¿Por qué es peligroso el exceso de euforia provocado por Laporta y Xavi?

El escenario desatado estos días previos al partido de ida en París ante el PSG y el clásico en el Bernabéu, no se corresponde a la dificultad de remontar la Liga o ganar la Champions

Xavi Hernández

La temporada azulgrana debería estar, como es habitual por estas fechas, rabiosamente emocionante porque es cuando se deciden los títulos, si el equipo ha hecho los deberes y llega con expectativas de conquistar alguno. Estas condiciones se dan en cierto modo en torno al equipo de Xavi, aunque de un modo peculiar y sujetas a variables que han empezado a descontrolarse.

La anomalía la ha provocado el anuncio precipitado y en parte inexplicable de Xavi semanas atrás, renunciando a seguir y al mismo tiempo aferrándose al cargo, admitiendo su incapacidad para progresar en ese vestuario y, por otro lado, queriendo demostrar lo contrario. Entre el despecho y el miedo del técnico que, en el fondo, dejó tirado al equipo cuando más necesitaba liderazgo y dirección, el presidente ha admitido que, en aquel momento, tras perder en casa frente al Villarreal, lo habría destituido.

¿Qué ha sucedido para que el mismo presidente diga ahora que Xavi es la luz y el faro que el barcelonismo necesita? ¿Por qué suspira, como el resto de la prensa y el entorno, porque cambie de opinión y decida seguir en el banquillo? También resulta complicado de explicar, pero básicamente responde a la explosión conjunta de dos adolescentes, Lamine Yamal y Pau Cubarsí, capaces de liderar y de cambiar partidos donde los fichajes de Joan Laporta y la ciencia del entrenador parecían fracasar.

En realidad, sin embargo, desde el punto de vista de las opciones reales de cara a la Liga, la diferencia respecto del Madrid sigue siendo importante, puede decirse que incluso peor porque las jornadas pasan y la distancia se mantiene. En la Champions el fenómeno también es destacable, pues la eliminación del Nápoles en octavos ha disparado una especie de euforia que tiene que ver más con el hecho de haber estado fuera de los cuartos de final desde hace tres años que con el papel de favorito del Barça en las apuestas.

Así, el escenario desatado de estos días previos al partido de ida en París ante el PSG y el clásico en el Bernabéu, que marcarán sin duda quince días clave de esta primavera, el barcelonismo parece estar preparado solo para el éxito, las victorias y la celebración. Hasta el extremo que nadie se atreve a poner las cosas en su sitio y enfatizar razonablemente la dificultad de remontar en la Liga o de ganar una Champions contra pronóstico, como si ser realistas o ilusionarse en la justa medida del momento y de las circunstancias fuera un síntoma de derrotismo, abandono o hasta de antibarcelonismo.

Buena parte de culpa la tienen Xavi y Laporta por haberle dado carta de naturaleza y de normalidad a una situación dependiente en exceso de cada resultado y del estado anímico colectivo que provoca. Laporta, siempre dispuesto a acomodar el relato al gusto del consumidor, no puede pasar en un mes y poco de querer destituir a Xavi a hacerle un monumento y postrarse de rodillas para que se quede un año más. No se trata de penalizar una actitud optimista y positiva, pues eso es compatible siempre con la ilusión. Lo peligroso es haber elevado el umbral de las expectativas solo por aprovechar hasta el abuso una buena racha de resultados, seguramente porque ni el equipo era tan malo ni ahora hay por qué exigirle a dos chavales que conquisten el doblete de Liga y Champions.

Darle a Ansu Fati el dorsal 10 de Messi por aprovechar el tirón de una joven promesa, y por la necesidad de tapar un gran error como fue echar a Messi, fue, en el fondo, otra gran equivocación. El riesgo es tropezar en la misma piedra, algo que, por desgracia, se ha convertido en una seña de identidad del laportismo.

(Visited 47 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

avui destaquem

Deja un comentario