«La ciudadanía no se agota votando cada cuatro años»

Entrevista a Emilio José Gómez Ciriano

Profesor de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Castilla-La Mancha. Responsable de la Comisión de Derechos Humanos de Justicia y Paz. Su investigación está vinculada a los derechos humanos, en particular a los económicos, sociales y culturales, y a las políticas migratorias. Ahora, junto a Carlos Berzosa y Francisca Sahuquillo, sale a las librerías El arte de ejercer la ciudadanía (Icaria).

¿Por qué el arte de ejercer la ciudadanía, y no, por ejemplo, el deber, la necesidad…?

 Ninguna de las palabras del título es gratuita. El arte, porque el arte se ejercita; requiere paciencia, cura, constancia, conocimiento, astucia y audacia. Ejercitar un arte es conocer los intríngulis, saberse los elementos que permiten adentrarse. Por eso es también un arte que no se acaba de obtener. Del mismo modo, para ejercer la ciudadanía, a diferencia de ostentar, hay que versarse en esto. Pretendemos que la gente ejerza su ser ciudadano y ciudadana.

En El País, la profesora Clara Ramas, dice que “el capitalismo global acoge evoluciones y retrocesos de los derechos, que encogerían el corazón de Locke y Montesquieu…”

 Creo que la visión de ciudadanía de Montesquieu tampoco era muy amplia, aunque para su tiempo sí que era avanzada. Por supuesto, también a mí se me encoge el corazón cuando veo como están retrocediendo los derechos humanos. Y no solo a mí. Leyendo la gente que escribe sobre ciudadanía, todos coincidimos con el panorama de clarísimo retroceso de los derechos humanos en la actualidad, que tiene bastante que ver con unos casi pecados originales.

¿Dónde está el quid de la cuestión de estos retrocesos: en los gobiernos, los intereses económicos, la tan sudada opinión pública…?

 Aparecen dos grandes enemigos, bastante identificados. En primer lugar, el paradigma neoliberal capitalista, que, evidentemente, promueve un individualismo feroz, un discurso meritocrático, una mirada absolutamente desconfiada hacia el otro… Una cosa que se fundamenta en el miedo y la incertidumbre, que da alas a quienes se quiere aprovechar. Aquí vemos el crecimiento de las opciones políticas de extrema derecha, que van directamente a las tripas. Con miedo e inseguridad, la gente no se para a cuestionarse que hay otra manera de hacer las cosas. El capitalismo define un escenario de precariedad tremenda. Es natural que las personas traten de vivir día a día en las mejores condiciones posibles.

¿Son quizás los estados los que, más y de manera más evidente, vulneran los derechos humanos?

 Otro enemigo es el hecho de que los estados signatarios de la Declaración de los Derechos Humanos pocas veces asumieron y tomaron conciencia de la responsabilidad que esto comportaba. Los grandes vulneradores de los derechos humanos son los estados. Cuando se proclamó la Declaración, quedaba muy claro que era obligación de los estados formar sus cuadros, instruir su población… Se comprometían a promover, defender y no obstaculizar el ejercicio de estos derechos. Ahora hay quién hace lo contrario, porque los interesa una población poco instruida en materia de derechos. Porque si conoces tus derechos, los reclamas, los exiges. Se sigue prefiriendo tener súbditos que ciudadanos y ciudadanas.

De entrada, da la sensación que el término ciudadanía, asociado a civismo, se interpreta o se ha reducido a un banal “comportamiento ciudadano”, como hacer uso de las papeleras, etc…

 Ciudadanía es una de las palabras más pervertidas en el discurso público. Hay muchas maneras de entender la ciudadanía. Para nosotros, los autores de este libro, una persona ciudadana es una portadora de derechos inalienables y que los puede ejercer y hacerlos justiciables, reclamarlos ante los tribunales. Una cosa tan sencilla como cuando vas a un centro de servicios sociales a pedir una prestación, que se te deniega o se te recorta. Tienes derecho a reclamar, porque los derechos sociales son parte de la ciudadanía. La ciudadanía no se agota yendo a votar cada cuatro años. No es una ordenanza municipal. Ciudadanía es titularidad de derechos sociales, económicos y culturales, posibilidad de ejercerlos y que haya vías para hacerlo. Por lo cual tenemos que acostumbrarnos a reclamar. No es una cosa graciable, que el gobierno pueda dar o tomar.

Nos parece llena de sentido la declaración del 1789, ¿pero en que consiste ser buen ciudadano en pleno siglo XXI?

