«Sabemos que el aeropuerto del Prat quedará inundado»

Entrevista a Francesc Mauri

Francesc Mauri

Hombre del tiempo autodidacta, porque así empezó. Después estudió Geografía Física. Comunicador y, ahora, evangelizador del medio ambiente. Coautor de varias publicaciones. La última, Stop al cambio climático. Su medio de comunicación más familiar, desde 1985, ha sido la radio, y después la televisión. Desde 2012 participa en un podcast, en el que hay casi 3.000 entrevistas de proximidad.

¿Está cambiando el hombre del tiempo con el cambio del tiempo?

Yo, y algunos compañeros, llevamos más de 35 años en el tema. Otros menos de la mitad. Han crecido en un nuevo paradigma. En mi caso, empecé, apasionado por el tiempo, con 18 años. Y tengo la suerte de seguir dedicándome a esto. A finales de los años 80, y en los 90, empiezo a ver, de manera muy marcada, las primeras noticias alarmantes sobre el cambio climático. En aquel momento, había una disyuntiva importante, porque los años 70 fueron especialmente fríos. Algún adivino sin mucho recorrido científico, digamos, dijo que íbamos hacia una glaciación, geológicamente hablando, que llegará de aquí a 15.000 años, y que aquí teníamos los primeros síntomas. Una cosa que, a la luz de los hechos, resulta absolutamente gratuita. En este siglo, se acentúan los avisos de que algo está pasando con el tiempo. Hasta que, en 2010, empiezan a caer récords, más sostenidos en el tiempo, y mucho más potentes. Es entonces cuando yo me doy cuenta de que mi función de comunicar el tiempo comporta la obligación, moral y en otros sentidos, de explicar unos cambios bruscos que, por primera vez en la historia de la humanidad, vienen evidentemente de la naturaleza, pero con la coletilla de la huella humana.

En esta nueva faceta comunicacional del hombre del tiempo, ¿no se está produciendo, a veces, una dramatización informativa estresante para el receptor?

Efectivamente, aquí está el mensaje conmovedor. A partir de aquí, es muy difícil comunicar, porque puedes coger este camino que dices; uno intermedio que, sinceramente, no sé muy bien donde se sitúa, o un tercero, que sería poner a las cosas una piel de cordero, e ir tirando… En mi caso, al cabo de bastantes años de trabajar en el podcast medioambiental, la respuesta a esta disyuntiva viene de la mano de construir sistemáticamente relatos sobre qué podríamos hacer cada uno de nosotros, desde casa, para mejorar las cosas. ¿Por qué no contrato energía verde, si solo tengo que descolgar el teléfono? Por desconocimiento, por confusión en los mensajes que recibimos, etc. En este sentido, igual que estoy haciendo ahora, me gusta construir un relato en torno al hecho de que nuestros granitos de arena pueden ser muy potentes, porque, al final, también envías señales al mercado, que no es tonto.

Isidoro Tapia ha dedicado su libro Un planeta diferente a llamar la atención sobre el hecho de que el cambio climático no es algo que tiene que venir, sino en lo que ya estamos. ¿Compartes esta tesis?

Absolutamente. Lo que pasa es que no somos conscientes. Hace años que nuestro entorno cambia de una manera mucho más acelerada. El transporte naval que, entre otras cosas, mueve el petróleo por el canal de Suez tarda trece días más que si fuera por el Ártico. En los años 90, la previsión de los rusos, con la construcción de la planta de gas licuado más grande del planeta, era que en 2030 podría ser navegable. Cosa que ya fue posible el invierno de 2017. El Ártico se funde a una marcha mucho más rápida y nunca vista. Se puede decir que nos queda lejos, pero vemos cómo funciona la geoestrategia: soberanía alimentaria, el gas, Ucrania… Muchas aristas. Esto, por un lado, pero aquí, sin ir más lejos, la costa española y especialmente la mediterránea es extremadamente sensible al aumento del nivel del mar. Por aquí nos viene un problema de unas dimensiones colosales. La primera línea de costa está amenazada, literalmente. Científicamente, sabemos qué pasará. El perfil de costa de aquí a 20 años, y especialmente, de aquí a 50, será extraordinariamente diferente. En el caso de Cataluña, sabemos que el aeropuerto del Prat quedará inundado. Y también las vías de tren del Maresme, el Delta del Ebro, gran parte de los paseos marítimos, barrios de muchas de poblaciones… En una zona de Alicante ya se está llevando a cabo una intervención en previsión de que quedará inundada.

