«Hay personas que no pueden expresar lo que son»

Entrevista a Uli Decker

Cineasta. Directora, autora, y también cámara. Vive en Berlín. Estudió en Londres, Berlín, Madrid y Barcelona. Ha participado en numerosos trabajos teatrales y proyectos de cine documental. Entre otros, Chuchillo de Palo y Del Vent al Blau Su última película Ánima. Los vestidos de mi padre. Una mirada sin tabúes sobre el secreto que su padre guardó toda su vida: vestirse de mujer en el ámbito más íntimo.

¿Dónde, en qué contexto social, transcurre tu película?

Eran los años 80, en una sociedad muy uniforme, en la que solo existía una manera de vivir, al menos en la superficie. Estaba claro lo que hacían los hombres y las mujeres. Era sexista, también. De niña me di cuenta que siempre se hablaba de lo que hacían los hombres con más admiración de lo que hacían las mujeres. En el suroeste de Alemania, en contraste con el este, la mayoría de las mujeres se quedaban en casa y cuidaban los niños. Siempre se decía, ella es solo ama de casa, no trabaja. En realidad, trabajaban mucho y nadie veía ese trabajo. Mi madre era profesora. Una de las pocas mujeres que tenían un trabajo fuera de casa. 

¿Y la religión?

El pueblo donde crecí es muy católico. No quiere decir que todo el mundo iba a la iglesia, pero la mayoría sí. Teníamos un cura que era muy revolucionario Para mí la iglesia tenía dos caras. La comunidad que creó ese cura, donde se podía criticar, y lo más importante era compartir cosas. Él veía a Jesucristo también como un revolucionario. Por otro lado, estaba esa Iglesia institucional, con una moral muy estricta, con unos señores que se creían Dios. Los políticos eran muy machistas. Tuvimos un canciller en Baviera que era un machote increíble. Todos le admiraban. Mi abuela no se atrevía a votar a otro partido que no fuera el suyo, porque se llamaba Unión Social Cristiana de Baviera. Pensaba que era el partido de Dios, y la forma de vivir que teníamos era la que Dios mandaba. 

¿Más allá del poder, el catolicismo, los mayores… ¿Cómo era la vida entre los más jóvenes en aquellos años?

En la escuela, tuve experiencias sexistas. Recuerdo que, en mi primer día de guardería. En esa época no me gustaban los vestidos. Mi madre me había pueto una ropa tradicional bávara. Observé que había un lugar donde estaban los chicos, que estaban construyendo un castillo, y otro de chicas, que jugaban con muñecas. La señora de la guardería me dijo “Ulrique vete a jugar con las chicas”. Aquello no me atraía, lo encontraba aburrido.; peinarlas…Cuando mi madre se marchó y nadie me prestaba atención, me fui al lugar de los chicos. Uno me dijo algo peyorativo, así como “tú eres una hembra débil”.  Fue la primera vez que alguien me decía algo así, Y así continuó. 

Casi todas las familias tienen secretos, grandes y pequeños, con los de fuera y también dentro de ellas mismas…

La idea de la familia, que todo el mundo intenta representar, es como una pieza de teatro. Y lo que no entra en ella se tiene que callar. De las fantasías que se tienen no se puede hablar, porque amenaza los roles de género establecidos. Hay muchos tipos de secretos. Secretos que solo te conciernen a ti mismo. Los hay que tienen una repercusión en otros, que suelen crear una atmósfera muy complicada para todo el mundo. También hay secretos colectivos como, por ejemplo, tuvieron la generación que vivió la guerra. El problema está, sobre todo, en la familia nuclear. Cuando se reconstruyó Alemania, y en otros lugares también, se edificaron pisos muy pequeños. En mi niñez eché mucho en falta otra gente que no fuera de mi familia, y que no tuvieran la misma influencia sobre mí. Como se dice en África, se necesita un pueblo entero para educar a un niño. Nosotros vivíamos aislados, también por lo de mi padre. Le pesaba mucho el contacto con la gente. “En mi soledad, el espejo se convierte en mi más importante cómplice”, dejó escrito en su diario.

Al fondo de todo, late la idea de libertad. Se suele notar cuando no existe. Pero ¿Qué es la libertad? ¿Cómo se expresa, se percibe, se maneja…? 

