Un mundo sin brújula

El Brexit. La victoria de Donald Trump. El asalto al Capitolio de Estados Unidos ya las principales instituciones brasileñas. La invasión rusa en Ucrania. El asesinato de un candidato a la presidencia de Ecuador. La guerra entre Israel y Hamás. Son algunos de los acontecimientos más importantes que han ocurrido en los últimos años en el mundo y que evidencian que el orden surgido después de la Segunda Guerra Mundial está en colapso o, al menos, en claro retroceso. La Organización de las Naciones Unidas, creada tras este gran conflicto bélico, ha tenido un papel primordial en la gestión de múltiples crisis y situaciones de violencia, pero resulta evidente, al mismo tiempo, que su existencia, a pesar de ser pionera, no ha sido suficiente a la hora de alcanzar la paz o proteger los derechos humanos en todo el planeta. No hay más que recordar, en este sentido que, según el último informe ‘Índice de Democracia’ de la revista The Economist, sólo un 8% de la población vive en una democracia plena y que más de un tercio de la ciudadanía sufre un régimen autoritario.

Susana Alonso

Por otra parte, la progresiva sustitución del progreso por el retroceso como vector social y político y el crecimiento de regímenes autoritarios e iliberales están comportando el aumento del gasto en defensa. En consecuencia, muchos países han incrementado, de forma muy clara, la partida económica destinada a esta materia a la hora de hacer frente a fenómenos cada vez más recurrentes como atentados terroristas, pero también para apoyar, por ejemplo, a Ucrania tras la invasión rusa. Ha sido, justamente, la guerra iniciada por Vladimir Putin la que ha provocado, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, el mayor incremento del gasto militar en Europa en los últimos 30 años. Sin embargo, soy de la gente que piensa que es un error el planteamiento que hace una parte de la izquierda española y europea en cuanto al envío de armas a este país de la Europa del Este. Es decir, es compatible, desde un punto de vista progresista, cuestionar e incluso reprobar el aumento de la militarización en el mundo y, al mismo tiempo, señalar que la ciudadanía ucraniana tiene derecho a defenderse de un ataque como el que está sufriendo y que, de forma indirecta, está evitando que el conflicto se extienda por el resto del continente.

El crecimiento de la munición es inquietante, porque implica que, 80 años después de la Segunda Guerra Mundial, la humanidad no ha sido capaz de sustituir del todo las armas por la palabra y el diálogo. O, dicho de otra forma, no hemos tenido el coraje de reemplazar definitivamente el odio y el resentimiento por el respeto al pluralismo y el entendimiento colectivo. Lo estamos viendo estos días con las imágenes que llegan de Palestina y de Israel. La religión, que debería ser un elemento de unión en la diversidad, se ha convertido, con el paso de los años, en un factor de división que, agudizado en las últimas semanas por los atentados de Hamás y por la respuesta absolutamente desproporcionada y vengativa del gobierno de Netanyahu, ha sido letal para la población civil. ¿Cuántas generaciones de israelíes y de palestinos pasarán, una vez se alcance una mínima paz, para que se puedan dar la mano y cicatrizar las heridas de sus antecesores?

Por eso y, a pesar de los avances, aspectos como el aumento del gasto militar o la incapacidad (o falta de voluntad) de muchos ejecutivos a la hora de gestionar asuntos como la llegada de personas refugiadas representan un fracaso colectivo que debería hacer reflexionar a las instituciones de carácter supranacional. Las elecciones del próximo año en el Parlamento Europeo marcarán, para bien o para mal, un punto de inflexión en esta materia. Por ahora, los comicios en España, con la derrota del bloque de PP y Vox, y el previsible nuevo gobierno liderado por el europeísta Donald Tusk en Polonia divisan un pequeño horizonte de esperanza antes de esa cita.

En juego hay muchas cuestiones, pero hay una que no es menor: si la derecha europea secunda la estrategia de establecer alianzas con la extrema derecha (tal y como defiende el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, y tal y como ha aplicado Núñez Feijóo en España) o bien si pone distancia y no acuerda la constitución de gobiernos (postura que propugnaba Angela Merkel). Será primordial ver qué visión se impone porque el proyecto europeo, más allá de las diferencias entre las izquierdas y las derechas, se ha construido sobre la base de grandes acuerdos entre socialdemócratas y conservadores, que han entendido que la preservación de este enorme espacio de derechos y libertades es básico para orientar un mundo que cada vez está más perdido.

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