¿La actual sequía evidencia que Cataluña está en una zona especialmente sensible a las alteraciones climáticas, y sus consecuencias?

Los modelos de lluvia con los que se trabaja, a un trimestre vista, nos dan situaciones muy marcadamente atlánticas, favorables en Galicia, Portugal… Pero en cuanto a la fachada mediterránea no hay nada que haga prever, no lluvias normales, que estarían bien pero no solucionarían nada, sino un superávit a largo plazo. Y reconozco que tengo el corazón dividido. Para mí, esta es la tercera sequía grave que he vivido, profesionalmente hablando. La primera fue en el 89-90; la segunda, en 2007-2008. En las dos anteriores, se solucionó la sequía milagrosamente, con tres meses seguidos de lluvia.

Cosa que, según constatamos cotidianamente, parece lejos que llegue a pasar…

Me gustaría, está claro, que esto se repitiera, pero la razón me dice que tenemos que llegar a la extenuación, que no salga agua de los grifos en las ciudades para que, de una vez por todas, se instauren medidas estructurales de aprovechamiento, adaptación de viviendas, establecimientos turísticos… y especialmente de regeneración del agua. En los años 80 Cataluña fue un referente en revertir el drama de los ríos contaminados. Ahora, disponemos de 540 depuradoras en funcionamiento. Tenemos unos cauces medianamente dignos. A partir de aquí, una parte del agua depurada que se devuelve a los ríos se podría reutilizar, y supondría un volumen equivalente al de las cuencas internas. Doblar la capacidad de agua sería una medida inteligente, además, evidentemente, de actuaciones estructurales, de no perder tanto recurso por culpa de las redes deterioradas… A partir de aquí, como con la pandemia, parece que la humanidad no reacciona si no hay bofetadas…

¿Cómo se explica, en este sentido, que las Naciones Unidas digan que estamos a las puertas del infierno y se haga tan poco para evitarlo? ¿Por qué no se adoptan medidas tan drásticas como drástica es la situación? ¿Por qué, por ejemplo, no se crea una policía mundial del medio ambiente?

Cuando ves a António Guterres, pobre, que no pinta nada con sus declaraciones sobre Gaza… Así estamos. Pero, al final, lo que nos está moviendo en realidad, en muchos casos, no es la bandera verde en Europa, como incluso empieza a moverse en los Estados Unidos. Es la economía verde. Una oportunidad económica única, de futuro, para avanzar a Europa, que es un poco el faro en muchos sentidos. Desde aquí, está claro que tiene que haber medidas estructurales globales. Pero estamos en un mundo de contradicciones donde, directamente, funciona la compra de voluntades por múltiples vías. A partir de aquí, también es verdad que Bruselas, en muchos casos, se ha plantado. Situar el 2028 como final del gas en Europa es un logro de primera división. Es verdad que el gas continuará funcionando un tiempo, pero quedará como una energía residual. También se ha establecido el 2035, y en muchos casos el 2030, como el fin del motor de combustión. Con fecha del 1 de diciembre próximo, Nueva York prohibirá el uso del gas en nuevos edificios y rehabilitaciones. Sí, hay interesantes cambios estructurales, pero, evidentemente, se podría hacer muchísimo más.

En su propuesta de decrecimiento, Serge Latouche hace hincapié en la necesidad de acometer simultáneamente y de manera complementaria iniciativas múltiples y diversas, para hacer frente al cambio climático. Desde el ahorro energético hasta el sentido y la duración del tiempo de trabajo, pasando por la movilidad, el consumo… ¿Van por aquí los tiros?

Está claro que sí. No es un tema ideológico. Estamos hablando de nuestra especie. El planeta no corre peligro. Corremos peligro nosotros y el planeta que hemos modelado, donde las especies, evidentemente lideradas por el rey de la selva, que es el ser humano, peligran y se extinguen. Hay que pensar en grande en todas estas cosas, a lo largo de los próximos años. Si resulta que, por ejemplo, no necesitaremos tantísimo dinero para generar energía porque lo haremos en casa, podemos pensar que los cambios son posibles. Aquí tenemos algunos de los filones con los cuales la educación, la movilidad sensata, la salud… podrían cambiar, para construir una sociedad nueva. Si alguien traduce todo esto en política simple, en la cual los de derechas quieren autopistas de ocho carriles y los de izquierdas van andando, tocando la pera al conductor, se equivoca. No va de esto. Y si lo viéramos así nos estrellaríamos.

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