América entre el crimen y el castigo

Cada año se inicia con una revelación que causa perplejidad entre la opinión pública. Ya situados en el primer trimestre de 2024, es indudable que Ecuador ha sido el foco de centenares de noticiarios a lo largo del mundo. El estado de excepción decretado por el presidente Daniel Noboa, no es sino el canto del cisne de una nación sacudida por el narcotráfico y la desesperación.

Susana Alonso

Ecuador lleva siete años en una espiral de violencia sin precedentes, en la cual, la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes se ha multiplicado por cinco. Se trata de un estado en el que se vive en un “segundo confinamiento” marcado por la delincuencia, y que ha presenciado tres magnicidios en los últimos meses, incluido el asesinato de Fernando Villavicencio, candidato a la Presidencia.

Las autoridades yacen desconcertadas ante los enfrentamientos perpetuados por Los Choneros, Los Lobos y Los Tiguerones: Bandas del narcotráfico que cuentan con el respaldo de cárteles como el de Sinaloa o el de Jalisco Nueva Generación. El país sudamericano es la víctima de una red criminal más amplia, que se lucra de la dolarización de la economía ecuatoriana para el lavado de dinero y que rehúye las restrictivas políticas colombianas al tráfico y consumo de droga.

La crónica de Ecuador es también la de un continente, la de un Nuevo Mundo repleto de esperanzas que hoy zozobra entre los titubeos de líderes incapaces y los delirios de asesinos hambrientos de dinero y poder. Mientras que López Obrador se obceca con la hueste de Hernán Cortés y Javier Milei con una conspiración socialista: Los comerciantes del mercado de Toluca en México viven de cerca la intimidación de las mafias; las bolsas de cocaína llegan a los maizales de la Pampa Húmeda argentina. Los políticos llamados a traer la prosperidad siguen la tradicional dinámica cervantina de perseguir molinos de viento.

En medio de esta incertidumbre, parece que surge un oasis en El Salvador. El país centroamericano es la constatación de que es posible aplicar una política efectiva contra el crimen organizado, basada en el estado de excepción y el despliegue total del ejército y la policía. Los métodos aplicados por la presidencia de Nayib Bukele pueden parecer poco ortodoxos, sin embargo, no se puede negar el éxito de éstos con una reducción sistemática de la criminalidad y una caída de los homicidios a récords históricos.

Bukele no es el tecnócrata que nos han vendido. Su marcado autoritarismo y carisma han inaugurado un nuevo estilo de hacer política en la región que hoy sirve de inspiración para muchas naciones vecinas: El populismo punitivo. La cercanía manifiesta con discursos ampulosos y el uso de redes sociales, han creado la necesidad en la ciudadanía de un control constante, apoyado por el éxito económico derivado del auge del turismo y la llegada de inversiones extranjeras. El presidente salvadoreño es el vivo ejemplo de que “el fin justifica los medios” (frase dicha por Napoleón y erróneamente atribuida a Nicolás Maquiavelo).

Este fenómeno sancionador con tintes imperativos es una realidad que se extiende del Amazonas al Caribe, y del Río Bravo hasta Tierra del Fuego. El bukelismo es una marca que vende, y lo hace muy bien. Una promesa de hallar la paz soñada para miles de familias en el Nuevo Continente. A su vez, resulta una oportunidad de oro para una clase política ansiosa de volver a conectar con el electorado: La presidenta Xiomara Castro en Honduras es el vivo ejemplo de esta particular mimesis, pasando de ser conocida por su implicación en la lucha contra el sida y el apoyo a las madres solteras, a ser un firme símbolo en la guerra contra la Mara Salvatrucha y otras pandillas de la zona.

De mientras, en Europa corren ríos de tinta acerca de la praxis política salvadoreña, con la palabra dictadura como apelativo más empleado. Parecen obviar que el 70% de la cocaína que llega a las costas europeas procede de Ecuador, aquel país al borde de una guerra civil. El divertimento malentendido por algunos es la sangre de inocentes al otro lado del charco. Estados Unidos y Europa son los principales clientes de un negocio que genera 90.000 millones de dólares anuales en suelo americano. Sin embargo, les puedo garantizar que las caras de perplejidad ante cada víctima del narcotráfico seguirán bien presentes para algunos.

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