«Las migraciones no las para nadie»

Entrevista a Miquel Carrillo

Miquel Carrillo

Ingeniero químico por el IQS. Máster en gestión pública y desarrollo sostenible en la UAB. Se ha dedicado a la cooperación internacional. Forma parte del Consejo de Cooperación al Desarrollo y es vocal de la junta de gobierno. Miembro activo de Ingeniería sin Fronteras. Autor, entre otros libros, de Volver a pisar las calles. Ahora, publica Pollo cono mangos (Icaria).

¿A qué viene un plato tan exótico como “pollo con mangos”?

Es, por un lado, el rancho con el que nos alimentábamos en el hospital donde estuve confinado en medio de la pandemia, en 2021, en Banjul, la capital de Gambia. Es también un poco el yin y el yang, lo que te dan y lo que tú buscas. El pollo, cada día sí o sí, era lo que nos preparaban para comer, y los mangos lo que íbamos a buscar para complementar la dieta, al menos desde el punto de vista vitamínico.

Dices que compartías estancia hospitalaria con decenas de personas que, cada una con sus motivos, también querían dejar África atrás…

Pollo cono mangos, al final, es un libro de viajes. Está dirigido a todo el mundo y escrito por alguien que no es de ninguna manera un experto en África, Gambia o la emigración, pero que ha tenido la ocasión de compartir unos días con personas que, en condiciones normales, no lo habría hecho. No pretende dar lecciones sobreras. Solo son impresiones, aunque es cierto que yo he viajado y tenido ocasión de ver sobre el terreno algunas realidades.

¿Qué hay entre estas realidades?

En la cooperación hay de todo. Engloba muchísimas cosas, hoy en día. Continúa habiendo posicionamientos muy paternalistas, mucho de una ayuda que corresponde al deseo del donante para sentirse bien con él mismo, superar el choque de cosas insoportables, o contribuir a mejorar algo. Existe también la cooperación que intenta cambiar las bases sobre las cuales se construyen todas estas injusticias y desigualdades. Que intenta, con movimientos sociales, con organizaciones con las cuales comparten esta visión, poder trabajar. También existe la cooperación europea, española, que en el caso de África se está vinculando mucho a todo un relato de seguridad. Una cosa que nos lleva a construir un muro para hacer frente a la pretensa invasión de no se sabe quién, alimentando el miedo y la deshumanización del otro. Así, en vez de invertir, por ejemplo, en el Ministerio de Educación, se hace en el de Interior, para aumentar el número de gendarmes. La cooperación, al final, es como una herramienta que cada cual utiliza según su visión del mundo, y lo que quiere conseguir.

¿Cómo definirías la situación aquí y ahora en el espacio que hemos conocido como la África Occidental francesa?

En resumen, creo que la gente piensa que la cooperación es lo que hacemos las ONGs. Cosa que, en realidad, es el chocolate del loro: una parte muy pequeña de lo que es la cooperación. Con el 0,3% del PIB que España dedica al desarrollo (que a veces se invierte, sobre todo, en grandes infraestructuras) hacemos lo que podamos. Después está la parte más grande, que sobre todo se orienta a frenar los flujos migratorios, y que también conecta con el tema del yihadismo y el mantenimiento de una posición geopolítica en el continente, que es clave para asegurarse materias primas. Es la última frontera del capitalismo. Aquí, Francia (que pone por delante sus valores europeos, que nadie sabe cuáles son) está compitiendo con otras economías emergentes, que están en una situación mucho mejor para invertir, colaborar militarmente… En este mercadeo, China, Rusia, Turquía… están ganando posiciones. En Níger, Mali y Burkina Faso se han producido golpes protagonizados por militares soberanistas, que lideran una gran insatisfacción, y pueden modificar sustancialmente la situación en la zona. Un proyecto en embrión, que apunta a la creación de una federación panafricana. Es, de alguna manera, un retorno al pensamiento de los años 70-80, pero la gente no las tiene todas. No se ve claro si hay algún proyecto más allá de quitarse a los franceses de encima.

¿Cómo se puede describir la situación de las personas en la zona?

