No es el fin del mundo (solo un paréntesis)

La producción y el comercio de bienes –excepto de los relacionados con la alimentación, el material sanitario y los servicios básicos (energía, agua, telecomunicaciones…)– han quedado gravemente tocados por la pandemia del coronavirus. Y todo hace prever que esta situación de parálisis se alargará hasta que no haya un tratamiento farmacológico contra la Covid-19, como pasa, por ejemplo, cuando nos constipamos, y se descubra una vacuna que frene en seco su expansión.

No dudo que la ciencia será capaz de encontrar y abastecer, más temprano que tarde, estas dos fórmulas, capitales para afrontar con garantías la catástrofe humanitaria que sufrimos. Mientras no llega este momento, lo más sensato es prolongar el confinamiento preventivo de la población y focalizar todos los esfuerzos en la atención a los enfermos para intentar salvar el máximo número de personas. Esto requiere que los trabajadores de la primera y la segunda línea de esta batalla dispongan de todas las protecciones necesarias para poder desarrollar su imprescindible tarea con total seguridad y que los hospitales tengan todos los equipos que hacen falta para curar a los contagiados.

El retorno a la “normalidad”, por muy buena voluntad que queramos poner, es imposible. Incluso los países que, aparentemente, han conseguido limitar el impacto del coronavirus –como pueden ser China, Corea del Sur, Taiwán o Alemania– se rendirán a la evidencia que la reanudación económica es un espejismo, puesto que los circuitos mercantiles –especialmente, el comercio internacional- están obturados.

¿De qué sirve continuar fabricando coches, aviones, neveras, muebles, ordenadores, perfumes… si la humanidad está asustada y lo único que intenta es preservar la salud y la vida? Por instinto básico de conservación, los hábitos de consumo de la gente han quedado reducidos al mínimo imprescindible y, en este contexto traumático, la maquinaria que hace funcionar el sistema productivista/capitalista ha quedado gripada.

Lo más inteligente y lo más práctico es aceptar que estamos en un paréntesis y que no lo cerraremos hasta que la población mundial no recupere la certeza que se puede mover, trabajar y viajar con seguridad. Es importante llevar mascarillas, emplear guantes, lavarse las manos para protegerse y hacer tests masivos, pero es evidente que esto no es la solución: es un parche.

A situaciones excepcionales, respuestas excepcionales. Mientras dure este paréntesis, los gobiernos de todo el mundo deben tener dos prioridades: curar a los enfermos y garantizar que todas las personas tienen los mínimos vitales cubiertos (vivienda, alimentación, higiene y suministros básicos). Bien sea con el ingreso de una renta de subsistencia, bien repartiendo gratuitamente los alimentos a quienes lo necesiten.

Las empresas y los mercados tienen que asumir este paro forzoso. Es cuestión de vida o muerte. Los políticos tienen que hacer valer la fuerza que les da la representatividad democrática para imponer las prioridades que cuentan para hacer frente a esta emergencia colectiva. El dinero, en esta coyuntura excepcional, tienen menos “valor” que nunca y los bancos centrales tienen que producir todo el que haga falta para que todo el mundo tenga para poder subsistir y sobrevivir.

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