El malestar docente

Los informes PISA, que evalúan el estado de nuestro sistema educativo, han dado unos resultados bastante negativos, que algunos no esperaban. Lo cierto es que hacía tiempo que se sabía que las políticas educativas de nuestro Departamento de Educación durante los últimos años, no funcionaban. Las quejas de los sindicatos, con huelgas incluidas, de muchos profesionales, de algunos analistas y de muchas familias, lo hacían evidente, pero el Departamento, curiosamente, no se había enterado.

Susana Alonso

De todo lo que está ocurriendo en la educación en Cataluña, hay un aspecto que a mí me parece muy importante y del que no se habla suficiente: el malestar docente, debido al desprecio al profesorado. Un desprecio que se manifiesta con protestas, desánimo, estrés, malestar, deserción y una gran desilusión. Y si, además, desde la Administración, los medios de comunicación y las familias, se siente despreciado, es aún más difícil trabajar con ganas e ilusión.

El desprecio del Departamento es uno de los más importantes, ya que se supone que debería cuidar a sus trabajadores y trabajadoras. Y no lo hace. No lo hace porque no escucha, no hace caso, no se hace cargo de las dificultades que muchos docentes encuentran en sus aulas, porque impone horarios sin sentido, redacta currículums imposibles de entender, carga con una burocracia absurda, impone metodologías que no funcionan y, finalmente, cuando los resultados son malos, le echa la culpa a ese mismo profesorado que hace tiempo iba avisando de cómo estaban las cosas.

Tenemos, desgraciadamente, un sistema educativo totalmente segregado, una doble red que hace que el alumnado se concentre por clase social en unos mismos centros y esto implica que hay un montón de centros públicos de “alta complejidad” donde se concentra el alumnado con mayores dificultades, sociales, económicas, culturales y psicológicas, lo que, dado el alto número de alumnos por aula, hace dificilísimo que el profesorado pueda hacer bien su trabajo. Y esto crea malestar y frustración.

Entre las muchas imposiciones del Departamento, podemos hablar de su manía por “las pantallas”. Dinero y dinero para comprar aparatos que nadie ha pedido y que cada vez está más claro que su utilidad es muy limitada en lo que se refiere a un mejor aprendizaje. Otra de las imposiciones son un puñado de “metodologías” que, en muchos casos, implican un substancial aumento de trabajo y unos muy malos resultados. O sea, hacer trabajar más en actuaciones que el propio profesorado está viendo que no funcionan es otro desprecio y una fuente de malestar. Podríamos hablar del “aprendizaje por competencias”, del “aprendizaje por proyectos” (que no tiene nada de innovador y hace mucho tiempo se sabía que no funcionaba), de un aprendizaje de las matemáticas (Innovamat) que ha obligado al profesorado a abandonar todo lo que hacían (y funcionaba) por una técnica que no saben exactamente cómo funciona y que las familias no entienden nada.

Todo esto ha sido posible gracias a un Decreto de direcciones y un Decreto de plantillas, que ha cerrado la boca a una parte muy importante del profesorado, sobre todo el que era interino u ocupaba una plaza “a dedo”, y su puesto de trabajo dependía de la voluntad de la dirección. Dar este poder a las direcciones ha sido uno de los mayores errores del Departamento, porque esto ha degradado la función del profesorado, ha limitado su capacidad de participar en las decisiones del centro, ha destruido la democracia, ha obligado a los docentes a competir y ha abierto la puerta a prevaricaciones, injusticias y equivocaciones. Y, por supuesto, ha creado un gran malestar.

Y, finalmente, resulta que ahora los docentes “no deben enseñar”, deben “acompañar” y, sobre todo, deben velar “por la salud emocional” de su alumnado. O sea, que les están diciendo que ya no deben hacer de maestros, enseñando a su alumnado, sino que deben hacer de coaching, deben hacer cursillos de autoayuda, de constelaciones, de yoga… y de terapias varias, algunas terriblemente dudosas. ¿No es esto una manera de degradar la labor de los docentes? Y, por tanto, ¿de aumentar su malestar?

Es necesario que el Departamento cambie el rumbo de la educación, es necesario devolver la dignidad a la función docente y el respeto que se merecen sus trabajadores y trabajadoras. Es necesario devolver el bienestar y la ilusión a las personas que se dedican a formar y educar a nuestros niños y jóvenes. Sólo así tendremos una educación pública de calidad.

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