Galicia, víctima colateral

El procés fracasó en su principal objetivo, no hay duda, pero ha alcanzado una indudable victoria moral. Porque… ¿qué mayor victoria hay que tener a tu adversario arrodillado, dependiendo enteramente de ti para aprobar cualquier ley, o extorsionado hasta el punto de aceptar amnistías a la medida del amnistiado? Estas y otras humillaciones, inflingidas durante largos años de nacionalismo en Cataluña, han provocado un efecto nefasto: generar, como reacción, un agresivo nacionalismo español. Y no hablo sólo de partidos políticos: hablo de entidades sociales, intelectuales y medios de comunicación, que bajo la crítica o la denuncia de los abusos de ciertos nacionalismos, esconden una fuerte pulsión uniformizadora.

Susana Alonso

Una de las víctimas colaterales de este fenómeno ha sido Galicia. Quien viaje por ella, comprobará que en sus ciudades, por provincianas que sean (pienso ahora en Lugo, de donde procede mi familia), se habla muy mayoritariamente en castellano. Si uno se acerca a sus quioscos, encontrará poquísimas (o ninguna) publicaciones editadas íntegramente en gallego. Sus comerciantes, por otra parte, nada tienen que temer, pues no hay leyes que les obliguen a rotular sus comercios en esta lengua (o sea: que la mayoría está en castellano). Y si sintoniza el canal de televisión autonómico, comprobará que hay anuncios publicitarios en la lengua de Cervantes, conviviendo en paz con los que se difunden en la lengua de Rosalía. Algo impensable en TV3.

¿Pero qué hay del sistema educativo, verdadero campo de batalla de todos los nacionalismos? La educación en Galicia es bilingüe, con igual número de asignaturas en ambos idiomas, algo que ya quisieran para sí los alumnos castellanohablantes de Cataluña, a quienes se niega incluso un miserable 25% de clases en su lengua materna (¡concedido por sentencia judicial!). Pero no se precipiten: Según datos de la Mesa pola Normalización Lingüística (la mayor entidad gallega en defensa del idioma), “en el 90% de las escuelas infantiles la presencia del gallego es minoritaria o no existe”. ¿Ah, que usted desconfía de una asociación que puede estar infectada por el virus nacionalista (gallego)? Pues ahí van los informes del Consejo de Europa, poco sospechoso, en principio, de haberse vendido al oro de los separatistas: “En 2021, el Consejo Europeo volvió a llamar la atención a la Xunta por su política lingüística”, leemos en un artículo publicado en el digital Público, el pasado 14 de febrero. “Ya lo había hecho en 2019, 2016 y 2012, al ser España uno de los casi 50 estados adheridos a la Carta Europea de Lenguas Regionales y Minorizadas. En el último reporte, el Comité de Expertos del acuerdo expresó especial preocupación por el uso del gallego en la enseñanza, señaló que el material didáctico en este idioma es insuficiente y que en los colegios en los que se introdujeron asignaturas en inglés, la oferta de asignaturas en gallego cayó hasta el 33%”.

Pero aún hay más. Según el artículo, “los contenidos audiovisuales en gallego disminuyeron” durante las últimas cuatro mayorías absolutas consecutivas del PP. “En la Televisión de Galicia los programas para niños cayeron de 73 horas a 20 horas semanales”. Todo ello conforma un panorama sombrío donde el relevo generacional, es decir, el futuro de la lengua, está en peligro. Porque si los niños no lo hablan, el gallego, como cualquier otro idioma, desaparecerá. Otro organismo oficial, el Instituto Galego de Estadística (IGE) -no dependiente precisamente del BNG- confirma con sus propias cifras este escenario desolador (ver mi artículo El Gallego, crónica de una muerte anunciada, publicado en este mismo medio).

La realidad parece incontestable, pero ello no desanima a este neo-españolismo: No sólo se la trae al pairo la decadencia del gallego -un idioma al que en principio debería considerar como español y, por tanto, defender y preservar- sino que, en el colmo del cinismo, describe una Galicia dantesca, donde los castellanohablantes viven oprimidos bajo una intolerable dictadura monolingüe. No sólo eso: Meter en el mismo saco a todos los territorios con dos lenguas cooficiales, omitiendo deliberadamente que la situación sociolingüística de Galicia se parece a la de Cataluña como un huevo a una castaña. Crear perversamente un conflicto lingüístico que no existe, pues  la lengua “víctima” no lo es en absoluto y la “victimaria” es la que tiene realmente un conflicto para sobrevivir. Son muestras de cómo se las gasta un nacionalismo que, aún sin ser “periférico”, es tan nacionalismo como el que más.

Parafraseando a Nietzsche: “Quien con monstruos (nacionalistas) lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo”.

(Visited 90 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario