«La fe vive de las migajas que deja la razón»

Entrevista a Manuel Saco

Entrevista a Manuel Saco
Entrevista a Manuel Saco.

Periodista. Fundador de Cambio 16 y de la revista Ciudadano, de defensa del consumidor. Jefe de Cultura y Sociedad en los servicios informativos de TVE, fue subdirector de La Gaceta de los Negocios y del diario El Sol. Colaborador de Público, Diario.es y otros medios. Ahora, con el título provisional de No hay Dios (probablemente), publicará su primer libro con la revista Mongolia.

¿No hay Dios? ¿Sí, no, probablemente…?

Eso de «probablemente» es un añadido al título original, que era No hay Dios. Lo que pasa es que decir «no hay Dios» parece un poco presuntuoso por parte de quien lo afirma. Porque, claro está, el problema de negar que existe lo que no existe es completamente imposible. Probar que no hay vacas que no tienen alas es completamente imposible, porque no se puede negar lo que es inexistente. Así que, como el nombre sonaba un poco arrogante, doy un paso más, de alguna manera, al ponerle, entre paréntesis, «probablemente». A todos les gusta que los demás dudemos un poco. Aunque no se tenga ninguna duda, como diría alguien.

¿Cuántas veces y de manera tan diversa se ha dicho que Dios no existe, a lo largo de la historia?

Todos los que, a lo largo de la historia, han dicho que Dios no existe lo han pagado muy caro. Porque las religiones siempre han sido aliadas del poder material. Son el soporte, el sustrato, el adhesivo de dictaduras, reinos, imperios… Así que decir que Dios no existe es bastante peligroso. A Galileo lo encerraron en su casa por decir que era la Tierra la que se movía alrededor del Sol, y no al revés. Al final, dicen que afirmó aquello de «Eppur si muove». Y lo dijo, claro, sotto voce, en la intimidad, para no recibir un golpe de lanza en la cabeza.

¿Todas las religiones, todos los dioses, están cortados por el mismo patrón?

Todas las religiones venden una mercancía, una mentira. En algunos casos, terrible. Religiones como el islamismo, el cristianismo, el judaísmo hacen que, si no crees o no crees en sus dioses, te asesinen, te torturen, etc. Ese es el problema de las religiones. Si no fuera así, si las religiones no intentaran estar en todos los actos de mi vida, detrás de la judicatura, de las leyes…, de todos los sistemas represivos que han existido en la historia de la humanidad, a mí me importaría un bledo la religión. No estaría escribiendo sobre ella, como no he escrito sobre las cartas del tarot, ni sobre el Ratón Pérez. Porque no hay ningún capellán del tarot o del Ratón Pérez que me haya amenazado de matarme.

En cualquier caso, en el origen, las religiones parecían ser algo mejor de lo que han acabado siendo. ¿Dónde está el huevo de la serpiente, en las creencias, en las iglesias, en ambos lugares?

El problema son precisamente las iglesias. Son el sistema represivo de las religiones. Una de las cinco columnas del islamismo proclama el deber de dar limosna cada día. Es decir, la caridad es la manera de escapar de no hacer justicia. La caridad es un sucedáneo de la justicia. Donde no hay justicia se puede hacer caridad. Todos creemos que tenemos derecho a la justicia. En cambio, la caridad crea clientes. Si eres caritativo, la gente piensa que eres bueno porque has hecho algo a lo que nadie te obliga. La justicia sí que es obligación. Por eso, las iglesias tienen organizaciones dedicadas a la caridad, como es el caso de Cáritas.

Al final, islam, judaísmo, cristianismo, ¿son primos hermanos?

Claro. Son las religiones del libro, en las que está escrito todo lo que debe hacer el ser humano. En los países donde gobiernan islamistas, las leyes emanan del Corán. En la Edad Media y hasta hoy, subrepticiamente, las sociedades cristianas deben estar de acuerdo con las creencias. Por eso tenemos, por ejemplo, una judicatura conservadora cristiana. Todos los elementos represivos están impregnados de ese sentimiento religioso. Explico en el libro cómo el islam está viviendo en este momento nuestra Edad Media. La Edad Media del cristianismo en Europa no era muy diferente del Islam de hoy. Podías morir en la hoguera, quemado con leña verde para que la tortura fuera mayor, por una nimiedad, por cualquier tontería, que llamaban «herejía».

