Una reivindicación de la política

En un momento en que el griterío, la descalificación e, incluso, el insulto se han apoderado de la política española, vale la pena leer Una idea de esperanza del expresidente valenciano Ximo Puig. El libro, tal y como apunta el autor, es una «carta de urgencia» en la que relata, en un modo reflexivo, su paso por la presidencia de la Generalitat Valenciana (2015-2023). El título que el actual embajador de España en la OCDE utiliza es un llamamiento a la esperanza en un momento en el que, a su juicio, el gobierno de PP y Vox está haciendo retroceder al País Valenciano en los diferentes ámbitos de la su vida pública. Sin embargo, el título apela a no desfallecer en la importante tarea que tenemos de preservar unos valores políticos compartidos que son, precisamente, los que aseguran la civilidad y la convivencia de personas que tenemos visiones diferentes sobre el futuro colectivo.

Susana Alonso

Por este motivo, aviso de entrada al lector de que en este breve ensayo no identificará ninguna novedad política desconocida ni nada que sea extraordinario. Y es que, precisamente, la grandeza de este texto radica en que, sin decir que sea nada del otro mundo, Puig apela a una forma de entender la vida en comunidad que, en un contexto como el actual, suena a revolucionaria. El también exsenador habla de valores como el respeto, la pluralidad, el diálogo, el acuerdo, la cooperación o el entendimiento. También de la palabra, de la que dice que, frente al grito, la ofensa o el insulto, es la que sirve para superar los conflictos, y para construir puentes y después cruzarlos. O de los peligros de la división. En este sentido, recuerda que de muy joven comprendió que «una sociedad dividida era capaz de causar la muerte entre vecinos, antiguos alumnos de colegio, o entre compañeros que boxeaban juntos en un gimnasio».

Del ensayo querría resaltar dos cuestiones. La primera es la concepción que el expresidente autonómico tiene del autogobierno valenciano. Y es que Puig entiende la Generalitat como una institución con un bagaje y un trasfondo histórico, pero que adquiere pleno sentido político si es capaz de generar bienestar social, impulsar el modelo productivo y generar cohesión territorial. Es decir, el ex líder valenciano no entiende el autogobierno como una herramienta para apelar a un pasado histórico glorioso, pero tampoco como una mera gestoría. Me atrevería a decir que lo ve como un pacto cívico entre ciudadanos sobre una serie de derechos y deberes. En sus palabras, defiende que «el Estatuto de Autonomía se ha convertido en una realidad mucho más trascendente y transformadora que aquella primera expresión medieval de convivir juntos entre el Sénia y el Segura. Hoy el autogobierno es más que una bandera, más que un himno, más que un mapa. El autogobierno es una palanca de progreso, una garantía de derechos, un instrumento útil para vivir mejores, con mayores cuotas de libertad, igualdad y solidaridad.»

El segundo elemento que quisiera resaltar es su apuesta por el federalismo. No es ninguna novedad, puesto que ha sido una de sus banderas políticas. Él hace un llamamiento a una gestión del «poder más polifónica, más policéntrica y con menos dictados.» Quizás esta legislatura, dado el fuerte acento territorial que tiene desde su inicio, debería permitir un debate sereno y sosegado sobre, por ejemplo, una eventual descentralización de algunas instituciones del Estado. Sin embargo, me temo que habrá otras prioridades más importantes y que este debate quedará relegado en la agenda pública. Es cierto, asimismo, que tampoco ayudan a las actuales mayorías políticas ni la distribución del poder territorial autonómico.

Al mismo tiempo, Puig habla de la necesidad de modificar el actual modelo de financiación autonómica y recuerda que la Comunidad Valenciana sufre una «infrafinanciación injusta, crónica y desproporcionada» de 1.300 millones de euros anuales. Es una lástima que ni Puigdemont, ni Torra, ni Aragonés hayan aprovechado la oportunidad de sumar esfuerzos con él para intentar resolver esta cuestión o, al menos, para coordinar estrategias y situar este tema en la agenda política. Ahora en campaña electoral todo son promesas, pero la realidad es que no han hecho apenas nada en este ámbito durante sus presidencias. En cualquier caso, el próximo presidente de la Generalitat deberá abordar esta cuestión. Y lo peor es que lo hará en un contexto político mucho menos propicio que hace un año. En fin… esperemos que después del 12M se imponga, como defiende Puig, el diálogo, escuchar, la negociación, el pacto y, sobre todo, el entendimiento. Nos jugamos el futuro… y la esperanza.

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