 Michael Walzer, filósofo de la política, decía que la democracia exige que haya diálogo en la plaza. La democracia se ejerce en la cotidianidad. La vida y el diálogo en la plaza, y la plaza como espacio donde nos encontramos con nuestro vecino o nuestra vecina y preguntamos cómo le va la vida, el trabajo, sus familiares… Esto es salud democrática. Hoy las nuevas plazas las define el metaverso, un espacio virtual controlado por grandes corporaciones, donde para relacionarte en vez de hacerlo en persona, lo puede hacer por medio de tu avatar. Esta manera de relacionarse, aunque aparentemente cultiva la relación, lo que hace es generar una profunda soledad, un gran individualismo. Todo lo contrario de lo que es la vida y el diálogo en las plazas. Los espacios comunitarios están desapareciendo, la solidaridad se ignora… Hay sociólogos, como Víctor Renes, que dicen que asistimos a una gran desvinculación. Cosa que tiene que ver con el hecho de que el otro ya no es mi vecino, mi compañero, mi conciudadano… Es el extraño de quien desconfío. Y todavía más si es un extranjero, si viene de fuera. Y junto a esto, el discurso meritocrático, que es profundamente afín y sinérgico con el pensamiento neoliberal. Según este, todos estamos en la misma situación de partida y depende de los méritos de cada cual donde llegaremos. Así, si fracasas es porque no has hecho bastante.

¿Saldremos algún día del pantano de las redes sociales o, como con las arenas movedizas, con el paso del tiempo nos iremos hundiendo cada vez más

 Cómo decía Gramsci, soy pesimista de la razón y optimista de la voluntad. Ahora la situación es difícil, pero creo que estamos en un momento en que es necesario despertar a la ciudadanía. Y esto se hace empezando a cuestionar las cinco emes del neoliberalismo: el mercado desatado (sin límites, inmisericorde…), a favor de más inversión pública, más Estado de bienestar, más presencia de los derechos; el discurso meritocrático, la profunda mentira del neoliberalismo; desmontar el miedo, y acabar con la profunda situación de miseria en que viven muchas personas. El prólogo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es de una gran belleza. Dice que la aspiración máxima de la humanidad es un mundo liberado del temor y de la miseria. Es el miedo y la miseria lo que nos hace vulnerables, frágiles. Y esto lo saben muy bien los que mueven los hilos del capitalismo.

También llama la atención en este prólogo la resistencia a la opresión como derecho imprescindible. Y esto es una cosa que, si se aplicara en el mundo de hoy, las cosas serían muy diferentes…

 Los estados firman las declaraciones de derechos y asumen la obligación de cumplirlos, pero somos los ciudadanos los titulares de estos derechos. Tenemos que resistir y defenderlos ante cualquier vulneración. Eleanor Roosvelt y la comisión que se encargó de elaborar la declaración fueron víctimas de presiones de sus mismos estados, porque pensaron que todo aquello iba demasiado lejos. ¿Por qué? Porque los derechos humanos, ejercidos por los ciudadanos y ciudadanas, son una herramienta peligrosa para determinadas políticas.

¿Qué se puede decir de una cosa de tanta actualidad como el sesgo de jueces que, en vez de velar por la garantía de los derechos ciudadanos, como parece que es su función, actúan según dictados ideológicos, políticos o simples tics personales?

 Significativamente, en la carrera judicial o en los estudios jurídicos, la apreciación de los derechos humanos brilla por su ausencia. No hay ninguna asignatura de derechos humanos. En los estudios del funcionario público, del de justicia, del profesor universitario, del educador social, en economía… no figuran los derechos humanos. Y esto se traduce en el hecho que no se ejercen. En las escuelas se tendría que promover una educación para la ciudadanía. Un juez, un fiscal que estén formados en perspectivas de derechos humanos, de género…, necesariamente ejercerán, resolverán, de otro modo.

¿Dónde están los agujeros más negros para la ciudadanía, en este momento de la historia?

 Es una cosa muy transversal. Las luces y las sombras están mezcladas. Nos encontramos con gente que con una fuerza increíble promueve los derechos humanos y, al mismo tiempo, con los que, de forma sistemática, obstaculizan el ejercicio. Obviamente, hay cosas más groseras que otras. Por ejemplo, el tema de Gaza. El derecho de veto hiere de muerte a las Naciones Unidas. Del mismo modo que la unanimidad lo hace con la Unión Europea. Es clamoroso el silencio de Europa en la crisis de Gaza.

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