Con carencias muy acentuadas. Para hacernos una idea, hay que tener en cuenta que en Senegal la media de niños por clase es de 70-80. En los barrios de la periferia de Dakar no hay ni saneamiento. Se percibe alguna mejora en las infraestructuras, pero todo va muy despacio, con una población muy joven, que se ve obligada a buscarse la vida, a hacer algo. Por eso, la imagen de Europa que llega a través de las redes sociales, de testimonios, es muy potente, ante lo que les rodea cada día. De este modo, la opción de coger una piragua e irse es de lo más comprensible. El problema radica en el hecho de que no se hace de manera organizada, consciente de todos los peligros que esto comporta. Una cosa que también se produce a nivel interno. En Senegal, la gente continúa llegando al extrarradio de Dakar. Sin industria, explotaciones agrícolas…, la economía es, sobre todo, informal.

Es decir, que las migraciones africanas, en contra de lo que dicta nuestro imaginario, ¿no son tanto hacia los países ricos, sino dentro del mismo continente?

En realidad, el 70% u 80% de la gente que emigra lo hace dentro de la misma África. De Senegal se emigra a Marruecos a buscar trabajo. Gente de Marruecos, aunque parezca increíble, estudiará en Senegal. Personas que se mueven por todo el golfo de Guinea. Mozambiqueños que trabajarán en las minas en Sudáfrica. De hecho, los grandes planes de desarrollo a escala mundial van por aquí: localizar puntos de referencia dentro del continente africano que puedan tirar del carro y liderar un proceso de localización de industrias que antes se localizaban en Asia. Esto es una cosa que aún, está claro, está en el terreno de las ideas.

Que también choca con el discurso dominante en Europa y los países ricos, donde se continúa haciendo pivotar la emigración alrededor de las mafias…

A propósito de las migraciones y a la luz del reciente pacto europeo sobre emigración, vemos en los medios de comunicación cómo se va construyendo todo este relato que alienta y reproduce el miedo de la gente a los emigrantes, al que es diferente, con una perspectiva de invasión. La vuelta de tuerca de este discurso son las mafias. Las mafias, se dice, son las que manipulan y se aprovechan de la pobre gente. En realidad, un pretexto para incrementar los controles, expulsar a gente, hacer la vida imposible a quien intenta asentarse. Son los malos que tenemos que combatir, y por eso levantamos muros, alambradas, nos armamos, instalamos sistemas de vigilancia… No precisamente contra las mafias, sino para evitar que cualquier persona que intente hacerlo pueda acceder a nuestros territorios. En realidad, los que están en el origen de las mafias son nuestros deficientes sistemas de acogida. Me explicaban estos días que en Senegal se ha destapado una especie de martingala, por la cual, cuando se solicita una entrevista en la embajada española, hay alguien que consigue los datos de estas personas y, después, desde una empresa, les ofrecen una gestión por la cual cobran entre 500 y 600 dólares, y que se reduce únicamente al papeleo. Cosa que también pasa en otras embajadas y países. Esto va alimentando no solo las mafias, sino la idea de que la gente se tiene que buscar la vida para emigrar. En el fondo, es la única opción que creen tener. En general, la gente se autoorganiza para ello. Para que el guardia de Mauritania nos deje pasar, para conseguir la barca…

En definitiva, dices, la cuestión parece estar, más que en las mafias, ¿en las casi nulas posibilidades de poder viajar?

La desestabilización de la zona desde la caída de Gaddafi y las primaveras árabes ha contribuido a la aparición de bandas, de mafias que, efectivamente, se lucran con el tráfico de personas. Pero, insisto, en la base del problema está la precariedad de la vida en estos países y las poquísimas posibilidades de poder emigrar. En realidad, sería mucho más barato invertir en cooperación. Pero aquí chocamos con nuestra visión militarizada del mundo, que nos hace cada vez más inseguros, con más miedos. Hay que continuar abriendo camino a una visión más abierta, más sensata, del mundo. Una cosa que he intentado con el libro: humanizar, aproximar, conectar con gente que, en el fondo, no están haciendo nada diferente a lo que hicieron nuestros antepasados cuando tuvieron que emigrar. Que comparten proyectos de vida muy parecidos. Son los emigrantes los que, en buena parte, se ocupan de cubrir muchas de nuestras necesidades, como la atención a las personas. Y, en cualquier caso, aportan riqueza económica, cultural, humana a nuestras sociedades. Espero que el libro, a través del humor, también, ayude a conocer algo más a unas personas que son muy importantes, y lo continuarán siendo, porque las migraciones no las para nadie.

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