‘Destino’, 3 de noviembre de 1973

Para los lectores que hemos cumplido sobradamente el medio siglo de vida, la lectura del semanario Destino fue, durante bastantes años, difícilmente sustituible si queríamos estar al corriente de la vida cultural -y también de la social, económica y política- de las Españas y Cataluña del momento.

Susana Alonso

Destino, revista con denominación de reminiscencias falangistas, había sido fundada en Burgos, a finales de la guerra civil, por un grupo de catalanes franquistas que, con el tiempo la transformarían en un referente liberal, tímidamente catalanista y crítica con el franquismo imperante en buena parte de la sociedad catalana. Su primer director fue el novelista Ignasi Agustí y, entre 1958 y 1967 fue dirigida por Néstor Luján, quien acogió como colaboradores a escritores de diferentes ideologías, como Jiménez de Parga, Francisco de Carreras, Eliseo Bayo o Lluís Permanyer. Durante este período Destino tuvo serios problemas con la censura: fue objeto de quince expedientes sancionadores y, en algún caso, también suspendida durante un tiempo.

Luján tuvo que dejar la dirección del semanario como consecuencia de haber sido condenado, en octubre de 1967, por la publicación de una carta al director, titulada «El catalán se acaba», de autoría incierta, que generó una remarcable polémica (parece que era esto lo que se pretendía con su publicación), ya que contenía un fuerte ataque a la lengua catalana. La revista fue suspendida durante dos meses y, al reaparecer, lo hizo con una portada dedicada a los monjes cartujos, que viven en silencio.

La dirección fue asumida por Xavier de Montsalvatge, que tenía carné de periodista, si bien de hecho fue ejercida por Josep Vergés: Poco antes de desaparecer en 1980, Destino fue adquirida por un grupo avalado por Jordi Pujol.

Ha llegado a mis manos, entre otros, el número 1883 de Destino, correspondiente a la primera semana de noviembre de 1973, que es un buen ejemplo del compromiso cultural y político de la publicación, a pesar de las limitaciones impuestas por la censura existente. La portada y diferentes artículos, firmados por Josep Pla, Enric Jardí y Francesc Fontbona, están dedicados a glosar la figura del pintor de temas entonces políticamente incorrectos Isidre Nonell, que había nacido cien años antes, y murió prematuramente en 1911. Impresiona repasar la relación de colaboradores de aquél y otros números de Destino: Francisco Umbral, Álvaro Cunqueiro, José Jiménez Lozano, Néstor Lujan, Álvarez Solís, Santiago Nadal, Elisa Lamas, Josep Maria Espinás, Sempronio, Pere Gimferrer, Javier Fábregas, entre otros: no estaban todos los que estaban, pero poco faltaba para que fuera así.

Para los lectores que aún no han cumplido cincuenta años, algunos de estos nombres pueden sonarles a música celestial, pero pueden estar seguros de que el equipo de colaboradores de Destino era uno de los más intelectualmente potentes de toda la península, un equipo equivalente, dentro del mundo de la cultura, al Barça de Cruyff.

Aquel Destino resiste con ventaja la comparación con cualquiera de las revistas de información general que hoy se publican en nuestro país, como por ejemplo las dominicales de La Vanguardia o de El País, que, con todas las excepciones que se quiera, van llenas de artículos de influencers «viciosos de las redes», políticos de escasa proximidad, tertulianos turiferarios y de artistas de andar por casa, en general con muy poco sentido del humor. Se me dirá que es lo que hay, vale, pero no lo que se supone que, en un país libre y realmente democrático, debería haber, sobre todo si se pretende potenciar la prensa escrita. Quizás en lo único que ganan a Destino las revistas actuales es en la estética y composición de sus anuncios publicitarios, que hoy son mucho más agresivos y más incitadores al consumo idiota.

No se trata de resucitar una revista muerta y rápidamente enterrada durante la transición y que, como sus hermanas Triunfo o Cuadernos Para el Diálogo, hubiera merecido mejor suerte. Este artículo sólo tiene el propósito de recordar que otro tipo de revistas -más francas y liberadas, más emancipadas de todo tipo de tutelas- son posibles, si no queremos matar por completo a la prensa escrita.

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