Saramago dice, en Memorial del convento, que Lisboa olía a carne asada, por la quema de herejes en la plaza de Rossío.

La Iglesia católica ha sido la inventora de los instrumentos de tortura más refinados que han existido en la historia de la humanidad. Seguramente, la memoria se ha dejado muchos pelos en la gatera a la hora de hablar de ese pasado truculento. La primera cita del libro es de José Saramago. Dice: «Si todos fuéramos ateos, el mundo sería más pacífico». Todas las guerras, sin excepción, de toda la historia de la humanidad, han sido propiciadas, alentadas, sostenidas por alguna iglesia, por alguna religión. Siempre ha sido así.

Europa ha sido en este sentido especialmente violenta, cruel. ¿Se salva alguien dentro de la cristiandad o están más bien repartidas las atrocidades?

El cristianismo también comparte las ignominias. Hay que recordar que los que mataron a Miguel Servet fueron protestantes. No hay iglesia que se salve. Cuando alguien, según la razón, actúa de manera más compasiva…, son solo florituras, operaciones de imagen, podríamos decir. De alguna manera, hay que justificar que no es una religión de terror, que es cierto, sino que tienen cierta humanidad. Estas religiones del libro son, simplemente, sociedades terroristas, en el sentido que dice la RAE: «Dominación por el terror». Las religiones perduran porque han infundido el terror en los niños, que son los que, luego, de adultos, seguirán sosteniendo, con el dinero, los apoyos a estas sociedades.

Cuando hablamos de religión, tendemos a referirnos a ella como algo del pasado, patrimonio de la historia, olvidando a veces que sigue aquí, bien viva.

La religión, blanqueada, es un marco cotidiano, normalizado. Pero, si nos paramos un poco, observamos, y no es difícil darse cuenta, que la percibimos a través de todo. Es omnipresente. Estamos completamente atravesados por la religión. Todavía se habla incluso del delito de blasfemia, por el cual te pueden caer años… Los humoristas tienen que tener mucho cuidado con su crítica, porque cualquier juez católico te puede perjudicar. Lo que pasa es que, por ejemplo, la Iglesia católica de España es una sociedad de holgazanes, porque no trabajan. Son 75.000 los capellanes y monjas, tienen 11.000 millones de euros de ingresos, gracias al IRPF, a exenciones fiscales… La Iglesia es más rica que Google, Apple, Microsoft.

¿Cómo se explica el camaleonismo que, en el catolicismo, es capaz de hacer convivir ideologías, maneras de pensar o de vivir, sensibilidades aparentemente antagónicas?

Las mismas mecánicas de la fe son las que utilizan los nacionalismos. Los dioses y las naciones son invenciones, construcciones, del ser humano. ¿Cómo se puede decir que hasta este río es una nación y a partir de allí, otra? Por eso encajan tan bien. Constantino, que fue bautizado en el lecho de muerte, fue el primero que se dio cuenta de que una religión única era el mejor adhesivo para su imperio. Pero, en cualquier caso, el catolicismo está a la defensiva, porque ve que se les está acabando el negocio. Acechado por la razón y la ciencia, sabe que les queda muy pequeño el terreno de juego. La fe vive de las migajas que deja la razón.

¿Eso de la religión «opio del pueblo», sí?

Sí, ya se sabe, el opio adormece. Las religiones, mediante el terror, lo que buscan es que los fieles no puedan pensar. Cuando nos preguntamos ¿cómo puede ser que personas inteligentes, cultas crean en un cúmulo de tonterías? La respuesta es meridiana: la religión les prohíbe usar la razón como instrumento de análisis. No puede someter su ser a la razón. Solo el intento de hacerlo es pecado. En este momento, la ciencia explica que el universo tiene 13.720 millones de años. Es tan inmenso que ni siquiera podemos ponerle cifras. Que haya quienes piensen que esto lo hizo un dios clama al cielo.

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