Extraños compañeros de cama

Winston Churchill popularizó la ingeniosa frase: «La política hace extraños compañeros de cama». En realidad, es del escritor Charles Dudley Waner; Groucho Marx la matizaría años después: «No tanto como el matrimonio». A lo largo de los años, a los ‘extraños compañeros de cama’ política también se les ha llamado «pactos antinaturales», y han sido frecuentes. Cataluña no es una excepción, sino más bien todo lo contrario.

En el programa de TV3 «Fora de sèrie» (2016), la periodista Julia Otero le preguntaba a la cupaire Anna Gabriel: «¿No te produce una cierta urticaria apoyar a un gobierno formado en buena medida por personas de la derecha, esa derecha que tú tanto has combatido? Tú llegaste a la política para desalojar a los convergentes. ¿No parece un poco incongruente este pacto?». Y Gabriel contestaba: «Esta incoherencia es fruto de la anomalía democrática que tenemos. Si se produce el referéndum, y lo ganamos, vamos a ir a unas elecciones constituyentes y ya no serán necesarios pactos antinaturales».

Aunque el referéndum se hizo, y el sí ganó, las elecciones no fueron constituyentes, vinieron forzarlas por el artículo 155 de la Constitución y, así, la cama política ha mantenido inquilinos poco naturales. Los vaticinios de Gabriel no se cumplieron al cien por cien. Pero ahora ella se mira la política desde una segunda fila; es Carles Riera quien lidera en estos momentos la formación anticapitalista. No obstante, el encamado extraño se mantiene. Como la proclamación de la República se escribió con lápiz y se pronunció con la boca pequeña, y antes vinieron los porrazos, y luego los encarcelamientos, los exilios, el artículo 155, las elecciones forzadas… Todo ello ha devuelto el proceso a la casilla de salida.

En la cama conviven: Junts per Catalunya (antes PDeCat, y antes Convergència), ubicados en el centro-derecha, ERC, que ocuparía el centroizquierda y la CUP, el ala más izquierdista de la cama. Como recordaba Julia Otero, el leitmotiv de la CUP es (o era…) desalojar la derechista convergencia del poder. Si eso fuera poco, convergentes y republicanos han vivido enfrentados desde la recuperación de la democracia. Esta es la realidad, y la realidad es tozuda por altos y ambiciosos que puedan ser los objetivos comunes, en este caso la independencia.

Cuando el pasado 26 de octubre Puigdemont intentó adelantar las elecciones para evitar el 155, Esquerra y algunos miembros ilustres del PDeCat se le echaron a la yugular; traidor es, seguramente, lo más suave que escuchó el presidente a lo largo de esas horas. En el magín de muchos todavía conservamos las «155 monedas de plata» que el republicano Rufián lanzó contra Puigdemont, a quien acusaba de Judas Iscariote. El entonces presidente, acorralado, decidió dar marcha atrás, y el resto de la historia es bastante conocida.

Ahora, la tortilla se ha girado. El gesto del nuevo presidente del Parlamento, Roger Torrent, de aplazar la investidura de Puigdemont ‘sine die’, ha despertado las más bajas pasiones convergentes, y seguramente de algún republicano. El ‘traidor’ ha cambiado de bando. Las «155 monedas de plata» pasan de Puigdemont a Torrent y tiro porque me toca.

En medio del griterío, la CUP se esfuerza por hacerse escuchar, metida en un papel de alcahueta que no encaja dentro del concepto antisistema.

Para acabar de redondear, pillan el exconseller Comín con unos mensajes de móvil donde Puigdemont le confiesa el fracaso de la aventura.

¿Y el pueblo? ¿Cómo se desactivan ahora dos millones de personas animadas (legítimamente) en un proceso interminable?

Ya lo decía Aznar, «antes se romperá la unidad de Cataluña que la de España», y me jode que acertara.

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