Barcelona, Belfast, Gaza

El pasado 3 de octubre, Movistar estrenó un largo e interesante documental de cinco episodios titulado Irlanda del Norte: 30 años de conflicto; por otra parte, como es sabido, el 7 de octubre Hamás atentó contra territorio hebreo asesinando a cientos de israelíes. Cito estas dos fechas para que guarden una conexión particular: empecé a ver la mencionada docuserie pocos días después de su estreno, lo que, casualmente, coincidió con los atentados terroristas.

Pero el motivo de estas líneas no es hablar de uno u otro conflicto; suficientemente se está debatiendo sobre el contencioso Israel-Palestina. Saco a colación ambas luchas porque muchos independentistas catalanes -Pilar Rahola no, claro- han querido, en más de una ocasión, reflejarse en ellos. Han intentado identificarse con los palestinos y los norirlandeses como pueblos reprimidos por los israelíes y los británicos respectivamente. Es decir: los bonos (Cataluña-Palestina-Irlanda) y los malos (España-Israel-Gran Bretaña). En este pack internacional también añaden Escocia, Córcega o Cerdeña.

Usan la palabra represión a diestro y siniestro, a ver si alguna mente despistada en cualquier lugar del planeta se imagina unas calles catalanas llenas de tanquetas del ejército español y de soldados cacheando a gente inocente. No, Cataluña no es Irlanda del Norte ni Palestina, afortunadamente.

En la década de los 70, cuando comienzan los troubles (conflictos, en inglés), había mucho más paro en la parte católica que en la parte protestante y las casas de los protestantes tenían mayor calidad que las casas de los católicos. Por si fuera poco, en las elecciones municipales sólo podían votar los propietarios y sus esposas. Al haber más propietarios entre los protestantes que entras los católicos, los resultados electorales siempre eran favorables a los protestantes. Por poner un dato comparativo: el 76% de los españoles viven en un piso de su propiedad, en el caso de Catalunya este porcentaje es del 74%, cifras muy parecidas. Y cuando los republicanos pedían mejores condiciones de vida mediante manifestaciones, éstas eran dispersadas violentamente por la policía. Con estos antecedentes, poco podía edificarse un futuro esperanzador para todos.

Por lo que se refiere a Palestina, su día a día no es fácil. Para ir a según qué sitio deben pasar por un control individual. Depende de dónde tengan el trabajo, si lo tienen, invierten varias horas al día para ir y volver. Si quieren moverse en coche deben ir por unas carreteras estrechas para que sea más fácil detenerlos y cachearlos.

Por favor, no nos comparemos con unos ni con otros. No es ni ético ni justo. El sentimiento independentista es legítimo, por supuesto. Pero construir sus argumentos con comparaciones odiosas, exageraciones o directamente mentiras es inmoral. Sólo hace falta ver en qué municipios/distritos son fuertes electoralmente para ver qué nivel económico y social tienen sus seguidores. De la misma forma, en las ciudades o barrios donde el poder adquisitivo es bajo, los partidos independentistas tienen un apoyo electoral débil.

No estamos en Belfast de los 70-80 ni en Gaza ni en Cisjordania. Estamos en Barcelona, Girona, Tarragona, Lleida, etcétera, lugares con problemas sociales, sí, pero no sufrimos una «crisis humanitaria» como dijo Quim Torra. Ni vivimos como Anna Frank, como insinuó Elsa Artadi. Ni podemos compararnos, como hizo Artur Mas, con Palestina, por mucho «anhelo de libertad» que haya de por medio.

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