En nombre de Jacob

Si tuviéramos dos dedos de frente, la humanidad -coordinada y unida- estaría volcada, ahora mismo, en hacer frente al cambio climático que amenaza la supervivencia de nuestra especie sobre la Tierra. Nos romperíamos la cabeza en la búsqueda e implantación de nuevas fuentes de energía no contaminante, en la creación de nuevas fórmulas para garantizar la alimentación saludable de los 8.000 millones de personas sin reventar el medio ambiente, en la formación intensiva de nuevos profesionales de la medicina, en la extensión de las infraestructuras básicas (viviendas, escuelas, carreteras, puentes…) para que a nadie le faltara de nada…

Pero los humanos tenemos el cerebro lleno de niebla tóxica y no sabemos discernir aquello que es importante en cada momento. Avanzamos a través de la historia a tientas, tropezando con las piedras del camino y pegándonos castañazos los unos contra los otros.

Ahora que estamos todos interconectados por las redes y los satélites sería más fácil que nunca ponernos de acuerdo para lograr grandes retos y objetivos en beneficio de todos. Pero no. Los fabulosos adelantos tecnológicos que tenemos a nuestra disposición los usamos para exacerbar el patético lado oscuro y malvado de la condición humana.

Comenzamos este 2024 con los cañones disparando muerte y destrucción en Ucrania y en Palestina. Me niego a la resignación y a aceptar que Vladímir Putin y Benjamin Netanyahu continúen asesinando sin cesar. La humanidad tiene que levantar un contundente clamor por la paz que haga temblar y callar a todos aquellos que osen emplear las armas para atacar a nuestros congéneres. Sin excusas: paz. Paz, paz y paz.

Paz también en las redes sociales, que se han convertido en un infecto pozo de veneno. Quien ha sido víctima propiciatoria de esta plaga ha sido Jacob, el bebé que nació en la Seu d’Urgell, poco después de que las campanas hubieran anunciado la llegada del Año Nuevo. El hecho que sus padres sean Liseth Manuela y Wilson David, una joven pareja de migrantes sudamericanos que ha encontrado un hogar en el Pirineo, ha servido para que algunos independentistas hiperventilados nieguen a Jacob la condición de “catalán”.

Parece mentira que todavía estemos en éstas. Los intolerantes están hundiendo el buen nombre de Cataluña en el descrédito más absoluto. Han acabado convirtiendo esta tierra en un desierto reseco y a los que no somos como ellos nos corresponde, ahora y en los años venideros, la tarea de transformarlo en un espléndido jardín.

En el decurso de la historia, el gran enemigo de la paz y la civilización ha sido casi siempre el nacionalismo identitario excluyente, génesis de violencia y de destrucción. ¡Cuánto daño han hecho y hacen las banderas! Ya sabemos que la exacerbación del patriotismo es un arma recurrente que, desde el fondo de los siglos, utilizan las élites económicas para proteger sus intereses y mantener e incrementar su dominio sobre la población.

El “truco” nos los conocemos de memoria -porque lo hemos sufrido y pagado con ríos de sangre-, pero, sin embargo, continúa funcionando y haciendo estragos en este siglo XXI. Es como las viejas estafas -el “tocomocho”, la “pirámide de Ponzi”, el “trilerismo”…- que, no por sudadas, todavía hay gente que se deja embaucar y cae a gatas.

Todos los conflictos que ahora mismo nos indignan y escandalizan tienen su raíz en el maldito nacionalismo: la Gran Rusia de Vladímir Putin, el “pueblo escogido” que dicen ser los judíos… En clave ibérica, los sueños independentistas de una parte de catalanes y de vascos -anclados en míticas y lejanas gestas medievales- impiden que la península pueda expandir todas sus enormes potencialidades geopolíticas.

Este 2024 tenemos marcadas en el calendario dos elecciones capitales: las del Parlamento europeo, el mes de junio próximo; y las presidenciales de los Estados Unidos, el mes de noviembre. En estos dos comicios se juega una parte muy importante de nuestro futuro. Y justo es decir que, desgraciadamente, en ambas el componente nacionalista-patriótico tiene un protagonismo determinante.

En el mundo hay dos grandes corrientes ideológicas en constante contraposición, fricción y confrontación: el particularismo (“nosotros, primero y a los otros que les bomben”) y el universalismo (“todos somos hermanos y nos tenemos que ayudar los unos a los otros”). La democracia-cristiana y la socialdemocracia, hegemónicas durante las últimas décadas en la Unión Europea, compartían, de fondo, esta segunda visión humanista y solidaria y es así como hemos construido los vigentes Estados del bienestar.

Sin embargo, desde las cloacas de la extrema-derecha se han aprovechado las debilidades, imperfecciones y contradicciones de esta arquitectura social para promover y difundir un mensaje de rechazo y de odio contra el “sistema” y aquello de negativo que comporta a ojos del ciudadano de la calle: impuestos, regulaciones, apertura de mercados, migraciones, precariedad, especulación inmobiliaria… La mezcla del discurso de la extrema-derecha es indigerible e impracticable -como vemos en la Argentina de Javier Milei-, pero tiene la capacidad de seducir y cautivar a las capas más insatisfechas de la sociedad, en sintonía con la codicia insaciable de los “capitanes” empresariales más agresivos y ultracapitalistas.

Las elecciones europeas llegan en un momento de máxima agitación y penetración del nacional-patrioterismo, reflejo de las pasadas victorias de Donald Trump y del Brexit. Tiene bastiones importantes en la Unión Europea, como Hungría e italia, pero también acaba de perder Polonia. Cada cual desde su lugar, pero hace falta que una consigna de orden recorra el Viejo Continente en todos los acimuts: este mes de junio, es imperativo parar a la extrema-derecha en las urnas para conformar un Parlamento europeo donde imperen los valores de nuestros “padres fundadores”, basados en la tolerancia, la justicia social y el espíritu constructivo.

No tenemos que perder ni un minuto con las tonterías y los alaridos de la extrema-derecha, a pesar de que haga mucho ruido. Se les hace frente, se les desarma dialécticamente y se les enseña a ser bien educados. Tenemos una tarea que nos reclama toda nuestra atención: la protección del planeta, para que Jacob pueda jugar y crecer en paz, con amigos de todos los colores y en un clima limpio y saludable.

(Visited 206 times, 1 visits today)
Facebook
Twitter
WhatsApp

HOY DESTACAMOS

Deja un comentario