Alves, la punta del iceberg

El lunes 25 de marzo, tras pagar un millón de euros, el violador y ex futbolista Dani Alves quedó en libertad provisional. En un auto, que cuenta con el voto particular de un magistrado partidario de mantener al futbolista en prisión, la Audiencia de Barcelona ha acordado que Alves pueda salir de prisión después de pagar la fianza impuesta, con la obligación de no salir del país, entregar sus dos pasaportes -español y brasileño- y comparecer semanalmente ante el tribunal.

En la vista celebrada en la sección 21 de Barcelona para decidir sobre la situación personal de Alves, que llevaba en prisión provisional desde enero del año pasado, la Fiscalía y la acusación particular se opusieron a que quedara en libertad, mientras su defensa pidió su excarcelación argumentando que ya ha cumplido una cuarta parte de la condena impuesta por la violación.

La Audiencia de Barcelona condenaba a Alves a cuatro años y medio de prisión por un delito de agresión sexual. Esa pena, situada en la parte baja de la horquilla posible, se justificaba, según la sentencia, en la indemnización de 150.000 euros que el futbolista había abonado a la víctima. Ese pago implicaba, según el tribunal, una reparación del daño que servía como atenuante de la pena.

¿Cómo se repara el dolor causado? Una pregunta, cómo mínimo, difícil de responder. A lo mejor sería más fácil enumerar cómo no se repara el dolor, y el señor Alves en este asunto, por mucho que haya pagado, ha demostrado tener un máster. El dolor no se repara sin reconocimiento, arrepentimiento ni perdón. Tampoco cambiando cinco veces de versión o permitiendo que tu madre, en este caso Lucía Alves, publicara los datos de la víctima. El dinero es una parte de la reparación, pero no debería sustituir a la condena.

Cuando esta columna se publique Dani Alves estará disfrutando de su libertad. Una libertad no merecida. Para colmo cumple una pena mínima.

En estos momentos, probablemente, Dani Alves seguirá haciendo su vida con cierta normalidad y lo hará por diversos motivos. El primero, porque un tribunal ha decidido concederle la libertad provisional bajo fianza de un millón de euros, una decisión en la que influyen enormemente el dinero, los estereotipos y el prestigio social. Así pues, se está haciendo justicia para ricos.

El principio enunciado en el artículo 14 de la Constitución que dice textualmente que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”, no se cumple. Porque a Alves, quién ha demostrado poder conseguir un millón de euros en menos de una semana, se le ha favorecido en cuánto a trato.

Además no cabe olvidar que Alves, al ser preso provisional, no había llevado a cabo ningún tratamiento de rehabilitación por lo que habría posibilidad de una «reiteración delictiva». Por lo tanto, se está permitiendo que un violador rico que no ha mostrado arrepentimiento ni intención de pedir perdón ni tampoco se ha sometido a rehabilitación ande suelto por la calle.

A mi entender, este hecho lanza diversos mensajes a la sociedad. El primero de todos es que no somos iguales ante la ley. En segundo lugar, y siendo mujer lo lamento todavía más, es que la violencia machista sigue teniendo una impunidad increíble y siendo objeto de unas condenas irrisorias.

Cómo mujer esto me provoca miedo y una pena terrible y, a algunos hombres no bien educados en cuanto a consentimiento y educación sexual, seguramente les despierte una sensación enorme de inviolabilidad ante sus actos. Así pues, e igual que con condenas de casos de violencia machista o agresiones sexuales como la de “la manada”, lo único que hacemos es infundir una sensación de miedo a las mujeres e impunidad a los hombres que no las respetan.

Alves es sólo la punta del iceberg del desequilibrio social latente.

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