar agredir José Bono en una manifestación de la AVT.

El homólogo de Pastor en el Parlamento catalán, Roger Torrent, también se esfuerza por erradicar cualquier exabrupto de la cámara catalana después de que, presuntamente, Carlos Carrizosa (Cs) retara al republicano Rubén Wagensberg a verse fuera. El diputado de ERC también había advertido a Ciudadanos que respondería calificando de "fascista" las provocaciones "golpistas". Torrent no expulsó a nadie, pero reunió los grupos parlamentarios al día siguiente con la idea fijar las líneas rojas del debate parlamentario catalán.

El de Cataluña no ha sido nunca un Parlamento áspero, pero de un tiempo a esta parte, el famoso oasis catalán parece haberse secado. Los 'golpistas' dicen que la culpa es de Ciudadanos, que han introducido un debate barriobajero hasta entonces inexistente; los 'fascistas', por su parte, señalan el proceso como foco de todos los males y, obviamente, también el de la crispación parlamentaria. Por otra parte, el Congreso de Madrid siempre ha tenido peor fama; basta escuchar los insultos que suele propinar la bancada popular, que ahora se extienden a territorio naranja. Sin embargo, no llegan ni de lejos al nivel de parlamentos como el británico, donde todo o casi todo es válido para desprestigiar al adversario.

Me parece bien que la política vele por el decoro. En cualquier caso, me preocupa el uso o el abuso que de ello pueda hacerse. En política se debería poder hablar de todo, sin otro límite que el del sentido común. En una sociedad permanentemente ofendida, que esto no sirva para poner trabas a un debate necesariamente libre.

Como decía Cicerón: "Estemos siempre atentos para contradecir sin obstinación y dejarnos contradecir sin irritación".

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