Libertad para otras formas de vivir. Por ejemplo, me gustaban mucho las películas etnológicas. Cuando veía las tribus en otros lugares, me daba cuenta de que la forma en que vivíamos nosotros no era la única. Rompí con todo y me fui a caminar por el mundo, pero también echaba en falta un suelo firme. Tenía libertad para hacer lo que yo quisiera, pero era demasiado. Es necesario un equilibrio entre la conexión con algo, y poder decidir libremente. Es cierto que la palabra libertad está muy manoseada. En Alemania, la derecha, los liberales, siempre ponen “libertad” en su propaganda. 

En España vivimos un debate intenso sobre la cuestión de género, también muy vinculada a la libertad ¿Cómo lo percibes?

Durante miles de años solo hubo un concepto, muy dual, entre hombre y mujer. Un sistema obligatorio, acompañado por una propaganda enorme de ser así. Todavía vivimos con ello. Se tienen que crear primero palabras para lo que siempre quedó excluido. Ahora, los términos que utilizamos se quedan cortos. Hay personas que no pueden expresar que son, como se sienten. Se les califica así o asá, sin mucho rigor, sin acercarse a la realidad, a veces con tópicos. En algún momento tal vez existieron otras sensibilidades, otra forma de ver y vivir las cosas, pero, en cualquier caso, se tapó. Ahora, todo eso sale a la superficie. Estamos en una fase nueva, de transición a algo más libre. Y espero que no retrocedamos con alguna guerra bestial o con la derecha cargándose todo. Cuestiones como la belleza están muy manipuladas por el mercado, la publicidad. Se reclama de las mujeres la imitación de un arquetipo… Si eres físicamente un hombre y te apetece vestirte de mujer, y vivir una vida como la harían ellas, te ponen muchos obstáculos. Es la sociedad quien tiene que cambiar, y la sociedad es muy resistente al cambio. Si, a los 14 años, me hubieran preguntado ¿Quieres cambiar de sexo?, hubiera dicho que si, inmediatamente. No por el cuerpo, sino más bien consecuencia de lo que podían hacer los hombres y lo que podía hacer yo.

A veces, las leyes, las normas, las reglamentaciones van por delante de la gente, o al margen de la comprensión de las cosas ¿No echas en falta una batalla cultural más intensa? ¿La necesidad de hacer frente a las cosas en el terreno de las ideas, la información, la creación…?

No me he parado a pensar mucho en todo esto. En todo caso, creo que hay muchas personas, corrientes de opinión, en la izquierda, que critican el estado de cosas en que vivimos. Existen periódicos que hablan de la manipulación, de las prácticas a que estamos sometidos. Pero hay es que hay buscarlos, a veces con dificultades, claro. Sabiendo también que los grandes medios de comunicación, las redes sociales, la ideología dominante, el consumismo están al servicio de los grandes intereses, muy lejos de las cuestiones que atañen a las personas. Por supuesto que tendríamos que replantearnos casi todo, incluido un sistema económico, que tiene que cambiar.

“No estoy interesado en ser una inconfundible hembra sino en crear libertad desde mi alma al trascender el rol masculino”, escribió tu padre ¿No hay en esas poéticas palabras, además de una confesión, un guiño, un gesto burlesco al envarado mundo que le rodeaba? ¿Nos salva el sentido del humor?

Ese fue para mí el ingrediente más importante para hacer esta película. No quería hacer algo deprimente sobre un tema trágico. Deseaba hacer una película para todo el mundo, principalmente para la gente más tradicional de mi pueblo, que normalmente no iría a verla sobre un tema queer. Sabía que los tenía que seducir con algo, referenciarlos, darles la bienvenida. Cuando sienten que hay humor, y que no los dejo ahí, de cualquier manera, como cuando nos adentramos en lo más trágico. Ellos saben que cuando va a haber humor de nuevo, se dejan llevar un poco más. Entran en este viaje emocional. No quería tampoco una película compasiva, de pena, quejándome. Está muy pensada desde el lugar del público. No quería un resultado como los que, a veces, se hacen como terapia los directores. Quise crear con muchos matices, capaz de soslayar las etiquetas. 

¿Cómo has resuelto lo del sentido de la culpa, algo tan propio del catolicismo?

Creo que mi padre si vivió esta culpabilidad, que también tiene muchas capas. Seguramente se sentía culpable de no poder vivir una vida normal, como se esperaba de él. Culpable de no poder ser el marido ideal. También culpable de creer que no había podido ser el padre que, formalmente, yo hubiera necesitado. Aunque en todo caso, tener un padre emocionalmente ausente no era algo tan excepcional, porque muchas de mis amistades lo tenían.

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