Trabajo infantil

El año pasado se votó en el Parlamento Europeo la Directiva  de Diligencia Debida de Sostenibilidad Corporativa que obliga a las grandes empresas a la identificación, prevención y diseño de medidas contra los efectos negativos de sus actividades en el medio ambiente y en los derechos humanos, como el trabajo forzoso o el trabajo infantil, entre otros temas. Casualmente con el voto en contra del PP español y Vox.

Sobre la explotación laboral infantil, cada vez se tiene más consciencia de ello en los diferentes países que son la fabrica del mundo, pero no es suficiente, pues seguimos viendo imágenes de niños trabajando y explotados, la mayoría de ellos en países subdesarrollados.

Se cifra en unos 160 millones los menores que sufren este tipo de explotación, que intenta regularse con los Convenios 138 y 182 de la OIT. Estos convenios han sido firmados por 175 y 187 países, respectivamente. El 138 no ha sido firmado por Australia ni Estados Unidos, entre otros, especialmente por países de ese mundo subdesarrollado.

Siempre ha existido la explotación de los más débiles, pero la preocupación por el trabajo infantil crece al mismo tiempo que la Revolución Industrial comporta  trabajos infantiles en empresas manufactureras, metalúrgicas o mineras, con jornadas extenuantes, trabajos peligrosos y, evidentemente, impidiendo cualquier tipo de formación.

Durante el siglo XIX se empieza a legislar para paliar esa desmesura, aumentando la edad en la que se puede empezar a trabajar, reduciendo las jornadas laborales, regulando el tipo de trabajo a realizar para que no impacte en la salud, o mostrando cierta preocupación por la formación.

En España, desde 1873 con el gobierno de la Primera República también comienzan las reformas legales para suavizar la explotación del trabajo infantil. En los años siguientes su aplicación es bastante relajada y habrá que esperar hasta principios del siglo XX para encontrar una nueva ley.

Pero un acto importante y poco conocido contra la explotación infantil ocurrió en la Barcelona de la Dictadura de Primo de Rivera en 1925. Se trata de la «Vaga dels Nens», que tuvo lugar en Cristalerías Planell, cuando los niños que debían entrar una hora antes para preparar los hornos demandaron, entre otras reivindicaciones, el cobro de esa hora extra. Dicha huelga se extendió por otras cristalerías y los niños ganaron sus reivindicaciones dos semanas más tarde. También hay que señalar que, aparte de la represión policial, muchos padres se opusieron a la huelga, ya que durante ella dejaban de recibir los salarios de los menores, en la mayoría de los casos procedentes de familias necesitadas.

Hoy en día podemos encontrar el edificio de la antigua cristalería reconvertido en equipamiento municipal en el barrio de Les Corts. Y también podemos saber algo más de uno de los líderes de ese movimiento, Francesc Pedra, que con tan solo once años encabezó las reivindicaciones, convirtiéndose en líder sindical hasta el final de la Guerra Civil. Al volver del exilio con papeles falsos, se reencontró con su pareja Lola Peñalver, también activista sindical, no abandonando nunca ninguno de ellos su espíritu de lucha. Son recordados en los Jardins de Francesc Pedra i Lola Peñalver en L’Hospitalet de Llobregat, donde fueron impulsores de la creación de la asociación de vecinos de Pubilla Cases.

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